miércoles, marzo 18, 2015

Volver al callejón

Encontré unas cuantas historias en los borradores de este blog, que me he decidido a subir, pese a que son de hace por lo menos seis años atrás cuando vivía en Barcelona, y entre otras cosas trabajaba leyendo y evaluando novelas románticas, eróticas y de vampiros. Este dato no es menor, porque creo que mi escritura y mi mente estaban algo influenciadas por este tipo de lectura.
Temo que esta historia esté influenciada por todas las novelas románticas que han pasado por mis ojos y cuyas historias han sido desechadas en ese infinito vertedero que existe en algún lugar de mi inconsciente, aunque la gran diferencia es que mis historias no tienen un final feliz, sino inconcluso, por no decir malo.


No es normal estar discutiendo con tu novio a altas horas de la madrugada en un callejón del Raval y decidir correr a los brazos del primer desconocido que pasa por ahí. Bueno, hay que aclarar que no era tanto así como un desconocido cualquiera, porque lo divisé entre los gritos alterados de una persona cuyo comportamiento se estaba haciendo irreversible, más por el contenido de sus palabras que ya no me estaban tocando. El nivel de agresividad de esas palabras justificó mi huida hacia los brazos del desconocido que allí pasaba, que en ese momento, y quizás en cualquier otro, parecía un ángel. Un tipo guapo, claro está, pero más allá de su imponente estatura, su preciosa cara de ángel y su abundante pelo crespo, irradiaba una luz o algo que aún no logro definir, que me atrajo inmediatamente, con lo que solo conseguí que el gritón se pusiera a gritar más y que no quisiera dejarme sola y que, finalmente, el ángel junto a sus amigos que venían unas cuadras atrás, me escoltaran hasta casa en presencia del que ya había pasado a ser el loco desquiciado.


Con mi capacidad de desechar historias, tardé poco menos de una semana en olvidar esos gritos, al emisor de esos gritos y al ángel que ellos invocaron, el cual debo reconocer fantaseó por mi cabeza algunos días, y fue útil para contrarrestar los efectos negativos que se venían incubando desde ya algunas semanas con el gritón.


Cuando mi mente ya paseaba por otros paisajes, más bien por paisajes pseudoliterarios de esas novelillas que debo tragar cual bulímica que luego arroja todo en su propio vertedero, decido salir por primera vez en unas cuantas semanas en esta ciudad, junto a mi amiga Federica a quien no vería en mucho tiempo. Entramos a cualquier bar y mientras nos conversábamos una caña, intento conseguir fuego y una llama de luz va directo a mi cigarro y casi me deja sin pestañas. Luego escucho lo siguiente: "¿Y qué tal te va con tu novio?". Qué pregunta más extraña pienso y encandilada por el fuego, alcanzo a divisar que quien me pregunta eso, no es sino el mismísimo ángel del callejón, cuyos brazos me acogieron hasta el final y que se paseó por mi cabeza como pedro por su casa por algunos días. Sorprendida, lo miro y lo primero que me surge es disculparme, una y otra vez, y luego reírme y volver a disculparme y él me pregunta qué tal, si sigo con él. Yo le digo que claro que no, que estoy sola y así divagamos un poco sobre el asunto. Luego, cuando el bar ya está por cerrar nos invita al armario y allí partimos, yo ni lo dudé. Llegamos ahí y miradas iban y venían, me miraba intensamente, tanto, que me sentí vulnerada. Hablamos un poco y comprobé que él era bastante menor que yo y que intentaba demostrar algo. A mí me daba igual, me vino la tontera de pensar que esto era algo del destino -efecto de las novelas románticas- y eso que ya me consideraba escéptica en estas materias.

