viernes, diciembre 14, 2007

sobre revoluciones y malos humores (qué se yo...)

Luego de más de un año de vivir en Barcelona, conocí a una persona que llamó mi atención. Parecía mucho más joven de lo que realmente era. Se presentó enérgico y muy seguro de sí, sentándose a mi lado en la barra donde no tardamos en iniciar una conversación que se prolongó hasta el amanecer. Su aspecto físico revelaba una clara postura de disgusto y rebeldía ante la sociedad y “el sistema” que la rige. Efectivamente, a los pocos minutos comenzamos a intercambiar opiniones e ideas de nuestra concepción del mundo, sobre cuáles habían sido los errores irreversibles y los aciertos en las organizaciones sociales.

Cuando la conversación desembocó en estos temas no tardé en comprender que su manera de vestir y de hablar revelaba una postura determinada para comprender y descifrar el mundo. En Barcelona he visto bastantes jóvenes que intentan diferenciarse de las convenciones de la mayoría mediante una estética de su cuerpo representada por su vestimenta y en general por una postura que les permite autodefinirse como antisistémicos. Dando por sentadas las connotaciones que pueda tener este término, en un primer acercamiento a la vida de esta ciudad pensé que no iba más allá de una moda.

Comencé a relacionarme más de cerca con algunos de estos jóvenes, puesto que yo también lo soy y como lo hace cualquier extranjero en otro lugar, me surgió la comparación con las manifestaciones culturales e históricas de los jóvenes de donde yo provengo lo que me llevó a preguntarme ¿Qué es lo que impulsa a estos jóvenes antisistémicos a enfrentarse a una sociedad donde supuestamente no les falta nada? ¿Es realmente válida esta postura en una ciudad como ésta, con las comodidades y necesidades creadas que vemos hoy? Pero luego comencé a comprender que muchos de ellos realmente piensan que la hegemonía del poder y la empañada política debieran desaparecer y diluirse en el pueblo, aunque casi todos participan de alguna u otra manera o dependen de lo que este sistema político y social les ofrece. Aquí surge la primera contradicción. Muchos de ellos se definen como anarquistas y otros cuantos como punkies u okupas. A fin de cuentas hay algo en común entre ellos: una negación hacia lo que nos ofrece la cultura de mercado y un completo escepticismo hacia la política de hoy. Más que preguntarme de dónde venía esta manera de ver el mundo y la sociedad, lo cual me parece una noble consecuencia del mundo tal y como lo vemos hoy, me preguntaba porqué en Barcelona hay tantos jóvenes que prefieren vivir al margen y más aún, porqué existe cierto romanticismo o admiración hacia una filosofía de vida que estuvo en su apogeo hace ya setenta años en esta provincia y en otras de España y que si bien no podemos dar por muerta, sólo ha dejado algunos esparcidos brotes.

La idea de este fervor por la revolución y todos los íconos e imágenes que se relacionan con ella, me llevaron a interesarme más por la historia de España. En la medida en que pasó el tiempo y conocí más al amigo de la barra, que en adelante llamaré J y a su entorno de conocidos y colegas, comencé a vislumbrar que más allá de una postura política (que a ratos se torna apolítica), se trataba de un legado que dejó una generación de jóvenes de antaño.

Estos jóvenes del siglo XXI miran con emoción y romanticismo la historia que heredaron de sus propios abuelos, e intentan reproducir esta forma de ver el mundo; de compañerismo, trabajo e igualdad, mediante una serie de códigos estéticos y culturales. Parece difícil y casi utópica la iniciativa de continuar con esta posición viendo que pocos están realmente dispuestos a abandonar el estilo de vida que se les ofrece hoy, donde no muchos pueden escapar de cierta estructura jerárquica y donde la dependencia hacia objetos con los que sus abuelos no hubieran ni soñado se hace inminente. O quizás podría tratarse de una postura estética y romántica que surge espontáneamente en los años de juventud. No acababa de comprender contra qué realmente luchaban estos jóvenes cuando por ejemplo le lanzaban botellas a los policías luego de una noche de botellón: ¿por sus libertades?, ¿existía un motivo real que justificara esta violencia?

