martes, junio 14, 2005

El otro yo


En un entorno silencioso, vacuo y oscuro, se encuentra cómodamente depositado mi cuerpo. Intento mover mis extremidades pero éstas flotan levemente, dejándose llevar por el espesor líquido que me rodea. He perdido la voz, lo supe cuando emití un primer sonido que se tradujo en cuatro ágiles burbujas ascendentes. Nada tengo que decir, el silencio y la calidez líquida de este lugar han restado cualquier ansia o carencia a mi incipiente persona. Nada hay que reprochar aquí, el tiempo no existe, no hay muerte, los minutos, el pasado y el futuro se han disuelto en el líquido amniótico.

De pronto, la paz que me alberga se ve interrumpida con la aparición de un cuerpo extraño, dos pequeños ojos me observan y desaparecen nadando hacia un lejano punto de luz. Su ínfimo tamaño parece potenciar su intensidad, se trata de un punto quemante de luz que me atrae con ineludible fuerza, marcando la primera diferencia, el primer segundo de mi vida. Comienzo a nadar hacia él, no veo más opción que acercármele, dejándome arrastrar por la corriente líquida, mientras una ráfaga de aire se cuela en mi guarida y luego en mis narices hasta hacerme explotar en llanto. Ahora la necesidad de salir, de traspasar esa luz, se me ha tornado un asunto de vida o muerte, mi piel se ha vuelto azul, necesito más de ese aire, si no lo alcanzo moriré. Ahora intuyo que hay un fin, desde que divisé esa luz, supe que iba a morir, que algún día todo esto terminaría. Diviso un enorme vacío a mi costado, un espacio que parece haber sido ocupado por otro como yo, pues guarda las mismas proporciones de mi cuerpo. Probablemente habrá sido alguien que pasó por una situación similar a la mía, pero que ya habría abandonado este lugar, tal como me comienza a pasar a mí, mientras nado desesperada en la tormenta, exigiendo aire con el incesante llanto, en espera de la paz del naufragio en una costa tranquila.
Recuerdo esa oscura noche donde lo único que se divisaba en el cielo era una brillante e imponente estrella, mientras recostada en el pasto, comenzaba a sentir el peso de la oscuridad. Con el afán de alcanzarla, imaginando esa noche como un gran sombrero de copa negro atravesado por un pequeño agujero de luz, mi mente se echó a volar, emprendiendo viaje hacia aquel lugar luminoso, que absorbería el pasado, el futuro, los recuerdos y proyecciones que tenemos los vivos.

Mi mente viajaba rauda por el espacio silencioso acercándose cada vez más al objetivo de luz, y con la expectativa de atravesarlo, me percato que no hay más del otro lado, sino una enorme pupila que me observa. Se trata de una mirada tan contenedora y profunda como el poderoso reflejo de la luz de una estrella. El ojo dueño de la mirada parecía ser el de un viejo animal prehistórico, un ojo reptil e inmortal, que guardaba la sabiduría de la vejez originaria. Al sentir la humedad del gran ojo junto a mí, y ya olvidando la fantasía del mundo del otro lado, decido hacerle entrega de todo mi amor: abro uno de mis pequeños ojos y en un leve roce con el viejo, comienzo a girar a su alrededor, iniciando una danza en su honor, ojo con ojo, toda la eternidad en una mirada.

Sigo nadando, mis pies y mis brazos se mueven mientras mi cabeza ha quedado atrapada entre dos paredes. Ya no veo la luz, creo que estoy en ella, ahora una mano enorme envuelve mi cabeza y me arroja hacia otro lugar frío e iluminado. Me siento desprotegida aquí, pero al ser depositada sobre un gran cuerpo cálido comienzo a sentir la necesidad de abordarlo y avanzar sobre él hasta encontrar otro pequeño cuerpo como el mío y una superficie que en contacto con mi boca me entrega el más reconfortante y tibio alimento. Entonces recuerdo ese espacio vacío en mi guarida anterior y comprendo que quien ocupó ese lugar, me acompañará en este extraño viaje.

Al despertar de ambos sueños paralelos, corro a verme al espejo y cuando mis ojos toman contacto con los del otro lado, veo en aquellos una mirada tan fraternal y amorosa como la de aquel viejo ojo del sueño. Entonces, comprendo que mis sueños simultáneos de nacimiento y muerte representan un inacabado viaje hacia el otro lado del espejo, pues nunca pude abrazar aquel lugar que allá imaginaba.

Los ojos que me devuelve el espejo ya no son míos, de tanto mirarlos parecen ser de otro que me vigila desde lejos y en un llanto silencioso me suplica ayuda. Me encantaría poder estar del otro lado, me digo, y poder ayudarte, he intentado crear dibujos y poemas que me puedan llevar hacia ti, y mediante ellos consolarte. Inaugurar un pensamiento o dar vida a una nueva sensación solo para curar tu pena.

Instalada frente al espejo, espero inútilmente que este se abra ante mí, desentierro la intuición dibujada del paisaje que podría existir del otro lado y rememoro los poemas construidos en honor al mundo ausente.
Es inútil, las palabras que componen esos poemas, nada quieren decir por sí mismas, solo intentan representar eso del otro lado, eso que no conocemos, ese espacio que se instala entre yo y tú. Mis palabras intentan soberbiamente reconstruir un mundo del que ellas no forman parte, ¿cómo así? ¿de qué se trata toda esta ilusión? ¿quién es ese otro que me observa con tristeza a través del espejo?

Aquí, desde este lado pienso en palabras y me siento prisionera de lo irreal observando esa triste mirada, concluyo que no hay más salida que jugar sobre el cristal, entonces tomo el tubo de pasta dental y comienzo a cubrir ese rostro de grandes caracoles, espirales y figuras humanas.
¿Será que el hombre y su fe ciega en las palabras, lo ha llevado a quebrar el espejo? ¿Será que nuestro arte ha actuado como un gran puñetazo contra la fragilidad de sus cristales? La relación entre aquí y allá, entre yo y el otro, entre lo que conozco y lo que no, ha sido fragmentada, trizada por el soberbio puño de quien quiere atravesar sin costo alguno hacia aquel lugar, del que tras milenios de existencia, solo hemos recogido algunos rastros.

Vuelvo a observarme en el espejo fragmentado y entre los lúdicos dibujos, logro ver del otro lado una cara descompuesta y ajada, ahora mi nariz ha quedado en el lugar de mi frente y mis labios en mi cuello. El orden de ese rostro ha cambiado, uno de sus ojos me devuelve una lágrima, y el mío hace lo mismo desde este lado.
Entonces con la misma intuición de los sueños de este relato y dirigiéndome a mi imagen desdoblada, quien pasa a representar a quienes creen en el valor absoluto de la palabra, le digo: "usted solo ha cambiado el orden, usted solo ha realizado una jugada más, pero sigue aquí, de este lado. Usted ha tomado lo que ya existe y lo ha desordenado un poco, eso es todo, pero se está alejando y atrapado en el engaño no podrá regresar a aquel confortable lugar, donde pasado y futuro aún no existen, donde en la quietud de la oscuridad aún no aparece esa lejana luz"

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