martes, marzo 17, 2015

Blog interruptus

Tenía completamente olvidado este blog, tanto así que un día de ocio en la oficina me acordé de él y no encontraba la dirección. Esto se debe a diversos factores, entre ellos, que ya nadie lee blogs -lo cual me acomoda en este momento confesional-, y sobre todo la maternidad. La falta de concentración en materias diversas que ha traído consigo la llegada de Salvador, que ya va camino a los 4 años, me hace recordar a mi madre con su pila de libros sin terminar en el velador, claro que mi madre tuvo seis hijos. Tanto así, que todavía no logro que me preste la biografía de Einstein que le regalé hace al menos cuatro años, porque “no la he terminado”, me dice. Cuando recién nació Salvador, leí y escuché en varios lugares que la hormona de la lactancia dificulta la concentración en materias más elaboradas, y en un comienzo me sentí completamente identificada cuando apenas podía digerir un artículo de la revista Ya, y al ver que mi satisfacción existencial aumentaba junto con el volumen corporal de mi guagua obesa -sí, era médicamente obesa, y a punta de la teta de su madre-. Eso de la lactancia ya pasó hace rato, y todavía hay algo en mí que no se recupera. Me pregunto cuánto esfuerzo necesito para volver a devorar libros insaciablemente como en mis tiempos mozos, ¿o es que esto será irreversible? Según mi madre, después de la crianza quedó con un déficit atencional crónico. No creo que sea mi caso, pero ahora entiendo a mi madre -en esta y muchas otras cosas-. Todavía no he logrado ponerme al día en asuntos literarios y menos musicales. Siento una necesidad de volver a ser yo misma, recuperarme, o volver a esa versión anterior que ahora idealizo, y en este momento -una confesión impulsiva- salir corriendo de esta oficina, lejos, muy lejos, para no volver más. Pero he aquí con los pies bien puestos en el asfalto santiaguino para pagar las cuentas de fin de mes, porque ya no soy sola y ese otro ser necesita seguridad, me sopla una de las tantas voces que a veces dialogan dentro mío. Otra voz me sopla que es fácil volcarse hacia afuera y echarle la culpa de todo a la maternidad, a la ciudad capitalizada y al hastío laboral de este momento. Una voz más sabia me dice que la culpa no existe, que las cosas no son buenas ni malas y que cuando algo está apretando hay que tener los ovarios para salir de ahí y seguir nomás. Tomar decisiones, quizás partir por terminar esa novela que desde hace unos meses he estado usando como soporte del computador para ver esas series adictivas, noche tras noche. El retorno a mi misma empieza por crear, despegar los pies del asfalto, caminar ligera y sobrevolar un poquito esta ciudad ciega. Decirlo ya es algo.

miércoles, mayo 05, 2010

Viajar

Hace ya algunos días que quiero viajar, desplazarme por cientos y miles de kilómetros en el espacio (por ahora, de mi mente), encontrarme con lugares nuevos, inesperados, desconcertarme con sus habitantes, con sus climas. Me la he pasado extrañando lugares de mi infancia, viajes de mi vida, territorios de mi corazón, Barcelona, México. Me asomo a mirar los barcos del puerto, y parece tan fácil y accesible viajar por el mundo desde aquí, ¿será el hecho de estar tan expuesta al océano que me viene este deseo tan fuerte de subirme a un barco y partir? He estado soñando esta última semana con lugares extraños. Era España pero quedaba en el continente Americano, muchas montañas y acantilados y me desplazaba desde la altura por una huella pequeñita desde donde sobrevolaba un paisaje de islas montañosas y selváticas en medio del mar. Ayer intentaba averiguar cuál era el puerto más al norte del mundo y llegué a Finlandia, acercándome en el mapa me encontré con la misma geografía que hace pocas horas había soñado. Esta mañana desperté después de haber estado en un desierto, donde junto a caras de mi infancia, nos lanzábamos corriendo por cuestas de arena y desde el suelo me desprendía a volar un poco más alto cada vez, tomando vuelo desde el suelo arenoso. Despierto de estos sueños maravillosos como si realmente hubiera ido muy lejos de aquí y todavía me encuentro en este lugar; un lugar que soñé muchas veces. Ahora, desde aquí, sueño los lugares desde donde soñaba este lugar y me sitúo en el lugar de mi sueño y vuelvo a soñar este lugar, una linda casa en Valparaíso, rodeada de libros y sueños y en este sueño lúcido me quedo. De tanto soñar, de pronto nos hallamos en el lugar soñado. Mañana viajo a Santiago, no digo “voy”, sino que viajo hacia esa ciudad que desde aquí, al otro lado de la cordillera costera, me parece tan lejana. Cada vez que he ido, luego de terminar unos trámites, digo “qué bueno, ya no tengo que volver más”, pero esta vez voy con un pretexto creado, quizás esa necesidad de desplazarme, aunque sea un poquito, aunque sea al otro lado de esta pequeña cordillera mágica. Curiosamente, cuando el viaje realmente comienza, es cuando atravieso el primer túnel. Al otro lado el clima es diferente, las preocupaciones cambian, el aire se torna más denso, el viento deja de soplar.

