martes, junio 28, 2005

El viejo chamán del Mapocho

El viejo chamán del Mapocho, oculta su delirio espiritual en su enorme panza de choripanes, chops, chunchules, chacareros y chichas chambreadas.
-La corte del Mapocho se ha cerrado para usted, ahí solo pasean micros y peatones cotidianos, incapaces de hipnotizar quiltros y dejarlos arrojados en caóticas posturas.
Chamán del Mapocho, ha devuelto horriblemente los choripanes, chops, chunchules, chacareros y chichas chambreadas; ha destripado la acera, de donde emanan fétidos vapores fermentados por el sol de su tarde, que para usted son perfumes etéreos, encarnaciones divinas.
Viejo chamán del Mapocho, coge fuerzas de calles reventadas, ha abierto su tercer ojo, atravesando asfalto, tierra, piedras, minerales y mares subterráneos, hasta alcanzar el fuego.
Su tercer ojo divisa grietas a lo largo y ancho de la acera, que escupen lava del comienzo, petrificando a quiltros; abandonándolos en las posturas más sórdidas.
Chamán del Mapocho, bebe sueños de perros de piedra y llena con ellos su panza, de aires oníricos, de sombras amarillas, de mandalas giratorias... y de la voz de la vieja que le dice:
-¡Ya poh gordo! ¡levántate! ya está güeno ya, ¿no ví que se te han pasao toas la micros?
-Y mira cómo tení a esos pobres animales, ¡si serai desgraciao!

martes, junio 21, 2005

Un nombre para cada día

En un encuentro casero, mientras con mi mayor esfuerzo estrujo limones con un mortero, hago un recuento de mi día y me detengo en una situación particular. Ese día 16 de junio de 2005 se me han atravesado por lo menos cinco embarazadas en diferentes puntos de la ciudad, lo cual no pasa inadvertido a esas horas de la tarde, cuando se procesan las sensaciones del día. Entonces me pregunto ¿por qué hay días en que se repiten tipos de personas o situaciones?. Hoy fue el día de las embarazadas, pero el miércoles de la semana pasada fue el de los yupis; ayer, el día de los bancos ocupados por viejos llenando crucigramas y mañana quizás será el de los quiltros o el de las mujeres crespas, quién sabe. De acuerdo a estos detalles de mi cotidiano, cada día podría llevar un título.

Esa mañana, montada en mi bici por Providencia, se me atravesó una mujer embarazada, y desde ese momento comencé a ver embarazadas en la oficina, cruzando la calle, en la farmacia y el supermercado; situación digna de una reflexión personal. Me pregunto ¿qué cresta está pasando?, ¿será mi psiquis que anda invocando a mujeres panzonas? ¿o una mera coincidencia?, y de manera más esperanzadora me pregunto si será algún tipo de símbolo que me anda buscando.

Luego de esta reflexión, despierto al día siguiente consciente y atenta a detectar algún tipo de situación que se repita ante mis ojos, y resultó ser el día de los viejos. Por todos los bancos habían viejos sentados. Después de reiteradas situaciones de ese tipo y a partir de la intuición mi mente comienza a cuajar una idea y es que la infinidad de información que uno recibe en la ciudad no es tan dispersa, siempre hay alguna lección o imagen que te queda del día; algún símbolo que va a tu encuentro y te hace simplemente pensar "ahá, las cosas no son tan obvias por acá"

La ciudad merece al menos ganarse un título al día, por que a fin de cuentas cuando algo se te repite mucho merece un poquito de atención.

Entonces en busca de una situación análoga, una imagen viene a mi mente, se trata de un laboratorio donde un hombre de delantal blanco espera pacientemente desde su lado del microscopio el encuentro de dos células. Horas, días y años pasan sin que nada extraordinario suceda, pero un día como cualquier otro, en el momento menos esperado y sin causa alguna el lente refleja con claridad el encuentro, marcando el inicio de una serie de encuentros que se repiten en el tiempo. El biólogo extasiado grita "lo tengo!" "Mira huevón!" "Aquí está la solución".

Después de todos esos años, en que las células ni se habían rozado, un día por una razón desconocida se produjo el encuentro que dio origen a "la fórmula" y luego a la "Ley". Las preguntillas vuelven a irrumpir en mi mente ¿Qué pasó ahí? ¿Habrá sido su psiquis la que invocó ese encuentro? ¿una mera coincidencia? ¿un símbolo –ahora fórmula, ley universal- que lo andaba buscando?

Mal que mal, -dicen que...- parte de la teoría del a relatividad nació de un sueño...

