Es curioso cómo la mente de uno es capaz de montar todo un paisaje fantasioso a partir de una "expectativa", palabra que en gran parte de los casos puede pasar por sinónimo de ilusión o sueño. Hay veces en que las expectativas coinciden en cierto grado con la realidad, pero la mayoría de las veces no y uno es bien terco en comprender que a veces es mejor no hacerse ninguna expectativa y vivir esa situación, conversar con esa persona o leer esa novela sin tanto juicio previo. Otra cosa es disfrutar de la expectativa misma, saborearla y vivirla como un maravilloso sueño sin medir la realidad en relación a ella.
En fin, creo que varios podemos coincidir que desilucionarse en base a una expectativa muy alta es jodido y nos pasa todo el tiempo, con los detalles más cotidianos.
Conseguí unos honguitos para el fin de semana, hongos mágicos que me harían tener un precioso viaje con la naturaleza, transformarme en un ente capturado entre las ramas de los árboles y el cemento de la ciudad. Llegaron a mis manos, los cuidé y conservé durante la semana para el esperado día en que partiríamos cerro arriba. En una roca a los pies de las montañas que rodean Santiago nos comimos esos pedacitos de hongos mezclados con tierra que parecían pedacitos de barro negro con un dejo a sabor a champiñón. Cada uno comió su pequeña porción y comenzamos a subir el cerro, caminando por una preciosa cuesta medio desértica llena de flores silvestre, como un desierto florido con toda la ciudad a sus pies. Paisaje que nos llevaría a desplazarnos como duendes y encontrarnos en un mundo perfecto, sin el juego del tiempo. Pasó la primera hora y disfrutábamos inmensamente del paisaje, pero seguíamos igual que siempre, y así comenzó a pasar la tarde y nada fuera de lo común, el tiempo seguía marcando su paso. Entonces seguimos montaña arriba y nos tiramos en una loma llena de flores a mirar el paisaje y sentir el viento, y sí, la sensación era alucinante, el lugar lo era, pero éramos nosotros como en un día cualquiera, y los honguitos ná que ná. Entonces nos resignamos y seguimos nuestra caminata ahora confiando en los poderes naturales de nuestra mente, los que sin ayuda de ninguna planta mágica y con bastante inspiración y concentración se pueden echar a andar. Y luchamos contra el calor, caminamos y nos insolamos hasta bajar a la ciudad por el veraniego Fanshop en la plaza y luego resignarnos más aún a la urbe y meternos en una sala de cine a ver la película menos indicada para una tarde llena de expectativas no cumplidas -"La caída"-, bueno, pero el fanshop estuvo bien refrescante y esa lomita en el cerro, uff, deliciosa.
martes, octubre 11, 2005
martes, octubre 04, 2005
Vamos andando
Caminaba sin parar, mis pies recorrían ciudades, bosques, pastizales, desiertos y pantanos. Mi mente abierta a los escenarios que me iban encontrando, como los Queltehues que quisieron atacarme con su filuda garra o el simpático camionero que me convidó la mitad de su marraqueta. Más al norte, la selva pantanosa intentó capturarme, detener mi incansable paso, pero no lo consiguió, un pedazo de liana se desprendió para sacarme de allí y permitir que éste continuara. Comencé en el sur, ya voy en el centro, al parecer me dirijo hacia el norte, pero si llegase ahí, tendría que volverme al sur. No puedo detenerme, solo lo hago algunas horas por las noches para guardar energías en espera del camino de mañana, para seguir recorriendo, infinitamente, el mundo.
A lo lejos siento un ruido conocido, me suena como a teclado de computador, es una sola tecla detenida en el tiempo. Despego los ojos y me encuentro en un escenario completamente diferente, acaparado por una pantalla que atrae mi vista demoníacamente. A mi alrededor los paneles y teclados lejanos de otros computadores, algunos teléfonos sonando y voces hablando al mismo tiempo. Los paisajes recorridos por mi caminar indetenible han desaparecido, ahora estoy sentada, detenida con mi mente obligada por la pantalla, a ratos recuerdo ese sueño cuando veo los cerros por la ventana y me imagino que a pies agigantados recorro de loma a loma a cada paso.
Sentada, inmóvil, mi mente recuerda y proyecta lo que ha de venir (con un optimismo que no está nada de mal) Intenta abrir entre tecla y tecla, entre panel y panel, un espacio de viaje y movimiento. En el lugar menos seductor de esta torre encuentra su sueño nómade.
Cerré las última página de "El Hablador", una novela de Vargas Llosa sobre la tribu amazónica de los Machiguengas, su mitología y su tradición oral. Los Machiguengas deben andar sin parar, caminar por la selva y la sierra sin detenerse, porque al detenerse el sol se cae y el orden cósmico se desarma. Así como los aztecas debían sacrificar a sus hombre para que su sangre alimentara el movimiento de los astros.
Me pregunto si realmente el hombre es un ser sedentario por naturaleza -como nos han hecho creer desde el primer día de vida- que nace para en algún momento establecerse, echar raíces, asentarse en su tierra. O si somos nómades, viajeros del tiempo y el espacio, que si no lo es nuestro cuerpo que siempre busca desplazamiento y está en constante movimiento desde su más ínfima molécula, lo es nuestra mente, capaz de desplazarse por los lugares más insólitos, de crear e interpretar mundos, de viajar por los más peligrosos y seductores paisajes. Yo apuesto por lo segundo, que no hay que dejar de caminar, que la noción de sedentarismo, de fin último, de estaticidad es solo una ilusión. El hombre necesita inventarse esta suerte de paraíso estático donde descansar y detenerse, pero el mundo, el universo y la sangre está en constante movimiento, ¿cómo tanta soberbia de intentar detenerlo y generar conceptos estáticos? es como esas frases que uno oye de "Ella siempre ha sido así" o "todos los ingenieros son cuadrados" o "la felicidad te espera detrás de esa puerta" o "te quemarás en el infierno2. Como si se tratara de espacios detenidos e inamovibles. Si sabemos que hasta la más sólida roca se compone de moléculas en movimiento.
Sentada aquí, frente a este teclado y la "rutina", pienso que debo partir, abrir las páginas de "Los vagabundos del Dharma" y echarme a viajar por lugares desconocidos. Si no, viene la putrefacción, el pozo estancado, el templo de la descomopsición, la depresión y el descontento de tantos hombres-fantasmas asentados a nuestro alrededor. Por eso, cuando creemos que el mundo está por acabarse, que un juicio nos llevó a una profunda desilución o que una ley científica ha desplazado alguno de nuestros sueños, hay que alertarse y creer en el movimiento, donde todo es posible, donde lo que ahora está arriba después estará abajo. Y en ese andar vamos descubriendo, que la vida es una insólita obra de arte, que nos descoloca, conduciéndonos por lugares secretos -porque solo nosotros los estamos conociendo-, que no estamos para detenernos ni conformarnos con las respuestas que nos dan a nuestro alrededor, que estamos para explorar y eso es existir.
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