En la medida en que la conversación avanzaba con J aquella noche y cuando comenzamos a ahondar en nuestra forma de ver el mundo, yo le comenté que no estaba de acuerdo en cómo iban las cosas hoy, por lo que cada vez creía menos en lo que los políticos hacen llamar democracia. Luego le comenté sobre el grave problema de la desigualdad en Latinoamérica y sobre los privilegios de unos pocos por sobre muchos. No recuerdo exactamente qué dije para que él no tardara en definirme con cierto aire despectivo como comunista, mientras que él se autodefinía como anarcosindicalista. Parece un poco absurdo atribuirse estas etiquetas en un mundo tan globalizado y disperso como el de hoy, pero me quedó dando vueltas a qué se refería con anarcosindicalismo, pues en mi ignorancia me parecía un concepto extremadamente contradictorio. El anarquismo, que por lo que yo entendía excluía cualquier dominio de poder o de organización institucional, se mezclaba con la palabra sindicalismo que se refiere justamente a una organización establecida. A esas alturas me veía confusa e incluso me sentí disminuida cuando me llamó comunista por debajo de su hombro como si me estuviera refiriendo la peor ofensa; la verdad es que no comprendí cuál era la real diferencia, pues para mí se trataba de dos versiones amigables de un mismo bando.

De acuerdo a los registros de la historia de mi país, el comunismo aparece como una ideología que se puso en práctica durante los años 60, cuando Salvador Allende fue escogido presidente democráticamente por el pueblo. Ser comunista, para mí, poco tenía que ver con lo que era ser comunista para J, quien heredó la historia política de la España de los años ‘30, la cual a esas alturas yo conocía superficialmente como una guerra entre dos bandos: los nacionales y los republicanos. Desconocía toda la gama de matices y siglas que existían entre esos dos polos. Para mí, Europa y en particular la España de ese entonces, estaba dividida en dos y no había mucho más que discutir del tema.

Una semana después, caminando por el centro de Barcelona junto a J, pasamos por la Plaza del Tripi, oficialmente llamada (y cada vez menos conocida así por los jóvenes) como Plaza George Orwell. Allí me enteré que Orwell no sólo había vivido en Cataluña, sino que había estado en el frente en aquellos tiempos y que su historia había quedado registrada en “Homenaje a Cataluña”. Orwell escribió este libro que aún no sé si denominar como crónica, novela o testimonio, para dar cuenta de todos los matices y contradicciones que reinaron en la España de esos tiempos. J me habló largo y tendido de esta obra de Orwell, una de sus favoritas y un par de semanas después la tenía entre mis manos. J me la entregó con una sonrisa irónica diciéndome: “Para que comprendas porqué pienso así, a qué me refiero con anarcosindicalismo y que no es ningún halago que te diga comunista”. Muy agradecida recibí el libro y me lo devoré en un par de días.

Cuando comencé a leer esta novela testimonial de Orwell (de ahora en adelante la llamaré así aunque no estoy del todo convencida de que se trata de una novela), lo primero que me saltó a la vista fue la visión que tenía de la revolución en España un hombre que venía del primer mundo, con cierta experiencia en la guerra:

…el hecho de que a menudo uno debía discutir durante cinco minutos para conseguir que se obedeciera una orden, me espantaba y me enfurecía. Tenía ideas típicas del ejército británico, y ciertamente las milicias españolas eran bastante diferentes del ejército británico (Orwell, 38).

La imagen que tenían muchos jóvenes estudiantes ingleses de España era la de un verdadero paraíso de la libertad, donde los grandes ideales se llevaban a cabo como en ningún otro lugar del mundo, ante lo cual no había que quedarse de brazos cruzados. Así fue como muchos estudiantes intelectuales de izquierdas se apuntaron a las brigadas internacionales y llegaron a España para vivir en carne propia la experiencia de la libertad y la lucha. Al llegar a España, Orwell, quien provenía de una cultura más bien fría y distante como lo es la anglosajona e incluso de un sector privilegiado de ésta, se sorprendió de la calidez y el compañerismo de sus camaradas:

Desafío a cualquiera a verse sumergido, como me ocurrió a mí, entre la clase obrera española y a no sentirse conmovido por su decencia esencial y, sobre todo, por su franqueza y generosidad (Orwell, 19).