A veces apuesto por que estas situaciones cotidianas -que pueden cambiar nuestra historia- o redes de coincidencias nacen del azar. El azar, constituye el presente; ese espacio donde me encuentro rodeada de una serie de objetos depositados en ESE momento a mi alrededor solo porque mis ojos existen para verlos. Todos esos elementos, son capaces de transmitirme cierto mensaje como si fueran sombras difusas de algún cuerpo nítido que se esconde tras lo más cotidiano y pequeño.

Por eso quizás cada día merece llevar un título.

miércoles, junio 15, 2005

Te pillé

Después de un día más de trabajo, me dispongo a caminar hacia el metro tratando de esquivar la lluvia y de adquirir el primer paragua ambulante que se atraviese en mi camino. Una vez protegida, me dirijo a una librería para obtener un acrílico negro, que meto en la mochila después de reiteradas advertencias de la vendedora.
-Le va a explotar lola
-No, si no pasa ná, le digo con toda seguridad y me dirijo decidida al metro, esperando al fin llegar a la casa porque el hambre me está matando.
En la boletería compro dos boletos de horario alto y recordando las palabras de la vendedora, me aseguro de que el acrílico aún se mantenga en su lugar y de pasadita aprovecho de cerrar uno de los bolsillos laterales de la mochila que se mantiene tentadoramente abierto -¿yo con algo abierto?-

Esperando el tren, siento un sutil tirón en mi espalda y reacciono inmediatamente tocando el bolsillo chico de la mochila y me entero de que éste está completamente abierto y sin mi billetera.
Mi reacción fue inmediata; con un acto reflejo, me doy media vuelta y agarro al primer tipo que se encuentra rosando mi espalda "¡Mi billetera!", "devuélveme mi billetera" "¡Me robaron!, ¡me robaste!" le decía haciéndome la convencida de que él había sido aunque en el fondo de mí guardaba cierta sospecha de que podría ser inocente.
-¿Yo?, no, yo no tengo tu billetera, me dice descaradamente soltando una ráfaga a copete que confirma su culpabilidad.
Yo lo seguía culpando. Lo tenía agarrado de la chaqueta y él trataba de librarse y meterse al vagón que recién se había detenido frente a nosotros.Y una vez que el tipo esta dentro, cuando las puertas empiezan a cerrarse, lo saco de un tirón mientras intento descifrar lo que unas señoras dentro del tren tratan de decirme. Apuntan el suelo, y yo les grito "¿Está adentro?, ¿se quedó en el tren?"
"No, en el suelo" me gritan dos de ellas haciendo toda clase de gestos y apuntándome.
Cuando me doy vuelta, el supuesto ladrón había escapado y mi billetera estaba tirada en los rieles eléctricos, abierta de par en par, donde podía ver hasta la patética foto de mi carné.
-Bueno, al menos ahí está segurita me dije y llamé inmediatamente al guardia para contarle todo.
-No se preocupe, le vamos a solucionar su problema, me aseguraba él con espíritu heroico y un entusiasmo casi maniaco, -clásico de los guardias de lugares donde no pasa nada exitante-

Guillermo, como dijo llamarse, corría de un lado a otro, y usaba su "wokitoki" para comunicarse con otros guardias y con el único Ser que podía meter sus manos en los rieles y dar la orden de cortar la corriente.
Me pasé desde las siete hasta las 10 de la noche esperando que el único con el poder de desconexión apareciera a salvar mi billetera, para lo que tuve que hacer hora paseándome por las calles de Provi, con lluvia y mi nuevo paragua.
El final fue felíz, la billetera volvió a mis manos, con todas las lucas y documentos, y alcanzé a tomarme el último metro para llegar a mi casita.

martes, junio 14, 2005

Shao Hello

Hello, no es un saludo, es el nombre de un gato diminuto que fue encontrado por Eugenio en el edificio Diego Portales ahí en la Alameda justo hace un año atrás. Los ojos pegados, el arpa de costillas y unos tímidos miauuu bastaron para que Eugenio decidiera que ese sería el tercer habitante del depto. Así pasaron los meses y Hello, -como ridiculamente pasó a llamarse desde antes de que pisara el depto-, comenzó a engordar y a transformarse en un gato sano, regalón y sorprendentemente grande. Algo así como un gato montés con cola de zorro que te esperaba a la entrada de la casa como un perro y te seguía en toda la rutina persiguiéndote los pies. El único problema entre lo regalón y bien bonito que nos salió, es que era un gato aguja, que saltaba desde el suelo hasta tu hombro para luego saltar nuevamente al suelo y dejarte dos sospechosos rasguños bastantes profundos. Insistía en morder y rasguñar pero siempre jugando.

