miércoles, septiembre 14, 2005

Extraños en la ciudad

Quedé de juntarme a las 19:40 con Guido para ir a ver Play ahí en el hoyts de Huérfanos. La película me dejó llena de sensaciones, los exquisitos detalles del cotidiano y el silencio desde el que uno puede observar pasar la ciudad a su alrededor, sintiendo su propio respirar ascendiendo y descendiendo, esa música interior y alrededor infinitas situaciones encontrándose y perdiéndose, incluso una imagen que puede cambiar todo el sentido de nuestro recorrido. Cristina Llancaleo, la protagonista quedó bien dentro mío después de la película, es como si aquí en la ciudad debiéramos sentirnos extraños para disfrutarla, sí, es un deber, como si la pisáramos por primera vez, tal como esta mujer que viene del sur.

Después de la película nos fuimos silenciosos caminando, solo presente, disfrutando cada paso, los cómodos asientos que por cueva nos tocaron en la micro y en medio de esa comodidad abro la mochila para sacar el libro de Ray Loriga "Tokyo ya no nos quiere" que trata precisamente del tema del presente, unas misteriosas pastillas que te pueden borrar los recuerdos y está narrada en un presente constante, donde el protagonista se sorprende de cada detalle y nos cuenta lo que va viendo a su alrededor, algo así como la Cristina Llancaleo de Play, anónimo, extraño, observador en escenarios de grandes ciudades. Y vuelvo a insistir que para realmente disfrutar la ciudad, para deleitarse con ella, para querer dedicarle un poema hay que verla a ratos como un extraño.

Nos bajamos de la micro en la Plaza Ñuñoa y fuimos por un shop, que ameritaba porque la película daba para sentarse en una mesa a mirarnos las caras y comentarla lentamente lanzando una frase que otra. Lo acabamos más o menos rápido y caminando a la casa decidimos asomarnos al bar sin nombre para ver los cuadros del Guido y zas!, justo era el cumpleaños del dueño. Nos invitó a pasar encajándonos un vodka a cada uno en nuestras manos y no hubo más opción que instalarse un rato. Cuando en un momento, me vi sola en una mesita medio escondida, los tipos que celebraban el cumpleaños sentados en un mesón a lo largo me invitan a jugar cacho y de pronto me veo dirigiendo un juego de diez personas. Ya iba en el tercer vodka y Guido se encuentra con esta escena que al parecer no le agradó mucho porque si bien se nos unió al juego, se le notaba una expresión de incomodidad en su cara. A mi lado había sentado un tipo que decía estar de cumpleaños el mismo año y con un día de diferencia que yo y eso bastó para que entrara en la más absoluta confianza y exigiera que le enseñara a jugar. Finalmente defendí lo mío, volví a la mesa inicial bastante molesta y sin comprender el enojo repentino de Guido. Me senté sola imitando la situación inicial y mirando con cara de "así mejor?"

Camino a la casa ya con varios vodkas en el cuerpo comienza a encenderse una discusión en torno al tema de la libertad y el derecho a pasarlo bien aunque sea un lugar de desconocidos, lo digo yo que soy amante de las barras. Para escapar a ratos de ahí, mi cabeza empezó a viajar por los más lindos paisajes mexicanos. Sin embargo y volviendo al tema inicial, los dos nos miramos y nos dimos cuenta de que lo que decíamos se iba borrando de la memoria, en la mañana desperté y ya no existía discusión, solo presente, nadie recordaba bien el por qué, la verdadera causa de esa discusión de borrachos de vuelta a casa y entonces me sentía respirar por dentro, en silencio y recordé al personaje de Loriga sin recuerdos y en la mañana me subo a la micro como una extraña, como si me subiera por primera vez a una micro y miraba por la ventana como si mirara por primera vez las veredas comerciales pasearse ante mí y este día he caminado como una extraterrestre por la ciudad, tarareando por dentro.