martes, abril 27, 2010

Un Temazcal

Nunca había participado de un temazcal. Había escuchado que era una ceremonia ancestral americana de purificación espiritual y corporal. Un grupo humano reunido durante horas en torno a piedras calientes, muchísimo calor, resistencia y voluntad a través de cantos y conversaciones. Llegué un sábado por la tarde a un bosque de eucaliptus que terminaba en un acantilado abierto hacia el mar. Allí, en un pequeño plano, se había instalado un templo sencillo, con caminitos demarcados con piedras, una preciosa escultura geométrica de ramas secas y una especie de carpa completamente hermética. En torno al lugar donde sería el fuego, nos reunimos los que participaríamos de la ceremonia, que no tardé en enterarme, sería dirigida por un joven que había llegado caminando desde su tierra lejana hasta ese lugar. Fuimos convocados junto a las piedras y luego de unas palabras de presentación, el hombre se dirigió a Ellas, esas viejas abuelas que habían sido testigos de toda nuestra evolución, la materia sabia y receptora de todo el legado de este planeta. La representación de todos nuestros antepasados y del gran espíritu universal. Así, cada uno de nosotros agarró una piedra y la puso sobre un montón, bendiciendo su abundancia y sabiduría ancestral. Una vez colocadas las piedras, otro hombre que asistía la ceremonia, puso un montón de palos y ramas sobre las piedras, dando inicio a un abundante fuego, que fue presidido por un ritual de tabaco envuelto en hojas de maíz, donde cada uno debía fijarse un propósito, contener el humo y arrojarlo junto con el propósito. Afuera del círculo de fuego, comenzaba a asomarse una luna fina y brillante, y el mar llenaba todo el espacio del oeste que concluía en una delgada línea anaranjada que había dejado el sol. Yo estaba completamente entregada a la ceremonia, sin ningún cuestionamiento ni prejuicio, fija en mi propósito y dejando pasar mis pensamientos sin que me invadieran. El fuego se hacía cada vez más abundante y caluroso y el hombre de la ceremonia, que de ahora en adelante llamaré S, sacó un misterioso líquido. Se trataba de un líquido de tabaco, que cada uno aspiraría por la nariz, reteniéndolo en la garganta y luego escupiéndolo. A través de ese acto, se nos hizo comprender el sentido de la ceremonia. Era un bautizo, un acto de purificación, arrojar todas las sobras corporales y espirituales fuera, y volver a nacer. Todos comenzamos a escupir, me saltaban lágrimas de los ojos, luego nos sacamos la ropa y uno a uno fuimos pasando donde S, quien nos sacudía con dedicación una mata de eucaliptus sobre nuestros cuerpos y orando en una lengua extraña, nos daba bendiciones y recitaba los dones y carencias de cada uno, como si nos conociera en lo más profundo. Luego, rociaba con un escupitajo de licor nuestros cuerpos y a sentarnos nuevamente alrededor del fuego. Eso era sólo la introducción al temazcal, que comenzó cuando entramos en una suerte de carpa, completamente oscura y cerrada. Su interior, como un nido protegido, se encontraba cubierto de ramas de eucaliptus y sus hojas cubrían todo el suelo, donde nos sentamos hombro con hombro alrededor de un agujero de tierra. Desde el interior, S llamaba a su compañero y asistente de ceremonia para que descorriera la puerta de ramas y dejara pasar a las abuelitas, las mismas piedras a las que momentos atrás les habíamos dedicado nuestras bendiciones. Una a una comenzaron a llegar las abuelas y a cada llegada, era un saludo de bienvenida para las piedras ardientes a las que S esparcía olorosas hierbas y esencias de copal que despedían un olor exquicito. Luego llegó el agua y comenzó a salir el vapor caliente. Recién entrábamos a la primera puerta. La ceremonia consistiría en cuatro puertas que van desde el embrión hasta el nacimiento. Al momento de nacer concluye la ceremonia y somos arrojados al mundo como seres nuevos y puros. A pesar de que allí dentro, con la obscuridad absoluta y el calor sofocante, perdí completamente la noción del tiempo, pude calcular que cada puerta duraba alrededor de una hora. Cuando ya habíamos pasado la primera puerta, imaginaba que quedaban tres más y comenzaba a entrar en desesperación, pero de eso se trataba, de controlar la voluntad y resistir a través de la meditación, siempre dirigida al propósito que cada uno se había fijado. Nunca había sudado tanto en mi vida, mi cuerpo era pura agua, y era tanto el calor que de mí ya no salían pensamientos, si no sólo sensaciones y la oscuridad absoluta me abría otras percepciones, sobre todo visuales. Cantamos durante horas y a cada uno le llegó su momento de hablar, de verbalizar su propósito de sanación, yo preferí guardar silencio, pero cuando S me convocó, comenzaron a salir de mí palabras, que ya apenas recuerdo, sobre lo que estoy viviendo en este momento de mi vida, sobre mi propósito, sobre lograr la depuración entre lo interior y lo exterior, de conciliar mis emociones y pensamientos con una voluntad más universal. Todos rezaban y unían fuerzas para el propósito de cada uno y para un propósito mundial de paz. No es mucho más lo que estoy dispuesta a relatar sobre lo que sucedió allí dentro, fue un estado de trance y de lucha primordial. A ratos desesperación y sofocación y en otros momentos una paz absoluta. Entre cada una de las cuatro puertas, se renovaban las piedras y se dejaba entrar el aire frío de afuera, hasta concluir la ceremonia donde todos salimos empapados en busca de aire fresco y fuego para secarnos. Realmente fue como haber salido de un útero a la vida. Las caras de todos se veían nítidas y limpias, los ojos brillaban. En las horas siguientes, a todos se nos desató un sueño incontrolable, me sentía liviana y pura, aunque toda mi ropa se había humedecido y sentía frío, por lo que a pesar de que ya era tarde, decidí viajar a mi cama en vez de quedarme en el lugar. Dormí como nunca, pero al día siguiente también me sentía agotada y luego con malestares que derivaron en una breve gripe (o cansancio general o desánimo) que me dejó un día en cama. Todavía estoy recuperándome, y a ratos se me aprieta el pecho sin motivo aparente y me entra una duda sobre el lugar que ocupo en el mundo, por qué y para qué estoy aquí. Me siento débil y no sé si es por este nuevo nacimiento que me dejó como una guagua vulnerable y desprotegida, si es porque simplemente la ceremonia me quitó mucha energía o bien, como me comentó mi hermana, podría ser que alguien o algunos de los que participaron de la ceremonia, sin estar conscientes, se hubieran servido de mi energía para sus propósitos, dejándome vacía y débil. Una semana después, aún no puedo hacer ninguna evaluación, tampoco espero hacerla, la ceremonia fue fuerte, invasiva y preciosa, sin duda, pero no sé si realmente habré arrojado fuera mis desperdicios espirituales y físicos o es que justo da la coincidencia de que estoy comenzando un proceso de cuestionamiento y de transformación. Quizás no estaba del todo preparada, o quién sabe, de pronto estoy viviendo las secuelas inmediatas y después andaré livianita y desentendida por la vida. Lo que sé, es que al menos se me está volviendo a soltar la mano en este espacio.