Un día, cuando entró otro macho a mi vida, Hello comenzó a comportarse muy raro.
Me acuerdo una noche que llegué a mi pieza y había un olor asqueroso, que me expulsó como de un puñete de ahí, aunque bastaron solo unos minutos para que en una actitud heroica entrara a buscar minuciosamente el lugar donde se encontraba la sorpresita . Busqué y busqué hasta encontrar una poza de agua que me llevó a la conclusión, a partir de mi cultura felina, de que había marcado territorio. No había otra opción porque no era olor a meao, era olor a zorrillo apestosó, no sé, ese olor inimaginable como mítico.

Luego de dormir rodeada de inciensos y ventanas abiertas, abro el primer ojo decidida a hacer un aseo profundo y de paso a perdonar el primer desliz del simpático gato-perro que ya se había ganado todo mi amor maternal. Levanto cama, saco todo del closet, trapeo el suelo con cloro y luego cera, pero nada... no hay caso con el olor a zorrillo y me resigno a llevar una vida animalesca y dormir con olor a mierda.

Dos semanas después, en busca de mi querido cassete de sones entre las telarañas del último cajón del clóset, me encuentro con una insólita sorpresa: se trata de dos mojones secos de donde viene la esencia del olor que impregnó mi pieza, mi ropa y mi vida durante esas dos semanas.
Fue tal mi placer al ver la solución tan concreta y compacta de un problema al que ya me había resignado, que pesqué el par de mojones con la mano, los tiré a la basura y me fui a tomar unas chelas con la Ema para celebrar.

Pero esto no terminó aquí, ese fue solo el comienzo de lo que después sería una pesadilla. Con ese mojón y esa "meaíta" que Hello se pegó en las profundidades de mi clóset, se dibujó una cicatriz fatal, se marcó TERRITORIO.

Un mes después, entrando a mi pieza, encontré a Hello detrás de un cuadro embalado cerca de la puerta, cuando intento tomarlo, el gato se transforma en una fiera, sus orejas se vuelven hacia atrás y salta directamente a mi brazo entre espantosos gritos, como esos que se oyen en las noches de agosto, maullidos terroríficos de mi propio gato adherido a mi brazo, destruyéndolo entre mordizcos y arañazos, mientras yo lo sacudo por varios segundos hasta lograr deshacerme de él, tirarme a la cama, y esperar que Eugenio hiciera lo suyo, es decir, lo sacara inmediatamente del lugar del ataque. Sin entender lo que había pasado, se me acerca:
-A ver Isa, muéstrame tu mano
-Noo, no quiero, le decía yo sin querer mirar la media cagá que intuía había dejado el gato en mi mano.
Hasta que me veo y efectivamente tenía heridas profundas que lavé y después de una semana olvidé y luego de un mes sané.

La vida siguió normal en el depto con Hello, nunca supimos lo que había pasado esa vez en la pieza ¿un susto?, ¿el comienzo de su apetito sexual?, en fin, preguntas que ni el Juan Pablo -veterinario mula de la esquina- fue capaz de contestar.

Después de un buen rato, después que Hello vigilaba a diario la entrada de mi pieza y se introducía como una bala apenas entreabría la puerta, su actitud volvió a ser violenta y tras días de discusión decidimos castrarlo. Sé que es terrible y patético cambiar a un gato-perro-montés, por uno de peluche gordo y pajero, pero en este caso era un tema de seguridad; la única manera -egoísta en todo caso- de retener a Hello entre nosotros era castrándolo, lo otro era dejar que se tirara por la ventana y se quedara sin ojos por caliente, porque los gatos, así como los potros y muchos humanos terminan volviéndose locos.

Finalmente castramos a Hello y no fue tan terrible a excepción del día siguiente que andaba medio ahuevonado con la anestecia y se le notaba cierta incómoda molestia en el poto, pero después de un par de días andaba de un lado para otro como si nada. Igual de activo y juguetón como siempre, hasta que a ratos su miraba se volvía hacia mí y sus maullidos empezaban a magnificarse hasta que teníamos que echarlo del living y encerrarlo en el balcón porque era un claro signo de violencia y preataque.

Justo cuando a Hello le habían cortado las bolas, a mí me sacaron las cuatro muelas del juicio, es decir, éramos dos convalecientes en un espacio de unos pocos metros cuadrados y compartíamos amenamente en el living con Eugenio, Ema y Rosario. Decidí meterme a mi closet (que después del incidente del mojón había sido meado en reiteradas ocasiones por Hello, pues efectivamente era su territorio) y sacar una bolsa que tenía al fondo con ropa sucia, cuando me doy cuenta que está toda mojada, la huelo y me da una fuerte impresión de que es meao de gato. Entonces, voy al living con la bolsa tomada a duras penas entre mi pulgar y mi índice y le digo a la Ema -Huele por favor ¿fue Hello o no? y la Ema me dice -Emmm, yo creo que sí.

