Cuando mis días están repletos de actividades y deberes, en cuanto tengo un momento libre me escapo a un parque o me encierro en mi ático y son tantas las anécdotas, pensamientos e imágenes que se van guardando en mí que intento volcarlos de alguna forma por necesidad, sino mi vida no vale la pena. Cada cual tiene sus canales, para mí, los canales vitales son las palabras y las imágenes. Sin ellos, cuando mis manos están castradas para delinear o teclear palabras, significa que algo no anda bien. En este sentido claro queda que algo no anda bien en mí, porque hace al menos un mes que no escribo ni una sola palabra, nada de nada, y cuando eso sucede uno empieza a meter el dedo en las yagas más dolorosas de uno intentando descifrar porqué nada nace de un día para otro. Quizás nada vale la pena para ser descrito, quizás no se ha incubado ninguna imagen en mí que me identifique con los misterios del mundo o con los otros. ¡Qué soledad más inmensa! de encontrarse con las manos castradas justo cuando tengo el tiempo de soltar mis manos y hacerlas jugar. Al estar conciente de que no tenía nada que decir, que pasaba por una frigidez intelectual o como se le pueda llamar, empecé a enmudecer poco a poco.
Hoy llegué a ese extremo. Antes no me sentía sola aunque lo estuviera, ahora me estaba sintiendo más sola que nunca porque estaba a sangre fría, conformándome con esta realidad, con lo que mis ojos veían y nada más allá, eso si que es el vacío. Hoy me hice cargo de eso, pesqué bicicleta y me fui a pedalear por la ciudad, en ningún caso esperando que el aire me trajera algún mensaje o recuerdo, o que alguna imagen urbana me diera la solución, no, simplemente me dediqué a pedalear con la mente en blanco y los ojos nublados de ese vacío que me estaba invadiendo. Llegue al parque y decididamente apoyé la bici en un arbol, acomodé mi cabeza con la mochila y estuve unos cuantos minutos mirando la nada, lo que no estaba ante mis ojos, mirando a través de esa pareja con guagua, del jardinero regando, del tipo que vendía panes y que no quería que se me acercara. Entonces saqué esa novela de Vilas Matas "El mal de Montano", de un tipo que está enfermo de literatura, que inventa un personaje que no puede escribir, que está castrado por este mundo, encarcelado por esta sucesión de días y noches que en momentos como este solemos llamar vida.
Entonces justo llegué al capítulo de los diarios, donde Vilas Matas dedica unos párrafos a diferentes autores de la literatura universal en torno al tema de la escritura; de la pasión y castración inherentes a ésta en la mente de los escritores (considerando que hay "mentes de escritores" que no han escrito un mísero párrafo en su vida).
citas, citas y citas...
No digo que esta lectura haya sido mi panacea, pero la literatura sí que lo es, me hace huir de este mundo tan solitario. La dejé dormida y ahora retorno a esa guarida y mágicamente he conseguido comprender el fondo de esta novela o más bien de mí (extrañamente me vi desde el otro lado), espero mantener ese fondo cálido y en un lento movimiento de lava volcánica, por que sólo así el aire corre delicioso dentro mío.
Espero que este sea un nuevo comienzo...
martes, agosto 29, 2006
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