Abandono la salida del departamento con una profunda inhalación, la reserva de aire imprescindible antes de tener que compartirlo cara a cara con cientos de desconocidos que te rosan, suspiran y expiran tu rostro. El olor a mañana no es sino ese fuerte olor a cama camuflado por una nauseabunda agua colonia o jabón y a lo largo y ancho del vagón se pasea este asfixiante olor entre los milímetros que separan mi cara de la de otro.
Cuando se libera la puerta, todos queremos acaparar espacio en el subterráneo y luego en la calle, donde la lucha se ha desplazado hacia el bando de piernas y ruedas. Llevo 10 minutos de atraso y pienso que debe haber sido la culpa de ese caballero campante que se puso delante de mí en la fila. Acelero el paso, camino por el cemento bordeando el río, hasta entrar al impecable y pulcro edificio de 20 pisos donde en el 12 se encuentra el cubículo que me recibe mañana a mañana. El ascensor es lo mismo que el metro pero en versión vertical, todos se empujan y se moldean en su interior para hacerse caber y se detiene en cada estación o piso hasta detenerse en el programado, desde donde salgo disparada como muñeco de cuerda hasta mi puesto.
El guardia me saluda de manera especial diciéndome:
-Vállase a la casa -mientras me envuelve con uno de sus brazos en un gesto fraternal.
-Ya pues, si usted lo dice... -le respondo con una levantada de cejas, como siguiéndole el jueguito y me dirijo rápidamente a mi lugar intentando que esos 20 minutos pasen desapercibidos. Pero en lugar de la silla y el computador, me encuentro con mi cubículo cubierto de plásticos y diarios y el techo desprendido.
-Su puesto se ha inundado, todo se ha mojado, incluso el computador y ese panel de arriba. ¿Se fija que también es desmontable? -me dice el mismo guardia señalándome el techo mientras yo le respondo con una mirada risueña de incredulidad.
-Veremos si se puede recuperar algo, señorita, tendrá que esperar que llegue el encargado de sistemas, mientras le recomiendo se tome un café.
En vez del café opto por caminar en línea recta por el interminable pasillo de paneles y al llegar al puesto de la secretaria, dar media vuelta y hacer el mismo tramo de regreso. Mientras, pienso..., no en el computador, ni en la absurda situación de que el techo se haya caído sobre el minúsculo rincón de mi cubículo, tampoco en todos los archivos y programas que en esos momentos se ahogan con las gotas de ese aire condicionado convertido en agua.Observo mis pies mientras camino y pienso en la variedad de suelos absurdos sobre los que éstos han andado. Miro ventana afuera y me imagino la vida real, preguntándome ¿qué es esta nave de 20 pisos flotando en el valle de Santiago?, ¿en el poto del mundo? ¿en un planeta que es una punta de alfiler en el universo? y me imagino esas películas de ciencia ficción que veía mi papá las noches de domingo, que medio desintonizadas mostraban una enorme nave, algo así como una torre capitalista, pero desplazándose horizontalmente hacia algún lugar desconocido, cuyo destino estaba programado por un personaje negro, solitario y atormentado por sus complejos. Al que los niños identificábamos como "el malo".
Luego de tres recorridos por ese pasillo, vuelvo a mi puesto o lo que de él ha quedado y todos los tripulantes se encuentran a su alrededor.
-Fue el aire acondicionado -dicen algunos apuntando ese misterioso agujero vacío con uno que otro tubo medio sospechoso.Otros se ríen y echan bromas del tipo:
-Ésto parece una oficina, de esas de paneles y cubiculos desmontables.
Pero si esto es en realidad una oficina ¿o no?, ¿Por qué tendría que parecer oficina si simplemente lo es?, pienso, mientras desconcertada emprendo el mismo recorrido anterior.
-O estudio del Chapulín Colorado, -recita otro a lo lejos atrayendo una ola de carcajadas sobre sí.
-Nos llevaremos el equipo, es probable que haya perdido todo lo que esté en su interior, pero en cualquier caso intentaremos extrer el disco duro.
"En cualquier caso"..., me queda esa última frase rondando en mi cabeza y realmente comienzo a dudar si ésto es una oficina o una gran nave cuyos tripulantes ignoran el verdadero objetivo. Una nave que se desplaza lentamente por el universo, con un movimiento imperceptible para quienes la abordan, así como el cotidiano moviento de rotación. ¿Alguién se dará cuenta que esta es una gran nave? y si existe tal ¿se habrá imaginado hacia donde se dirige este enorme pedazo de concreto y aluminio?