Pero a su vez, no tardó en asombrarse por la falta de experiencia y desorganización de los milicianos en el frente, quienes ni siquiera sabían disparar:

Parecía increíble que los defensores de la república fueran esa turba de chicos zarrapastrosos, armados con fusiles antiquísimos que no sabían usar (Orwell, 26).

A medida que transcurría el frente, donde la desorganización y el desabastecimiento predominaban y donde muchas veces fueron consumidos por el frío más que por el miedo al enemigo, Orwell regresa a Barcelona donde participa en uno de los momentos más álgidos de los enfrentamientos en esa ciudad como son los acontecimientos de mayo del ‘37. Como militante comunista, Orwell había llegado a Barcelona no solo a experimentar la revolución, sino también a defender una causa que en ese entonces en Europa se estaba haciendo cada vez más popular entre grupos de jóvenes que no estaban dispuestos a adherirse a ninguno de los dos bandos predominantes: Stalinismo y Fascismo. Sin embargo, y a pesar de que partidos como el POUM o el PSUC, tuvieran orígenes muy similares de izquierdas obreras, Orwell no tardó en comprender que éstos se encontraban tan divididos como los fascistas de los republicanos.

Como miembro del POUM, Orwell se tuvo que ocultar de otros partidos de izquierda que los acusaban de conspirar con los fascistas. Así, los verdaderos grupos revolucionarios, como fueron los anarquistas en sus diferentes versiones como la CNT y la FAI, entre otros, se vieron absurdamente perseguidos por quienes en un comienzo fueron sus compañeros. Al igual que muchos otros milicianos y miembros del POUM, Orwell debió ocultarse en diferentes rincones de Barcelona e incluso enfrentar a quienes en un momento creyó sus aliados. Esta situación que Orwell nos representa en la novela como de una tremenda injusticia y contradicción, hace que éste retorne a Londres contra su voluntad:

Dudo de que las calumnias acumuladas desde la retaguardia sobre la milicia del POUM, tuvieran algún real efecto desmoralizador, pero tendían a ese fin, y hacen suponer que, para los responsables de esta campaña, el resentimiento político importaba más que la unidad antifascista (Orwell, 186).

Cuando me encontraba justamente en esta parte final de la novela, comprendí a qué se refería J cuando me denominó comunista y la verdad es que no me pareció ningún halago, sino al contrario. En otras palabras me estaba diciendo que era una vendida al sistema, una oveja más de un enorme ganado controlado por una mano invisible. Sin duda, su connotación de comunista, estaba estrechamente ligada al testimonio de Orwell, quien nos relata las diversas conspiraciones y engaños del partido para acabar con los revolucionarios y como no, de su abuelo que había estado en el frente. En el siguiente encuentro no pude evitar comentarle este hecho, afirmándole con un dejo de humor que se equivocaba mucho en llamarme así, que yo no pensaba como ellos. Sin duda, ésta parecía una conversación de otros tiempos y debo reconocer que incluso actualmente me veo afectada por una visión romántica de lo que es ser comunista que va muy unida a la historia de mi país, como comenté antes.

En “Homenaje a Cataluña” podemos percibir esta imagen romántica del frente y la revolución en Barcelona:

“Por primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas” (Orwell, 11)

La voz optimista había corrido hacia Inglaterra (aunque los periódicos de la época hablaban con mucha timidez de los movimientos revolucionarios), pero el joven Eric Blair, cuya cabeza sobresale entre filas de adolescentes que estaban dispuestos a dejarlo todo por la lucha, no tarda en confesarnos que no todo era tan ideal como pensaba meses atrás:

No me di cuenta de que gran número de burgueses adinerados simplemente esperaban en las sombras y se hacían pasar por proletarios hasta que llegara el momento de quitarse el disfraz (Orwell, 12).

