martes, marzo 17, 2015
Blog interruptus
Tenía completamente olvidado este blog, tanto así que un día de ocio en la oficina me acordé de él y no encontraba la dirección. Esto se debe a diversos factores, entre ellos, que ya nadie lee blogs -lo cual me acomoda en este momento confesional-, y sobre todo la maternidad. La falta de concentración en materias diversas que ha traído consigo la llegada de Salvador, que ya va camino a los 4 años, me hace recordar a mi madre con su pila de libros sin terminar en el velador, claro que mi madre tuvo seis hijos. Tanto así, que todavía no logro que me preste la biografía de Einstein que le regalé hace al menos cuatro años, porque “no la he terminado”, me dice. Cuando recién nació Salvador, leí y escuché en varios lugares que la hormona de la lactancia dificulta la concentración en materias más elaboradas, y en un comienzo me sentí completamente identificada cuando apenas podía digerir un artículo de la revista Ya, y al ver que mi satisfacción existencial aumentaba junto con el volumen corporal de mi guagua obesa -sí, era médicamente obesa, y a punta de la teta de su madre-. Eso de la lactancia ya pasó hace rato, y todavía hay algo en mí que no se recupera. Me pregunto cuánto esfuerzo necesito para volver a devorar libros insaciablemente como en mis tiempos mozos, ¿o es que esto será irreversible? Según mi madre, después de la crianza quedó con un déficit atencional crónico. No creo que sea mi caso, pero ahora entiendo a mi madre -en esta y muchas otras cosas-. Todavía no he logrado ponerme al día en asuntos literarios y menos musicales. Siento una necesidad de volver a ser yo misma, recuperarme, o volver a esa versión anterior que ahora idealizo, y en este momento -una confesión impulsiva- salir corriendo de esta oficina, lejos, muy lejos, para no volver más. Pero he aquí con los pies bien puestos en el asfalto santiaguino para pagar las cuentas de fin de mes, porque ya no soy sola y ese otro ser necesita seguridad, me sopla una de las tantas voces que a veces dialogan dentro mío. Otra voz me sopla que es fácil volcarse hacia afuera y echarle la culpa de todo a la maternidad, a la ciudad capitalizada y al hastío laboral de este momento. Una voz más sabia me dice que la culpa no existe, que las cosas no son buenas ni malas y que cuando algo está apretando hay que tener los ovarios para salir de ahí y seguir nomás. Tomar decisiones, quizás partir por terminar esa novela que desde hace unos meses he estado usando como soporte del computador para ver esas series adictivas, noche tras noche. El retorno a mi misma empieza por crear, despegar los pies del asfalto, caminar ligera y sobrevolar un poquito esta ciudad ciega. Decirlo ya es algo.
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