-Eugenio, a ver, huele tú. Y cuando Eugenio se acerca a la bolsa, el gato se me tira asesinamente a la pierna derecha, gritando como si lo estuvieran matando y mordiendo y rasguñando como nunca hasta botarme al suelo y cuando se dispone a tirarse a mi cara, Eugenio interviene y saz! se tira al brazo de la Ema que estaba tranquilamente sentada en el sillón del frente y luego a Eugenio mientras yo me incorporo rápidamente y me subo al sillón. Eugenio con la silla, cual domador de Leones lo tira al balcón. Nos revisamos las piernas y brazos respectivamente y habían heridas profundas e hinchadas, casi como para ir a la posta...(continúa)

El otro yo


En un entorno silencioso, vacuo y oscuro, se encuentra cómodamente depositado mi cuerpo. Intento mover mis extremidades pero éstas flotan levemente, dejándose llevar por el espesor líquido que me rodea. He perdido la voz, lo supe cuando emití un primer sonido que se tradujo en cuatro ágiles burbujas ascendentes. Nada tengo que decir, el silencio y la calidez líquida de este lugar han restado cualquier ansia o carencia a mi incipiente persona. Nada hay que reprochar aquí, el tiempo no existe, no hay muerte, los minutos, el pasado y el futuro se han disuelto en el líquido amniótico.

De pronto, la paz que me alberga se ve interrumpida con la aparición de un cuerpo extraño, dos pequeños ojos me observan y desaparecen nadando hacia un lejano punto de luz. Su ínfimo tamaño parece potenciar su intensidad, se trata de un punto quemante de luz que me atrae con ineludible fuerza, marcando la primera diferencia, el primer segundo de mi vida. Comienzo a nadar hacia él, no veo más opción que acercármele, dejándome arrastrar por la corriente líquida, mientras una ráfaga de aire se cuela en mi guarida y luego en mis narices hasta hacerme explotar en llanto. Ahora la necesidad de salir, de traspasar esa luz, se me ha tornado un asunto de vida o muerte, mi piel se ha vuelto azul, necesito más de ese aire, si no lo alcanzo moriré. Ahora intuyo que hay un fin, desde que divisé esa luz, supe que iba a morir, que algún día todo esto terminaría. Diviso un enorme vacío a mi costado, un espacio que parece haber sido ocupado por otro como yo, pues guarda las mismas proporciones de mi cuerpo. Probablemente habrá sido alguien que pasó por una situación similar a la mía, pero que ya habría abandonado este lugar, tal como me comienza a pasar a mí, mientras nado desesperada en la tormenta, exigiendo aire con el incesante llanto, en espera de la paz del naufragio en una costa tranquila.
Recuerdo esa oscura noche donde lo único que se divisaba en el cielo era una brillante e imponente estrella, mientras recostada en el pasto, comenzaba a sentir el peso de la oscuridad. Con el afán de alcanzarla, imaginando esa noche como un gran sombrero de copa negro atravesado por un pequeño agujero de luz, mi mente se echó a volar, emprendiendo viaje hacia aquel lugar luminoso, que absorbería el pasado, el futuro, los recuerdos y proyecciones que tenemos los vivos.

Mi mente viajaba rauda por el espacio silencioso acercándose cada vez más al objetivo de luz, y con la expectativa de atravesarlo, me percato que no hay más del otro lado, sino una enorme pupila que me observa. Se trata de una mirada tan contenedora y profunda como el poderoso reflejo de la luz de una estrella. El ojo dueño de la mirada parecía ser el de un viejo animal prehistórico, un ojo reptil e inmortal, que guardaba la sabiduría de la vejez originaria. Al sentir la humedad del gran ojo junto a mí, y ya olvidando la fantasía del mundo del otro lado, decido hacerle entrega de todo mi amor: abro uno de mis pequeños ojos y en un leve roce con el viejo, comienzo a girar a su alrededor, iniciando una danza en su honor, ojo con ojo, toda la eternidad en una mirada.

Sigo nadando, mis pies y mis brazos se mueven mientras mi cabeza ha quedado atrapada entre dos paredes. Ya no veo la luz, creo que estoy en ella, ahora una mano enorme envuelve mi cabeza y me arroja hacia otro lugar frío e iluminado. Me siento desprotegida aquí, pero al ser depositada sobre un gran cuerpo cálido comienzo a sentir la necesidad de abordarlo y avanzar sobre él hasta encontrar otro pequeño cuerpo como el mío y una superficie que en contacto con mi boca me entrega el más reconfortante y tibio alimento. Entonces recuerdo ese espacio vacío en mi guarida anterior y comprendo que quien ocupó ese lugar, me acompañará en este extraño viaje.

