viernes, diciembre 02, 2005

La nave vertical

Abandono la salida del departamento con una profunda inhalación, la reserva de aire imprescindible antes de tener que compartirlo cara a cara con cientos de desconocidos que te rosan, suspiran y expiran tu rostro. El olor a mañana no es sino ese fuerte olor a cama camuflado por una nauseabunda agua colonia o jabón y a lo largo y ancho del vagón se pasea este asfixiante olor entre los milímetros que separan mi cara de la de otro.

Cuando se libera la puerta, todos queremos acaparar espacio en el subterráneo y luego en la calle, donde la lucha se ha desplazado hacia el bando de piernas y ruedas. Llevo 10 minutos de atraso y pienso que debe haber sido la culpa de ese caballero campante que se puso delante de mí en la fila. Acelero el paso, camino por el cemento bordeando el río, hasta entrar al impecable y pulcro edificio de 20 pisos donde en el 12 se encuentra el cubículo que me recibe mañana a mañana. El ascensor es lo mismo que el metro pero en versión vertical, todos se empujan y se moldean en su interior para hacerse caber y se detiene en cada estación o piso hasta detenerse en el programado, desde donde salgo disparada como muñeco de cuerda hasta mi puesto.

El guardia me saluda de manera especial diciéndome:
-Vállase a la casa -mientras me envuelve con uno de sus brazos en un gesto fraternal.
-Ya pues, si usted lo dice... -le respondo con una levantada de cejas, como siguiéndole el jueguito y me dirijo rápidamente a mi lugar intentando que esos 20 minutos pasen desapercibidos. Pero en lugar de la silla y el computador, me encuentro con mi cubículo cubierto de plásticos y diarios y el techo desprendido.
-Su puesto se ha inundado, todo se ha mojado, incluso el computador y ese panel de arriba. ¿Se fija que también es desmontable? -me dice el mismo guardia señalándome el techo mientras yo le respondo con una mirada risueña de incredulidad.
-Veremos si se puede recuperar algo, señorita, tendrá que esperar que llegue el encargado de sistemas, mientras le recomiendo se tome un café.

En vez del café opto por caminar en línea recta por el interminable pasillo de paneles y al llegar al puesto de la secretaria, dar media vuelta y hacer el mismo tramo de regreso. Mientras, pienso..., no en el computador, ni en la absurda situación de que el techo se haya caído sobre el minúsculo rincón de mi cubículo, tampoco en todos los archivos y programas que en esos momentos se ahogan con las gotas de ese aire condicionado convertido en agua.Observo mis pies mientras camino y pienso en la variedad de suelos absurdos sobre los que éstos han andado. Miro ventana afuera y me imagino la vida real, preguntándome ¿qué es esta nave de 20 pisos flotando en el valle de Santiago?, ¿en el poto del mundo? ¿en un planeta que es una punta de alfiler en el universo? y me imagino esas películas de ciencia ficción que veía mi papá las noches de domingo, que medio desintonizadas mostraban una enorme nave, algo así como una torre capitalista, pero desplazándose horizontalmente hacia algún lugar desconocido, cuyo destino estaba programado por un personaje negro, solitario y atormentado por sus complejos. Al que los niños identificábamos como "el malo".

Luego de tres recorridos por ese pasillo, vuelvo a mi puesto o lo que de él ha quedado y todos los tripulantes se encuentran a su alrededor.
-Fue el aire acondicionado -dicen algunos apuntando ese misterioso agujero vacío con uno que otro tubo medio sospechoso.Otros se ríen y echan bromas del tipo:
-Ésto parece una oficina, de esas de paneles y cubiculos desmontables.

Pero si esto es en realidad una oficina ¿o no?, ¿Por qué tendría que parecer oficina si simplemente lo es?, pienso, mientras desconcertada emprendo el mismo recorrido anterior.

-O estudio del Chapulín Colorado, -recita otro a lo lejos atrayendo una ola de carcajadas sobre sí.
-Nos llevaremos el equipo, es probable que haya perdido todo lo que esté en su interior, pero en cualquier caso intentaremos extrer el disco duro.

"En cualquier caso"..., me queda esa última frase rondando en mi cabeza y realmente comienzo a dudar si ésto es una oficina o una gran nave cuyos tripulantes ignoran el verdadero objetivo. Una nave que se desplaza lentamente por el universo, con un movimiento imperceptible para quienes la abordan, así como el cotidiano moviento de rotación. ¿Alguién se dará cuenta que esta es una gran nave? y si existe tal ¿se habrá imaginado hacia donde se dirige este enorme pedazo de concreto y aluminio?

Al regresar por tercera vez a mi puesto, ya no está mi equipo. Todo se encuentra cubierto de diarios, la gente todavía alrededor conversando, y yo no dejo ni un minuto de pensar si aquellos que me rodean se han preguntado alguna vez, hacia dónde se dirige esta gran nave, cuál es su misión oculta. Sólo algunos de sus tripulantes, quienes sospechan con cada vez mayor intensidad que ésta nos está llevando a algún lugar fuera de lo real -donde no hay diferencia entre día y noche, entre frío y calor- , desean abandonarla. Y yo miro por la ventana y me río junto a todos de ese agujero absurdo sobre mi cabeza, pero nadie siquiera sospecha que ese agujero lleva mis pensamientos hasta lugares infinitos, por los túneles y laberintos más recónditos de la nave. Y en mi mente una luz se enciende, y mi corazón fuerza sus latidos, es que acabo de encontrar la salida. Por ese agujero podré escapar, y éste está sobre mi cabeza. Mi mente debe echarse a volar y si no puede viajar por los aires, ni ver el sol, tendrá que viajar por túneles y laberintos, de cualquier modo viajando, siempre desplazándose, hacia donde ella misma quiere llegar, no hacia donde ese personaje oscuro de complejos y soledad, quiere a todo el resto.