Al regresar por tercera vez a mi puesto, ya no está mi equipo. Todo se encuentra cubierto de diarios, la gente todavía alrededor conversando, y yo no dejo ni un minuto de pensar si aquellos que me rodean se han preguntado alguna vez, hacia dónde se dirige esta gran nave, cuál es su misión oculta. Sólo algunos de sus tripulantes, quienes sospechan con cada vez mayor intensidad que ésta nos está llevando a algún lugar fuera de lo real -donde no hay diferencia entre día y noche, entre frío y calor- , desean abandonarla. Y yo miro por la ventana y me río junto a todos de ese agujero absurdo sobre mi cabeza, pero nadie siquiera sospecha que ese agujero lleva mis pensamientos hasta lugares infinitos, por los túneles y laberintos más recónditos de la nave. Y en mi mente una luz se enciende, y mi corazón fuerza sus latidos, es que acabo de encontrar la salida. Por ese agujero podré escapar, y éste está sobre mi cabeza. Mi mente debe echarse a volar y si no puede viajar por los aires, ni ver el sol, tendrá que viajar por túneles y laberintos, de cualquier modo viajando, siempre desplazándose, hacia donde ella misma quiere llegar, no hacia donde ese personaje oscuro de complejos y soledad, quiere a todo el resto.
viernes, diciembre 02, 2005
martes, noviembre 08, 2005
Entre libros y chantás de micros
El trayecto diario entre mi casa y la pega es por la micro que tomo en Macul y que sigue derechito por los Leones. Como en horas de trabajo no puedo leer y en la bicicleta menos, decidí aprovechar mi tiempo lectivo durante el trayecto en la micro. La primera semana no pude ni abrir las "Crónicas Marcianas" de Bradbury de toda la gente que me estaba apretujando, era como un poco invasivo abrir un libro entre tantas manos, cabezas y caras rozándose y empujándose constantemente. Y cuando vi que pasaban los días y que el libro permanecía intacto, una mañana, decidí aventurarme.
Con la mano derecha saqué el libro de la mochila, mientras con la izquierda me sostenía de la barra y con los dientes intentaba correr el cierre de la mochila. Todo resultó perfecto hasta que lo abrí y cuando logré sumergirme en la historia de la primera invasión a marte, la micro se pegó una chantá y esas páginas cayeron entre los zapatos matutinos y yo sobre el oficinista de al lado. Pero como un intento no fue suficiente, mi bicicleta quedó rezagada al calabozo y opté por transportarme junto a la humanidad con el beneficio de que ahora puedo abrir -aunque sea entre manotazos y tambaleos- un librito en mi media hora de trayecto. En ese espacio temporal he pasado por los más diversos autores que me han hecho una bipolar en materia de elección literaria, aunque curiosamente entre las novelas que me han tocado hay mucho en común. Producto del azar o del misterio, todas las novelitas que mis ojos y mi imaginación han recorrido en las micros Macul-Los Leones, tratan de personajes solitarios, andando por la vida en el presente y maravillándose de las sorpresitas agradables o desagradables que ésta trae, en fin, seres humildes que gozan de la vida misma, sin grandes metas ni ambiciones, porque al ser personajes marginales no se pueden dar el lujo de aspirar a tan ambiciosas metas, sino que se van por el lado de la vida en sí, de hacer de ésta un curioso dibujo.
Estos son algunos de los personajes que hacen historia (y mito para algunos)en sus propias vidas:
XX en "Tokio ya no nos quiere" de Ray Loriga
El mascarita en "El Hablador" de Vargas Llosa
Ray en "Los vagabundos del Dharma" de Kerouac
Hildelbrando del Carmen en "Himno de un ángel parado en una pata" de Hernán Rivera Letelier
Rey en "El rey de la Habana" de Pedro Juan Gutierrez
Estas novelas han sido leídas entre empujones, codazos, bruscas chantadas, correr de monedas, estornudos y una que otra mirada por la ventana. Por estas historias la bicicleta de cascabel ha quedado relegada al calabozo, porque he encontrado entre cada uno de esos personajes y yo algo en común: eso del presente, de nos saber qué te espera, de avanzar despierto y sorprendido.