Al despertar de ambos sueños paralelos, corro a verme al espejo y cuando mis ojos toman contacto con los del otro lado, veo en aquellos una mirada tan fraternal y amorosa como la de aquel viejo ojo del sueño. Entonces, comprendo que mis sueños simultáneos de nacimiento y muerte representan un inacabado viaje hacia el otro lado del espejo, pues nunca pude abrazar aquel lugar que allá imaginaba.

Los ojos que me devuelve el espejo ya no son míos, de tanto mirarlos parecen ser de otro que me vigila desde lejos y en un llanto silencioso me suplica ayuda. Me encantaría poder estar del otro lado, me digo, y poder ayudarte, he intentado crear dibujos y poemas que me puedan llevar hacia ti, y mediante ellos consolarte. Inaugurar un pensamiento o dar vida a una nueva sensación solo para curar tu pena.

Instalada frente al espejo, espero inútilmente que este se abra ante mí, desentierro la intuición dibujada del paisaje que podría existir del otro lado y rememoro los poemas construidos en honor al mundo ausente.
Es inútil, las palabras que componen esos poemas, nada quieren decir por sí mismas, solo intentan representar eso del otro lado, eso que no conocemos, ese espacio que se instala entre yo y tú. Mis palabras intentan soberbiamente reconstruir un mundo del que ellas no forman parte, ¿cómo así? ¿de qué se trata toda esta ilusión? ¿quién es ese otro que me observa con tristeza a través del espejo?

Aquí, desde este lado pienso en palabras y me siento prisionera de lo irreal observando esa triste mirada, concluyo que no hay más salida que jugar sobre el cristal, entonces tomo el tubo de pasta dental y comienzo a cubrir ese rostro de grandes caracoles, espirales y figuras humanas.
¿Será que el hombre y su fe ciega en las palabras, lo ha llevado a quebrar el espejo? ¿Será que nuestro arte ha actuado como un gran puñetazo contra la fragilidad de sus cristales? La relación entre aquí y allá, entre yo y el otro, entre lo que conozco y lo que no, ha sido fragmentada, trizada por el soberbio puño de quien quiere atravesar sin costo alguno hacia aquel lugar, del que tras milenios de existencia, solo hemos recogido algunos rastros.

Vuelvo a observarme en el espejo fragmentado y entre los lúdicos dibujos, logro ver del otro lado una cara descompuesta y ajada, ahora mi nariz ha quedado en el lugar de mi frente y mis labios en mi cuello. El orden de ese rostro ha cambiado, uno de sus ojos me devuelve una lágrima, y el mío hace lo mismo desde este lado.
Entonces con la misma intuición de los sueños de este relato y dirigiéndome a mi imagen desdoblada, quien pasa a representar a quienes creen en el valor absoluto de la palabra, le digo: "usted solo ha cambiado el orden, usted solo ha realizado una jugada más, pero sigue aquí, de este lado. Usted ha tomado lo que ya existe y lo ha desordenado un poco, eso es todo, pero se está alejando y atrapado en el engaño no podrá regresar a aquel confortable lugar, donde pasado y futuro aún no existen, donde en la quietud de la oscuridad aún no aparece esa lejana luz"

El muñeco

Qué agrado regresar a casa después de tan largo día, la lluvia aún se escurre por mi pelo y mis piernas. Lamento no haberle puesto el tapabarros a la bicicleta. Los charcos mezclados con la arcilla del parque han dejado sabor a tierra en mi boca.
Saludo con mi cara salpicada a Emilio, sin acercármele, distante para no incomodarlo con mi humillante apariencia y él me responde acicalándome el tobillo. Prendo el termo y mientras espero los veinte minutos para el agua caliente me lavo la cara y saludo de beso a Inés dirigiéndome a ella como si fuera la primera persona a la que le hablo de mí en el día, claro, de algún tema que no sea el trabajo ni la deuda.

"Estoy agotada Inés, ¿sabes? cuando venía montada en la bicicleta, por el camino que bordea el río, se encontraba recostado el mismo anciano de siempre, con su cara negra de hollín, su mirada triste perdida entre el humo oscuro del fuego alimentado por plásticos y escombros. Siempre cuando paso por ahí rápidamente sobre mis ruedas trato de regalarle una mirada apacible, esperando que el viejo se sienta menos marginado por las piernas anónimas que a diario invaden su acera. Pero esta vez no, el anciano no me devuelve su habitual expresión de desconcierto, sino que se levanta con fuerza, toma una enorme piedra y en medio de un grito, como si hubiera sido lanzado al abismo, la arroja gritándome "¡¡Waaaaa!!! ¡mueran imbéciles!"