jueves, abril 22, 2010

"The Search for The Codex Cardona": La última obra de Arnold Bauer, publicada en Duke UP, 2009



Supongamos que “The Search for the Codex Cardona” de Arnold Bauer, fuera una novela de ficción, que abriéramos la primera página sin saber que esta historia realmente sucedió, ni que el autor, el narrador y el protagonista son una misma persona. Bastaría sólo con ponernos en el lugar del protagonista, quien nos transmite desde las primeras páginas el deslumbramiento que le provoca un viejo y misterioso manuscrito mexicano que desaparece tan repentinamente como aparece ante sus ojos una tarde en el laboratorio “Crocker” de la Universidad de California, transformándose en una obsesión de la cual nos hace partícipes hasta la última página.

Cual novela detectivesca, el protagonista nos plantea un misterioso “caso” y dos interrogantes principales sobre el origen y el destino de este exquisito manuscrito de trecientas páginas del siglo XVI que podría incluso cambiar el rumbo de la historia que actualmente conocemos sobre la conquista de México, así como de las costumbres y creencias de sus antiguos habitantes. Pero como el burro que persigue la zanahoria sin nunca alcanzarla, el protagonista nos va llevando por diversos caminos, algunos que nos parecen más certeros que otros y cuando creemos estar apunto de dar con la presa, ésta se nos escapa de las manos. Así es como, suponiendo que esta fuera una novela detectivesca en la que impera el misterio, vamos siguiendo palmo a palmo las conjeturas e hipótesis que parecieran ir despejándonos las incógnitas sobre este códice inédito. Es el camino recorrido, más que el lugar al que nos conduce, el que haría de ésta una novela que cuando comenzamos no podemos parar de leer. En este camino, aparecen curiosos personajes tanto del mundo académico, como coleccionistas de arte, viejos investigadores, galeristas o millonarios aficionados cuyas manos alguna vez recorrieron estas láminas. En el camino también nos encontramos con la desventurada expulsión de los jesuitas en América, con un importante gobernador de la época, así como de una noble familia española que podría haber dejado descansar el códice siglos enteros como una pieza más entre sus extensas colecciones heredadas. Por todos estos caminos nos conduce el protagonista; caminos que se bifurcan, llevándonos hacia otros más pequeños, que podrían acercarnos a la verdad. ¿Dónde se encuentra el códice?, nos seguimos preguntando a medida que avanza la novela y cuando creemos que estamos por hallar la respuesta, ésta se escapa de nuestras manos.