Por eso me refiero al azar, porque ninguna de estas novelas han sido escogidas a conciencia por mí, sino que simplemente han llegado a mis manos, las he encontrado por ahí guardadas, tiradas donde mi hermana, o simplemente me he hallado en alguna casa ajena hojeándolas para matar el tiempo, hasta quedar en calidad de objeto prestado.Y bas! todas me salen con el mismo tema, si los libros tienen algo muy mágico, aparte de lo que contienen siempre hay una historia para un libro.
martes, octubre 11, 2005
Expectativas
Es curioso cómo la mente de uno es capaz de montar todo un paisaje fantasioso a partir de una "expectativa", palabra que en gran parte de los casos puede pasar por sinónimo de ilusión o sueño. Hay veces en que las expectativas coinciden en cierto grado con la realidad, pero la mayoría de las veces no y uno es bien terco en comprender que a veces es mejor no hacerse ninguna expectativa y vivir esa situación, conversar con esa persona o leer esa novela sin tanto juicio previo. Otra cosa es disfrutar de la expectativa misma, saborearla y vivirla como un maravilloso sueño sin medir la realidad en relación a ella.
En fin, creo que varios podemos coincidir que desilucionarse en base a una expectativa muy alta es jodido y nos pasa todo el tiempo, con los detalles más cotidianos.
Conseguí unos honguitos para el fin de semana, hongos mágicos que me harían tener un precioso viaje con la naturaleza, transformarme en un ente capturado entre las ramas de los árboles y el cemento de la ciudad. Llegaron a mis manos, los cuidé y conservé durante la semana para el esperado día en que partiríamos cerro arriba. En una roca a los pies de las montañas que rodean Santiago nos comimos esos pedacitos de hongos mezclados con tierra que parecían pedacitos de barro negro con un dejo a sabor a champiñón. Cada uno comió su pequeña porción y comenzamos a subir el cerro, caminando por una preciosa cuesta medio desértica llena de flores silvestre, como un desierto florido con toda la ciudad a sus pies. Paisaje que nos llevaría a desplazarnos como duendes y encontrarnos en un mundo perfecto, sin el juego del tiempo. Pasó la primera hora y disfrutábamos inmensamente del paisaje, pero seguíamos igual que siempre, y así comenzó a pasar la tarde y nada fuera de lo común, el tiempo seguía marcando su paso. Entonces seguimos montaña arriba y nos tiramos en una loma llena de flores a mirar el paisaje y sentir el viento, y sí, la sensación era alucinante, el lugar lo era, pero éramos nosotros como en un día cualquiera, y los honguitos ná que ná. Entonces nos resignamos y seguimos nuestra caminata ahora confiando en los poderes naturales de nuestra mente, los que sin ayuda de ninguna planta mágica y con bastante inspiración y concentración se pueden echar a andar. Y luchamos contra el calor, caminamos y nos insolamos hasta bajar a la ciudad por el veraniego Fanshop en la plaza y luego resignarnos más aún a la urbe y meternos en una sala de cine a ver la película menos indicada para una tarde llena de expectativas no cumplidas -"La caída"-, bueno, pero el fanshop estuvo bien refrescante y esa lomita en el cerro, uff, deliciosa.
En fin, creo que varios podemos coincidir que desilucionarse en base a una expectativa muy alta es jodido y nos pasa todo el tiempo, con los detalles más cotidianos.