"Mientras, yo me abalanzo cuesta abajo escapando rápidamente; atravieso el primer charco de la tarde y al intentar subir la vereda con la rueda delantera, la bicicleta se resbala desplomándose sobre el pavimento y quedando yo ahí, tirada como una cobarde, amedrentada por la reacción de un viejo tan solo y descontento como yo. Bueno, al menos yo te tengo a ti y a Emilio que me escuchan por las tardes cuando llego cansada, y sé que me entienden; sé que me entienden y me oyen atentos sin juzgar.
Ese viejo me juzgó Inés, quiso dañarme por ser como todos, fui el objeto que desató su ira, pero tú sabes que no soy como el resto, que llego a casa, me deshago de este ridículo traje de dos piezas, me pongo mi bata fucsia y comienza la función. De acuerdo a la reacción de ustedes, escojo los pasos claves y los ensayo sucesivamente, para después deleitarlos con mi sensual número los viernes sobre el balcón.
Qué suerte tienes, sentada allí a diario, en tu traje negro mirando por la ventana, mientras yo imagino cuál es tu función en la vida, pienso que es ser parte de la mía, como el ayudante del héroe, el que lo escucha y le celebra sus hazañas, el que escribe su historia tan solo con un gesto de admiración.
¿Porqué me miras así? ¿ah?, con esa risita irónica lo único que vas a conseguir es mi silencio, que no te cuente ninguna de las hazañas de mis días, lograrás que te ignore e inmediatamente dejarás de existir. Desde que saliste del museo dejaste de ser algo para el mundo, sólo lo haces para mí, así que ten cuidado que yo te puedo hacer desaparecer sin sentirme culpable, pues no eres más que una muñeca.
¿Y esa pretensión?, ¿para quién te has maquillado y encrespado las pestañas?, ¿será para Emilio? Ja ja, maquillándose para un estúpido gato, sabes que detesto a esas pinturitas que lloran cuando se les quiebra una uña. Por lo que veo tú estás a un paso de ser así, pero los hombres igual alaban tu belleza, por muy artificial que sea, adoran tus grandes ojos negros y tu pequeña nariz respingona. Como el electricista que vino hace un mes a revisar el termo, te quedó mirando fijo con cara de sorpresa y me preguntó en secreto, y con un gesto descarado, quién eras, que te parecías a esas bonitas que salen en la tele, y yo callada le decía que hiciera su trabajo nomás que no se metiera y me enojaba porque siempre eres tú, las pocas veces que un hombre ha pisado esta casa me ha preguntado por ti, por eso pienso que están todos locos. ¿Sabes qué más Inés?, bien merecido me hubiera llevado ese piedrazo que me intentó tirar el pobre anciano, porque seguramente me confundió con uno de esos locos que abundan en esta ciudad como el electricista ese... ¡ya! te perdono el piedrazo viejo.

Esto sí es incómodo, voy a quitarme esta ropa asquerosa y meterla en una bolsa plástica para que se pudra. Haber Inés, vamos doblando esos brazos y estirando esas piernas que llegó la hora de mi ducha... eso..., así yo te puedo tomar y sentarte en el retrete para que conversemos pues.
Qué placer esto, no hay nada como cambiar en un segundo del frío al calor, me acuerdo de esas termas de azufre al lado del río donde me pasaba horas mientras tú me mirabas sentada en las rocas, con tu delicada postura y yo me salía corriendo para meterme en el río de agua helada y luego volver a la terma y deshacerme de placer. Qué buenos tiempos esos Inés, cuando podíamos salir de esta ciudad, mientras ahora, esclavizada con este mísero trabajo no me alcanza ni para pagar la deuda.

Todavía estoy endeudada por ti, ¿te acuerdas cuando aún eras una muñeca y posabas en la recreación de una escena de la Conquista en el Museo de Historia Natural?, no pude quitarte los ojos de encima, entonces hablé con el encargado de montaje para ver si podías venirte conmigo y él me dijo que imposible, que eras la muñeca que más trabajo había dado en el área de recreación del museo, pero yo insistía, quería llevarte a casa y transformarte en mi compañera de rutina, mi mejor amiga.

Desde que me retiré del museo, sólo pensaba en ti y en el espacio que podrías ocupar en esta casa. Entonces regresé una y otra vez, hablé con el encargado de recreación nuevamente y después con el director, hasta que luego de varios meses de insistencia y al ofrecerles toda mi parte de la herencia, aceptaron satisfacer mi capricho, te embalaron y te trajeron a casa. Yo te esperaba ansiosa, con el traje de seda negro que te mandé a confeccionar para que lo vistieras todos los días de tu vida conmigo.

