lunes, octubre 22, 2007

De aquellas coincidencias

Una mañana, no muy diferente de cualquiera otra, caminando al trabajo, decido tomar el atajo por la librería de la esquina, la cual suelo atravezar para aparecer a unas pocas cuadras del metro. Al entrar allí, mientras siento el crujir de mis pasos atrasados sobre el suelo de madera, me siento descubierta en mi tránsito cotidiano, pero se me atraviesa la estantería de poesía e inmediatamente recuerdo que es el cumple de un amigo especial. Cómo no lo iba a recordar si ahi vi fragante un libro de la Pizarnik, como el que él me había prestado hace algunas semanas... Ese 3 de octubre me detengo en la sección de poesía con ánimo de regalar y luego en la de narrativa para regalarme. Definitivamente el atajo se ha convertido en el camino más largo. Cuando ya había escogido el Altazor de Huidobro para mi amigo, me dirijo al estante de narrativa hispanoamericana, con el afán de hojear y tantear entre tantos autores conocidos y tantos más por conocer y con justificada razón: Hace un par de semanas había terminado La Montaña Mágica de Mann con Hans Castorp perdiéndose entre otros soldados en un espacio baldío y gris, entre alambradas con restos de ropas y carnes rasgadas. Desde allí no había leído practicamente nada, y ya estaba deseando apoderarme de un personaje página a página hasta enamorarme de él; menuda debilidad la mía. La gracia de ver los libros en esa estantería, a diferencia de verlos en la de una biblioteca, es la posibilidad de adquirirlo "para siempre", leerlo, hojearlo y tomarme todo el tiempo necesario para que pase a formar parte de mis pensamientos. Leerlo, para luego dejarlo junto a los otros en la repisa, un libro que queda siempre medio abierto a algún capítulo, alguna frase satélite o simplemente a una relectura completa. Esa última parte de La Montaña Mágica, que en ese momento quise releer, me hizo valorar el hecho de tenerla físicamente en casa y por ende, el hecho de comprarme otra novela.

La estantería de narradores hispanoamericanos me resulta muy atractiva porque encuentro a muchos más autores por conocer que con los que ya he tenido el gusto (y a veces la desilución). Siguiendo cierta coherencia con mis elecciones literarias en los últimos meses, me tocaba arriesgarme un poquito por las apariencias y escoger una novela de la que tuviera las menores referencias posibles. Y así, de primeras, agarré "El Testigo" de Juan Villoro. Leí la contratapa y hojié el primer capítulo. Se trata de Julio, un profesor mexicano, exiliado en Francia, quien decide volver a méxico con la misión de investigar sobre el poeta Ramón López Velarde. La historia parece interesante, pero me cautiva aún más el narrador, con ese toque cotidiano e irónico para examinar una sociedad de la cual él ya no se siente parte. Entonces me llevo los dos libros y en la caja el tipo me dice "Juan Villoro, seguro te interesará venir esta semana a las charlas y presentaciones sobre literatura mexicana de aquí".

Con la ansiedad propia de quien va atrasada y con una nueva adquisición, empiezo a leer la novela, que me provoca tantas risas como curiosidad. No sabía nada sobre la revolución de los cristeros y en mi ignorancia pensé que podría ser una maquinación del narrador. Poco sabía sobre López Velarde, el poeta que estuvo en el centro de este movimiento, la verdad es que estaba completamente satisfecha con la nueva novela que lejos de un riesgo, se había transformado en un acierto. Tanto así, que llegué comentando a la oficina, con mis compañeros mexicanos y luego logré corroborar la historia de los cristeros con el compañero que me suele acompañar de vuelta en el tren.

Así fue como la semana siguiente, sentada en una sala de clases esperando al profesor que debía haber llegado hace cinco minutos, saco "El Testigo" y comienzo a leerla. Apenas la había abierto cuando entra el profesor diciendo "Tenemos a Juan Villoro". Yo levantando la vista, le digo "¡Claro!, aquí lo tenemos" y él "Está aqui en la facultad". En ese momento, un poco desconcertada, cierro la novela y me quedo pensando cómo puede ser posible tal coincidencia. Y me imagino que voy a la cafetería y le hablo. En ese momento, Villoro se encontraba dando una charla en una de las salas y el profesor me dio permiso para salir. Pero yo preferí no perderme la clase y seguir fantaseando con esa improbable realidad. El creador de esa magnífica novela estaba a tan solo unos metros de mí.

Cuando acabó la clase, mientras salía al patio comentándole esta anécdota a mi compañera, diviso a lo lejos a Juan Villoro. Ya era de noche y se encontraba conversando seguramente con algunos editores y catedráticos que parecían muy serios y empaquetados. Villoro era un tipo joven, alto y de actitud sencilla. No parecía un reconocido narrador. De pronto, en un impulso me obsesiono con la idea de hablarle, pero mi timidez me lo impide. De todos modos no tenía nada que perder y tenía su novela bajo el brazo. En el peor de los casos me ignoraría. Entonces, con esa sensación del que no tiene nada que perder, me dirijo directamente hacia él y rompiendo su círculo lo saludo y me presento "Hola Juan, soy Isabel, es un honor y una sorpresa encontrarte aquí" y le conté que estaba leyendo su novela y que no tenía idea que él estaba ahi. Y le conté exactamente lo que había sucedido en la sala de clases hace un par de horas. El parecía casi tan sorprendido como yo "Vaya coincidencia, ¡qué bien!" "¿De dónde eres y que haces por aquí?" me preguntó. Y yo empecé a contarle qué hacía en esta ciudad. Aproveché también de contarle si conocía a Bolaño de México y él me contó que por supuesto, que se habían conocido de muy jóvenes. Cuando él tenía 15 y Bolaño 18, él había ganado un premio de cuentos y Bolaño el de poesía. "Era la época de Los Detectives Salvajes, de los infrarrealistas, por ahi andábamos todos dando vueltas". Luego me contó que iría a Chile en mayo a lanzar un libro de ensayos en la Portales que andaba de paso por Barcelona y que mañana iría a Girona. Volvimos a comentar esta maravillosa coincidencia y me dedicó lo siguiente:

"Para Isabel. Con el gusto de comprobar que el destino trabaja para reunir a autores y escritores del modo más inesperado. Afectuosamente. Juan"