miércoles, marzo 18, 2015

Volver al callejón

Encontré unas cuantas historias en los borradores de este blog, que me he decidido a subir, pese a que son de hace por lo menos seis años atrás cuando vivía en Barcelona, y entre otras cosas trabajaba leyendo y evaluando novelas románticas, eróticas y de vampiros. Este dato no es menor, porque creo que mi escritura y mi mente estaban algo influenciadas por este tipo de lectura.
Temo que esta historia esté influenciada por todas las novelas románticas que han pasado por mis ojos y cuyas historias han sido desechadas en ese infinito vertedero que existe en algún lugar de mi inconsciente, aunque la gran diferencia es que mis historias no tienen un final feliz, sino inconcluso, por no decir malo.


No es normal estar discutiendo con tu novio a altas horas de la madrugada en un callejón del Raval y decidir correr a los brazos del primer desconocido que pasa por ahí. Bueno, hay que aclarar que no era tanto así como un desconocido cualquiera, porque lo divisé entre los gritos alterados de una persona cuyo comportamiento se estaba haciendo irreversible, más por el contenido de sus palabras que ya no me estaban tocando. El nivel de agresividad de esas palabras justificó mi huida hacia los brazos del desconocido que allí pasaba, que en ese momento, y quizás en cualquier otro, parecía un ángel. Un tipo guapo, claro está, pero más allá de su imponente estatura, su preciosa cara de ángel y su abundante pelo crespo, irradiaba una luz o algo que aún no logro definir, que me atrajo inmediatamente, con lo que solo conseguí que el gritón se pusiera a gritar más y que no quisiera dejarme sola y que, finalmente, el ángel junto a sus amigos que venían unas cuadras atrás, me escoltaran hasta casa en presencia del que ya había pasado a ser el loco desquiciado.


Con mi capacidad de desechar historias, tardé poco menos de una semana en olvidar esos gritos, al emisor de esos gritos y al ángel que ellos invocaron, el cual debo reconocer fantaseó por mi cabeza algunos días, y fue útil para contrarrestar los efectos negativos que se venían incubando desde ya algunas semanas con el gritón.


Cuando mi mente ya paseaba por otros paisajes, más bien por paisajes pseudoliterarios de esas novelillas que debo tragar cual bulímica que luego arroja todo en su propio vertedero, decido salir por primera vez en unas cuantas semanas en esta ciudad, junto a mi amiga Federica a quien no vería en mucho tiempo. Entramos a cualquier bar y mientras nos conversábamos una caña, intento conseguir fuego y una llama de luz va directo a mi cigarro y casi me deja sin pestañas. Luego escucho lo siguiente: "¿Y qué tal te va con tu novio?". Qué pregunta más extraña pienso y encandilada por el fuego, alcanzo a divisar que quien me pregunta eso, no es sino el mismísimo ángel del callejón, cuyos brazos me acogieron hasta el final y que se paseó por mi cabeza como pedro por su casa por algunos días. Sorprendida, lo miro y lo primero que me surge es disculparme, una y otra vez, y luego reírme y volver a disculparme y él me pregunta qué tal, si sigo con él. Yo le digo que claro que no, que estoy sola y así divagamos un poco sobre el asunto. Luego, cuando el bar ya está por cerrar nos invita al armario y allí partimos, yo ni lo dudé. Llegamos ahí y miradas iban y venían, me miraba intensamente, tanto, que me sentí vulnerada. Hablamos un poco y comprobé que él era bastante menor que yo y que intentaba demostrar algo. A mí me daba igual, me vino la tontera de pensar que esto era algo del destino -efecto de las novelas románticas- y eso que ya me consideraba escéptica en estas materias.

martes, marzo 17, 2015

Blog interruptus

Tenía completamente olvidado este blog, tanto así que un día de ocio en la oficina me acordé de él y no encontraba la dirección. Esto se debe a diversos factores, entre ellos, que ya nadie lee blogs -lo cual me acomoda en este momento confesional-, y sobre todo la maternidad. La falta de concentración en materias diversas que ha traído consigo la llegada de Salvador, que ya va camino a los 4 años, me hace recordar a mi madre con su pila de libros sin terminar en el velador, claro que mi madre tuvo seis hijos. Tanto así, que todavía no logro que me preste la biografía de Einstein que le regalé hace al menos cuatro años, porque “no la he terminado”, me dice. Cuando recién nació Salvador, leí y escuché en varios lugares que la hormona de la lactancia dificulta la concentración en materias más elaboradas, y en un comienzo me sentí completamente identificada cuando apenas podía digerir un artículo de la revista Ya, y al ver que mi satisfacción existencial aumentaba junto con el volumen corporal de mi guagua obesa -sí, era médicamente obesa, y a punta de la teta de su madre-. Eso de la lactancia ya pasó hace rato, y todavía hay algo en mí que no se recupera. Me pregunto cuánto esfuerzo necesito para volver a devorar libros insaciablemente como en mis tiempos mozos, ¿o es que esto será irreversible? Según mi madre, después de la crianza quedó con un déficit atencional crónico. No creo que sea mi caso, pero ahora entiendo a mi madre -en esta y muchas otras cosas-. Todavía no he logrado ponerme al día en asuntos literarios y menos musicales. Siento una necesidad de volver a ser yo misma, recuperarme, o volver a esa versión anterior que ahora idealizo, y en este momento -una confesión impulsiva- salir corriendo de esta oficina, lejos, muy lejos, para no volver más. Pero he aquí con los pies bien puestos en el asfalto santiaguino para pagar las cuentas de fin de mes, porque ya no soy sola y ese otro ser necesita seguridad, me sopla una de las tantas voces que a veces dialogan dentro mío. Otra voz me sopla que es fácil volcarse hacia afuera y echarle la culpa de todo a la maternidad, a la ciudad capitalizada y al hastío laboral de este momento. Una voz más sabia me dice que la culpa no existe, que las cosas no son buenas ni malas y que cuando algo está apretando hay que tener los ovarios para salir de ahí y seguir nomás. Tomar decisiones, quizás partir por terminar esa novela que desde hace unos meses he estado usando como soporte del computador para ver esas series adictivas, noche tras noche. El retorno a mi misma empieza por crear, despegar los pies del asfalto, caminar ligera y sobrevolar un poquito esta ciudad ciega. Decirlo ya es algo.