También se nos plantea otra pregunta esencial : ¿Este manuscrito realmente data del siglo XVI o se trata de un trabajo posterior; de una falsificación moderna como una fecha escrita en radiocarbón sugiere? A estas alturas, las dudas sobre su autenticidad no son de real importancia, ya que las descripciones que nos dan los expertos se encargan de aclararnos que el Códice Cardona, real o falso, posee un valor en sí mismo.

Como obra de ficción detectivesca, ésta cumpliría todos sus objetivos, sin embargo y ahora dejamos las suposiciones de lado, esta obra es real; el Códice Cardona no salió a la luz pública sino hasta 1982, en la casa londinense Sotheby y fue visto por primera y última vez por Bauer veinte años atrás. Prueba de esto se aprecia en las reproducciones de algunos de los dibujos que deslumbraron al autor. Siendo real, el interés de esta obra que podríamos clasificar como testimonial, crónica novelada o simplemente de “no-ficción”, se hace muchísimo mayor ya que el Códice Cardona realmente existió y seguramente, aunque desperdigado, se encuentra en manos de algún o algunos desconocidos. Como lectores nos sentimos privilegiados de conocer la existencia de un manuscrito de valor único, que nos acerca a un pasado histórico que al parecer aún no termina de construirse. ¡Es real! El Códice Cardona existe o existió… y quizás como especula el autor ha pasado por manos de un viejo gobernador de la conquista o quedó apilado entre los objetos de colección de una familia noble de Sevilla. Quizás realmente fue un minucioso trabajo encargado en 1940 por Barlow, el mayor experto en etnohistoria mesoamericana, o realmente fue una obra del S.XVI en el que indígenas y españoles trabajaron en conjunto para dejar constancia de sus costumbres y de lo que sucedía en plena conquista. Todas son hipótesis, algunas más creativas que otras y el autor se da permiso para ello, incluso dando pie a un romance trágico entre Barlow y un importante coleccionista. Conjeturas que dejan el camino abierto para acercarnos más al destino de este misterioso códice que nunca antes fue siquiera mencionado como referente histórico. Sin duda, esta obra nos abre una veta de interés por esta valiosa pieza de un puzzle que al parecer, aún no ha terminado de acomodarse, tanto para investigadores, historiadores o simplemente interesados por el tema, como para un lector común y corriente que busca pasar un buen rato de lectura.



El modo en que el autor/narrador/protagonista, Arnold Bauer, nos narra su experiencia, con elementos de la cotidianeidad, con un lenguaje sencillo y fluido; con toques de humor y sarcasmo que se pasea libremente entre los eventos del pasado y del presente, acercando esta obra a una brecha de lectores muy variada, más allá de las fronteras de España, México o Latinoamérica. Me atrevo a decir que incluso esta obra podría generar discusión a nivel internacional ya que surge de un objeto valiosísimo cuyo destino sigue siendo una incógnita. Por estos motivos es que esta obra que fue publicada en noviembre pasado por Duke University Press, podría ser igualmente de interés para editoriales que publican no ficción, así como para editoriales que tienden a publicar obras de ficción o Best Sellers. Creo que esta obra, en su máxima expresión podría ser un éxito a nivel mundial, por el amplio espectro de lectores que se interesarían en ella y porque en sí misma abre un debate no sólo en torno al tema particular del origen y destino del Códice Cardona, sino también porque nos obliga a cuestionarnos sobre el derecho que todos debiéramos tener a acceder a piezas históricas que se pierden en manos de particulares o instituciones, sin siquiera enterarnos de su existencia.

