Lo conocí en una cancha de futbol y al poco tiempo me metió un golazo, pero la pelota atravesó la red y se fue tan lejos que el partido no pudo seguir. Inventó una lata para seguir chuteando, pero ya no era lo mismo y se frustró, tiró la lata a medio campo y abandonó el juego. Yo seguía a la defensa del arco, pensando que la lata también podría traspasar la linea, o que alguien, quizás, con un poco de imaginación, podría sustituir la pelota. Pero luego me di cuenta, cuando ya nadie tenía ganas de jugar, -ni siquiera de chutear una maldita lata-, de que el juego se había acabado y me salí de la cancha a buscar otro juego, para no pensar en lo que pienso, y ¿qué pienso? justamente ahora estoy tentada a pensar ¿porqué fui la única que no me importaba seguir en una pichanga sin pelota?... da igual, mejor pensar en algo más importante que una lata o una pelota –aunque debo reconocer que algo tan estúpido puede apoderarse de mi mente-
Para ventilar mi cerebro de semejante desilusión, decidí ahogar mis penas en el camino a casa, que en ese momento se había hecho demasiado corto para todo el tiempo del que disponían mis pasos, acompañados de un cigarro. Cuando salí de la cancha, mi objetivo comenzó a aparecer como un espejismo, que a medida que me acercaba a él, se iba transformando en un lugar. Una barra, un par de chicos sirviendo, yo en un costado, y una multitud para observar sin ser observada, ni descubierta. Dentro del espejismo, yo sentada a un costado de una larga barra que abraza incontables botellas (presente) de tragos familiares y desconocidos, sifones, dos chicos, un tablero de ajedrez cerrado, un lavaplatos, una bolsa llena de basura... pero me enfoco en el tablero y me inflo imaginando que quizás alguien quiere seguirme una partida, luego me calmo y tomo un trago del vino que recién me han llenado. No quiero ligar, no quiero mirar más allá de lo que pasa a este lado de la barra. seguro que alguien me ve ahí sola y quiere llegar -imagino-, pero eso no es parte de mi espejismo inicial, así que decido no enfocar a nadie fuera del campo de juego. Todo lo que sucede tras la barra es nombrado con mis palabras imaginarias a medida que lo voy mirando. Solo me enfoco a los objetos y los vuelvo a nombrar de un brochazo: el ajedrez, se llama cacique; esas botellas uniformadas se llaman pandoras; los sifones, grifos y los destilados -con sección dedicada-(whisky: scarface; brandy: oliveira; ron, manolo; pisco, casca; cachaza, reptilia; vodka, strotzil; tequila, picotazo; mezcal, cactelote; martini, aníbal...)
Cuando necesito algo se lo pido al joven –aún no identificado- y si se me acaba el tabaco, a otro que esté cercano. En teoría no me falta nada. He contruido un lugar perfecto desde aquel costado y me siento segura. El único problema es no mirar demasiado el tablero ni ningún objeto de la barra, ni menos con mi natural cara melancólica, que en cuanto se concentra en cualquier objeto o persona, se frunce, antes de saber de qué se trata. Una cara que se frunce en cualquier acto de concentración o enfoque.
Desde afuera alguien me pide fuego y en seguida me pregunta si estoy enfadada, lo cual reafirma mi complicidad con todo lo que sucede del otro lado de la barra, y claro, es la típica forma de engrupir… esperando que le diga que no lo estoy y que estoy sola. Pero en ese momento no lo estoy porque todos los objetos a mi alrededor han sido nombrados y “domesticados” por mí, y por eso me siento la “reina” de ese espacio y por eso siento que los que están del otro lado –de la barra-, deben respetarme y tratarme como una reina y con solo pensarlo mi copa está siendo rellenada por uno de los de mi lado y luego otra y otra… tan reina yo ahí hasta que el lugar se ha vaciado. Claro, porque soy la reina y no me voy a liar con ninguno de los que quedaron, eso sí que no… a menos que me atrajera desmedidamente alguno de ellos, cosa que no me pasa muy a menudo. Ya se me ha olvidado la escena de la pelota o lata de fútbol y ya ni sé porqué estoy tan peda en ese lugar, olvidé el referente inicial, el motivo absurdo que me llevó hasta allí. Entonces me paro digna y busco monedas para pagar, pero claro, no sé cuántas tendré que pagar (para mí es impagable la dedicación con que he mirado el otro lado), y ya les contaré con qué pagaba esas copas de vino (no sean mal pensados).
Y así fue como ese lugar lo hice propio y nunca me dejó volver acompañada, hasta que conocí a Renata, con quien abrimos ese tablero, jugamos todas sus piezas y nos hartamos de beber vino. Ella compartía esos secretos del otro lado hasta hacerse mi más fiel cómplice, al punto de hacernos adictas a los vinos, al tablero y luego al culo y a los ojos –respectivamente- de los argentinos que habitaban de ese lado… la historia continúa...
viernes, enero 19, 2007
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1 comentario:
Isa, retomaste el blog!!! Qué bueno!!! Por estos días estás en Chile, pero no hemos podido vernos... Ojalá organicemos! Te mando un abrazo gigante. Pili.
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