Mis manos aún escupen,
los huesos y glóbulos curtidos,
de tanto tocar el viento,
de tanto esperar abiertas,
a que un día como cualquiera,
una tarde descriptible y común
ellas pudieran empuñarse
Y detener el tiempo en sus palmas.
Que el viento de esporas amarillas,
entre los cauces de mis dedos se alojara
Y que al hallar tus ojos reflejados
en las pupilas de un lagarto prehistórico,
ellos te volcaran a nuestro tiempo,
te refregaran el eterno segundo;
te lo empuñaran por la piel y los órganos
Y vertieran nuestra eternidad en tu sangre.
Así es como apareces,
puño ensangrentado
cuya palma esconde el viento,
El misterioso viento del tiempo
que por un segundo ha sido nuestro
¿Dónde es que te ocultas?,
mis manos siguen sangrando
las gotas ya son costras sobre el cemento
perdidas entre huesos y pañales
al final de ese fétido pasaje.
¿Dónde te escondes?
¿O es que nunca te has detenido?
¿Viajas por las esporas del parque cotidiano?
¿Te cuelas entre mis sábanas?
Vistes el aire,
aún no eres cuerpo,
te busco entre mis manos,
entre los huecos de aire albergado
en la milenaria tristeza de sus formas.
Recibirte quiero,
empuñarlas y golpearme el pecho
refregarme aquel tiempo áspero por mi rostro
e invocarte silenciosa montada sobre la nada.