**Las imágenes son reproducciones del códice original, del cual nunca más se volvió a tener noticia.

**Para más información sobre este tema, sobre el libro (sólo está en inglés), o saber más sobre el autor escribirme a cascabela@gmail.com

miércoles, abril 21, 2010

Introducción al anecdotario de Valparaíso

Han pasado dos años desde la última vez que me largué a escribir en este espacio virtual, y nuevamente me encuentro en un puerto, esta vez un puerto de océano, que en su tiempo fue una articulación del mundo. En el posteo anterior, dos años atrás, me encontraba en un puerto de mar, al otro lado del mundo, el mediterráneo, otra gran articulación del planeta. Ahora también vivo en una proa y de noche las luces de los barcos se confunden con las pequeñas casas alumbradas de los cerros y con las estrellas. Se podría decir que de noche vivo en un gran cielo abierto. Y de día vivo en un lugar lleno de historias. Este lugar da cabida a lo inesperado, a las coincidencias extrañas, probablemente porque sus habitantes viven en un tiempo más propio, incluyéndome. Cuando dos seres desconocidos, que manejan su propio tiempo, se encuentran en la calle, es más probable que nazca una anécdota, que haya un intercambio de historias. Y es ese intercambio, junto con otros escritos y proyectos personales, los que comenzarán a aparecer en esta nueva versión de cascabelita. Al llegar a este lugar, me imaginé escribiendo, a través de esta ventana al oceáno pacífico y a mis pensamientos a ratos no tan pacíficos. Pero una cosa es la visión romántica de verse escribiendo en un puerto, y otra es la de realmente hacerlo. Ya veremos qué sale de todo esto...

viernes, febrero 22, 2008

El descanso

Después de recorrer cientos de páginas de novelas vampirescas y "paranormales", abro al fin la ventana de mi habitación y decido salir a balconcito a tomar un poco de aire, pero ya es de noche. El aire está frío y desde las alturas diviso a un transeúnte que camina impaciente envuelto en su abrigo negro, prendo un cigarrito, luego una señorita de labios rojos, le pego una fumada y el habitual canto de mi gaviota se transforma en un granznido; me alimento un poco de ese aire frío y denso con un gran suspiro y me detengo a mirar más allá... lo más lejos posible para descansar la vista. Me aferro a una luz diminuta que ya no sé si viene del mar o del cielo, ¿será un barco o una estrella? da igual, lo importante es detenerme un rato allí y descansar; mar o aire son igual de válidos para vaciar mi mente de tantas historias, lugares y personajes predecibles (la desventaja de los "bestsellers"). Esa luz brilla sola y yo sueño a través de ella, pero sueño el día y el sol, el mar o el cielo en que mañana ella desaparecerá. Sueño la ciudad despierta y viva y entre el tumulto, algún rincón solitario y soleado que haría rebotar mi voz. Logro relajarme por completo y dejar de pensar. Allí es cuando los discursos e historias entrecruzadas se definen en una melodía que pareciera venir de muy lejos.

Cuando mi mente se ve invadida de imágenes ajenas, como suele pasar después de darle duro a este tipo de lecturas, los juicios de cualquier tipo tienden a desaparecer con la misma rapidez con que aparecen y mi mente se torna versátil; he desarrollado una capacidad de contener y vaciar historias sorprendente, que temo comience a aplicarse a mis historias cotidianas, lo cual no me disgustaría en lo más mínimo; así se sufre menos dirían los budistas y los androides.

Poco a poco comienzo a recuperarme de este efecto nocturno y a través de la ventana cerrada de mi descanso, diviso mi habitación sin mí. Se ve tan cálido ese lugar desde el otro lado que parece un arma de doble filo: capaz de desintegrar a cualquier vampiro e incluso a mí misma, que sintonizada con esa noche logro ver ese lugar como si fuera inalcanzable y disfruto con ese juego.

El desorden habitual de libros y ropa sobre la cama, las almohadas bajo el dibujo de unas orugas y telarañas (posición que -imagino-da al sol matutino), lámpara y vela encendidas, un par de dibujos de caras expresivas... y apenas divisable, una silla. El ángulo en que está situada me hace imaginar que está frente a una mesa y el desformado cojín de lana que la cubre, da la sensación de que esa silla ha sido usada hasta hace muy poco y bastante, por alguien que volverá pronto a ocuparla. Desde afuera, ese lugar se hace irresistible, me imagino que ahi vive otra persona y de lo que sería capaz por entrar ahi a conocerla. Quizás golpearía la ventana inventándole alguna excusa, aunque sea la del vasito de agua, con tal de que me abriera y me dejara estar ahí aunque fuera solo un momento. Vaya juegos que se tiene que inventar uno para hacer más atractivo el trabajo.