Esto me hizo recordar la imagen que han guardado muchos de los jóvenes antisistémicos de hoy hacia esos días donde todo parecía tener tanto sentido. Así como en el Londres de ese entonces los jóvenes no conseguían experimentar la revolución, concibiéndola más como un ideal que como una experiencia, algunos jóvenes españoles de hoy suelen buscar referentes ya sea en el pasado histórico revolucionario de su país, como en los conflictos que hoy acontecen en otros lugares del mundo como Latinoamérica. Generalmente, esta imagen excluye los pormenores de estos enfrentamientos, los que Orwell describe tan bien en su novela:

En el frente, mi propia exasperación alcanzó algunas veces el nivel de furia. Los españoles son buenos para muchas cosas, pero no para hacer la guerra (Orwell, 19).

Este encantamiento por parte de jóvenes que vivían más en una burbuja de ideas que en una realidad revolucionaria, como bien sugiere Orwell en “Homenaje a Cataluña” o Ken Loach en el comienzo de su película “Tierra y Libertad”, representando a los jóvenes estudiantes ingleses de los años ’30 con sed de revolución y con ánimo de sentirse útiles para con ella; me hace recordar el sentimiento de muchos jóvenes barceloneses de hoy, quienes buscan referentes para volcar su ánimo revolucionario. Estos referentes bien pueden ser sus abuelos anarquistas de la guerra civil, como los conflictos revolucionarios que ocurren en Latinoamérica en la actualidad. ¿Será que el sentimiento revolucionario surge con mayor ímpetu en la juventud? ¿Será que estos jóvenes necesitan encontrar referentes para volcar su disgusto con el sistema político y social de hoy en día?

Cuando uno comienza a interesarse en un tema, pareciera como si todo tuviera que ver con él. Después de ver “Tierra y libertad” de Loach y sorprendida por la naturalidad y fluidez con que se interpretaban las escenas del frente, las discusiones de las colectivizaciones y la falta de recursos de los milicianos, detecté que entre quienes interpretaban a los milicianos se encontraba un amigo de J, actual anarquista, con quien había cruzado algunas palabras hace tan solo unas semanas en el Hurraco. Me pareció todo una gran coincidencia que se hizo más evidente cuando ese mismo fin de semana me lo volví a encontrar en el bar. Me acerqué a él y comencé a preguntarle sobre la realización de la película. El me contó que muchas escenas parecían casi reales porque habían sido improvisadas y que él no siendo actor había interpretado a ese personaje tan bien porque realmente se identificaba con el sentimiento de lucha y de revolución. No recuerdo bien porqué, comenzamos a hablar del humor. Yo le comenté un poco decepcionada que encontraba a mucha gente malhumorada en el metro, en la tienda de la esquina, en fin, en mi cotidiano en general, lo cual me consumía y me desanimaba. Y recuerdo que ante eso él me dice: “Para mí el mal humor es fundamental, yo tengo mal humor de que el mundo esté como esté, de que estemos siendo controlados por una cabeza invisible, de la insensibilidad y la falta de consciencia” En unos pocos minutos me había convencido de que el mal humor era un móvil importante. En ese momento, se me vino a la mente el comienzo de la película de Loach. Esos jóvenes estudiantes ingleses viendo escenas del frente en España y gritando malhumorados contra el fascismo y por la revolución. Fue como si casi pudiera palpar la sangre hirviendo de ese sentimiento. A partir de esto logré intuir qué era eso que desbordaban los jóvenes contemporáneos lanzando botellas contra desconocidos. El mal humor, llevó a Orwell al frente y ha permitido que los jóvenes enérgicos se alcen a las calles a manifestar su descontento. Es quizás este mal humor el que me transmitió J en la barra de ese bar cuando me tildó de comunista sin apenas conocerme. El problema es que hoy en día en Barcelona, no tenemos muy claro qué es eso que nos provoca este mal humor.