¡Qué agradable ducha!, si tan solo pudieras leer, podrías servirme de algo más que de acompañante, revisarías esa desagradable correspondencia que se ha acumulado en el mesón. Seguramente serán más deudas, hace años que nadie me escribe, debe ser porque quienes pudieron escribirme ya no existen
¿A ver?, pero si tu pelo está todo desparramado, debe ser por el vapor de la ducha, espera tantito que te lo cepillo... eso... así, dócil y sumisa."

-Shhh ¿Oyes?, están tocando, ¿quién podrá ser?. Me dirijo hacia la puerta y descorro el cerrojo. -Son tres tipos altos y bien vestidos, uno de ellos lleva un documento en su mano, mientras los otros dos se miran con un gesto de impaciencia. Esto se ve interesante Inés, parece que algo extraño nos vienen a comunicar.-¡Un momento! ¡Ya voy!.Les abro la puerta confiando en sus suntuosos trajes y posturas, pero uno de ellos me sorprende al pisar mi vestíbulo sin siquiera presentarse ni saludar.
-¿Es usted la Señora Juana Roa? Me interroga en tono inquisidor, como si yo fuera autora del peor de los crímenes.
-La misma, ¿a qué se debe esta visita? Y ¿quiénes son ustedes?, no quiero que pongan un pie en mi casa sin antes decirme qué los ha traído hasta aquí.
-Venimos del Servicio de Impuestos Internos, sus bienes le serán embargados por impago de deuda al Fisco. Por este motivo, señorita Juana Roa Tapia, todos los objetos que tengan algún valor en este piso le serán retirados a partir de este momento. Ahora, hágase un lado que no hay tiempo para lamentos, ya hubo suficiente para presentarse en tribunales y cumplir con sus deberes.
-¿Cómo?, esto no puede ser, ustedes me están robando, ¡hey señor! ¿qué se ha creído? ¡deje ese sillón! ¡y el peinador!, ¿qué se ha imaginado?–¿Inés? , ¿adónde vas? ¡no!, ¡no se te ocurra salir por esa puerta Inés! Sabes quién es la única que controla tus movimientos, no puedes dejar tu cuerpo en manos de cualquiera. Ya lo hemos hablado, mis manos son las tuyas, ahora no te puedes entregar tan rápido, recuerda esa escena en la que te hallé, tú te defendías Inés. La frialdad y la palidez de tus rasgos inmóviles despertaban inmenso respeto incluso en tus aliados, ahora no me defraudes, no dejes que te toquen, te lo ruego, enséñales tu postura más fría y despierta el miedo en esos agentes, muéstrales una leve sonrisa que les haga sentir que aún estás viva.
-A ella no, ustedes no pueden cargar con ella, no entienden ¡déjenla de una vez!–¡Jaime! Ayúdame con esta muñeca que pesa como un muerto.
-Lo siento señorita, al parecer usted ni siquiera ha abierto la correspondencia que se le ha estado enviando durante meses, y aquí claramente dice que le serán embargados todos los objetos de valor. La ley es la ley.–Puede quedarse con el gato, hasta pronto.Los agentes abandonan el piso de un portazo, mientras a mi alrededor solo resta ese horrible juego de té, algunas madejas de lana, montones de ropas y la triste presencia de Emilio quien ahora ocupa el lugar dejado por Inés junto a la ventana. Mi voz ya no tiene sentido, solo alcanzo a pronunciarle algunas sílabas al animal, pero ¿y mi vida?, ¿quién será testigo de ella? No hay razón para recordar con humor mis días, guardar cada anécdota en mi memoria para contártela y que tu imparcialidad alimente mi memoria dando paso a las más recónditas historias de mi vida. Entonces abandono el piso y atravieso la calle sin rumbo, ansiosa, esperando encontrar tu rostro perfecto entre los artículos deportivos y electrodomésticos de las vitrinas nocturnas del Paseo Huérfanos; recorrido que se hizo costumbre por las tardes para librarme de las paredes vacías de ese departamento. Los faroles del paseo marcaban a diario mi rutina de búsqueda entre los muñecos de esas oscuras vitrinas. Una mañana común, mientras camino al trabajo, decido tomar el metro hacia el museo de historia natural. Allí, en ese largo pasillo a mano izquierda, diviso la misma escena de recreación de la conquista, pero tu lugar de española guerrera es ocupado por un hombre de fierro que le empuña una feroz saga por la espalda a un araucano.

Y mientras observo esa escena tantas veces recreada en mi mente, despierta en mí la certeza de que ya no te necesito, que mejor podría vivir acompañada de ese hombre, que me protegiera con su armadura, despertando el terror en los visitantes ajenos; un asesino de pie, apuntando su sangriento puñal en dirección a la puerta de entrada y yo allí detrás, oculta y protegida... ¡Hernán!, así te llamaré."

lunes, junio 13, 2005

El Warrior 2 -La Fauna-

En el warrior se repiten los personajes, y los animales fabulosos. No hay tarde que pase frente a la casa naranja sin ver a dos perros que serían idénticos sino fuera porque uno es negro y otro blanco. Con sus cuerpos cuadrados, obesos, de piernas cortas, observan a la gente pasar, moviendo a duras penas su cuello de un lado a otro y al mismo tiempo; es que estos perros no pueden haber sido sacados de otro lado. Me pregunto ¿quién es el culpable de esos inocentes cuerpos que ahora se han convertido en objeto de burla del vecindario? ¿un tema de alimentación, de sedentarismo?........A las 8 de la tarde, religiosamente, los dos se levantan y hacen su única caminata diaria que concluye en una cagadita entre los arbustos del bandejón central; después un correteo pastoril, unos cuantos revolcones tiesos en el pasto y de vuelta a su burdel, a seguir observando a los transeúntes, tranquilamente, hasta que pasa la señora de las bolsas y la paz se rompe, los perros estallan en ladridos violentos, muestran las encías desde su puesto estratégico en la cuneta, inmóviles, solo articulando sus mandíbulas. Pasan las bolsas y "los patés", como los suele llamar un amigo, rompen su rutina en un par de ladridos forzados para volver a la quietud, la monotonía que representa este par, echados en la misma cuneta, con sus rituales cíclicos, casi sin posibilidad de improvisación. Son los canes del warrior, el ícono del sedentarismo, del excedente que trae la buena vida. En el warrior los canes son queridos, basta con observar la amplia oferta de quiltros adoptados en la calle, la dinámica consiste en adoptar un perro transitoriamente, mientras se está en la calle; a la hora de entrar al hogar el quiltro dejará de beneficiarse de la bondad humana, son quiltros que viven de la caridad, de deliciosos restos de pasteles y empanadas, quiltros que incluso se regodean con el alimento.Otro fenómeno son las verdaderas jaurías que son paseados en racimos por personas que ni siquiera son sus amos, es el cruel fenómeno de perros en departamentos... continuará

el warrior 1

Caminando hacia el paradero de Merced con José Miguel de la Farra, me encuentro una vez más con el rastaman hiphopero gringo shileno, pero esta vez, no está pasivamente sentado en el borde de la ventana del café internet 24 horas, casetas privadas, sino que se encuentra bajo el paradero moviendo sus brazos al puro estilo hi hó, la mirada completamente perdida y las palabras indescifrables de su boca, como si los autos y los sapos transeúntes no existieran ni merecieran su atención. A estas alturas, la función del paradero se ha desplazado unos 10 metros, porque la pareja y el caballero que esperan la micro, probablemente se han sentido intimidados por el loco, como si un miedo al ridículo o a ser objeto de burla los hubiera alejado del lugar más efectivo para que pare una micro.
Yo me siento ahí, como siempre y prendo un pucho, cuyo olorcillo alcanza rápidamente las narices del loco que se me acerca inmediatamente a pedirme una monea, "Bue, te doy un pucho, saí qué má, te doy dos", le digo remedando un poco su tono flaite. En realidad me cae bien el flaquito y me frikeó la lucidez al pedirme la monea, completamente sobrio, ni siquiera cara de volao. Se sentó a fumarse el pucho, al lado mío, como cualquier tipo fumando en un paradero, vota la colilla y se levanta en un impulso medio esquizoide para lanzarse a la calle a hacer su canto en un idioma indescifrable, hasta que se sienta tranquilo al lado mío, me pide el segundo pucho "Y tú, dónde vives?", me pregunta mirándome bien adentro por los ojos "Por aquí a la vuelta, si yo siempre te veo en esta esquina" le contesto mientras prendo nuestros puchos. "Ahhh, sabí de ónde soy yo?, soy de por allá de Norteamérica" me dice poco convencido. "Mmmm, no, tú no eres de allá" "de otro planeta será" le digo cerrándole un ojo y él el suyo, mientras veo cómo se me pasa nuevamente la micro. "Y qué hablai tú?", le pregunto "Ah shíii come on, come on", me responde con cara de interrogación, mientras yo capto que él no está loco como muchos transeúntes pueden pensar, él no vive entregado a la ciudad y al escaso tiempo, él vive en medio de la ciudad, hace constantemente ciudad, conquista su espacio y lo transforma en su propio tiempo y ahí se instala, siempre en la misma esquina, cantando sus frases hi hó, como comunicándose con otra urbe, al otro lado del pavimento y de los retrovisores de las micros, solo quien se detiene en su paso, quien sospecha del tiempo, merece ser abordado por un pucho o una monea, supongo yo...