Conseguí unos honguitos para el fin de semana, hongos mágicos que me harían tener un precioso viaje con la naturaleza, transformarme en un ente capturado entre las ramas de los árboles y el cemento de la ciudad. Llegaron a mis manos, los cuidé y conservé durante la semana para el esperado día en que partiríamos cerro arriba. En una roca a los pies de las montañas que rodean Santiago nos comimos esos pedacitos de hongos mezclados con tierra que parecían pedacitos de barro negro con un dejo a sabor a champiñón. Cada uno comió su pequeña porción y comenzamos a subir el cerro, caminando por una preciosa cuesta medio desértica llena de flores silvestre, como un desierto florido con toda la ciudad a sus pies. Paisaje que nos llevaría a desplazarnos como duendes y encontrarnos en un mundo perfecto, sin el juego del tiempo. Pasó la primera hora y disfrutábamos inmensamente del paisaje, pero seguíamos igual que siempre, y así comenzó a pasar la tarde y nada fuera de lo común, el tiempo seguía marcando su paso. Entonces seguimos montaña arriba y nos tiramos en una loma llena de flores a mirar el paisaje y sentir el viento, y sí, la sensación era alucinante, el lugar lo era, pero éramos nosotros como en un día cualquiera, y los honguitos ná que ná. Entonces nos resignamos y seguimos nuestra caminata ahora confiando en los poderes naturales de nuestra mente, los que sin ayuda de ninguna planta mágica y con bastante inspiración y concentración se pueden echar a andar. Y luchamos contra el calor, caminamos y nos insolamos hasta bajar a la ciudad por el veraniego Fanshop en la plaza y luego resignarnos más aún a la urbe y meternos en una sala de cine a ver la película menos indicada para una tarde llena de expectativas no cumplidas -"La caída"-, bueno, pero el fanshop estuvo bien refrescante y esa lomita en el cerro, uff, deliciosa.
martes, octubre 04, 2005
Vamos andando
Caminaba sin parar, mis pies recorrían ciudades, bosques, pastizales, desiertos y pantanos. Mi mente abierta a los escenarios que me iban encontrando, como los Queltehues que quisieron atacarme con su filuda garra o el simpático camionero que me convidó la mitad de su marraqueta. Más al norte, la selva pantanosa intentó capturarme, detener mi incansable paso, pero no lo consiguió, un pedazo de liana se desprendió para sacarme de allí y permitir que éste continuara. Comencé en el sur, ya voy en el centro, al parecer me dirijo hacia el norte, pero si llegase ahí, tendría que volverme al sur. No puedo detenerme, solo lo hago algunas horas por las noches para guardar energías en espera del camino de mañana, para seguir recorriendo, infinitamente, el mundo.
A lo lejos siento un ruido conocido, me suena como a teclado de computador, es una sola tecla detenida en el tiempo. Despego los ojos y me encuentro en un escenario completamente diferente, acaparado por una pantalla que atrae mi vista demoníacamente. A mi alrededor los paneles y teclados lejanos de otros computadores, algunos teléfonos sonando y voces hablando al mismo tiempo. Los paisajes recorridos por mi caminar indetenible han desaparecido, ahora estoy sentada, detenida con mi mente obligada por la pantalla, a ratos recuerdo ese sueño cuando veo los cerros por la ventana y me imagino que a pies agigantados recorro de loma a loma a cada paso.
Sentada, inmóvil, mi mente recuerda y proyecta lo que ha de venir (con un optimismo que no está nada de mal) Intenta abrir entre tecla y tecla, entre panel y panel, un espacio de viaje y movimiento. En el lugar menos seductor de esta torre encuentra su sueño nómade.
Cerré las última página de "El Hablador", una novela de Vargas Llosa sobre la tribu amazónica de los Machiguengas, su mitología y su tradición oral. Los Machiguengas deben andar sin parar, caminar por la selva y la sierra sin detenerse, porque al detenerse el sol se cae y el orden cósmico se desarma. Así como los aztecas debían sacrificar a sus hombre para que su sangre alimentara el movimiento de los astros.
Me pregunto si realmente el hombre es un ser sedentario por naturaleza -como nos han hecho creer desde el primer día de vida- que nace para en algún momento establecerse, echar raíces, asentarse en su tierra. O si somos nómades, viajeros del tiempo y el espacio, que si no lo es nuestro cuerpo que siempre busca desplazamiento y está en constante movimiento desde su más ínfima molécula, lo es nuestra mente, capaz de desplazarse por los lugares más insólitos, de crear e interpretar mundos, de viajar por los más peligrosos y seductores paisajes. Yo apuesto por lo segundo, que no hay que dejar de caminar, que la noción de sedentarismo, de fin último, de estaticidad es solo una ilusión. El hombre necesita inventarse esta suerte de paraíso estático donde descansar y detenerse, pero el mundo, el universo y la sangre está en constante movimiento, ¿cómo tanta soberbia de intentar detenerlo y generar conceptos estáticos? es como esas frases que uno oye de "Ella siempre ha sido así" o "todos los ingenieros son cuadrados" o "la felicidad te espera detrás de esa puerta" o "te quemarás en el infierno2. Como si se tratara de espacios detenidos e inamovibles. Si sabemos que hasta la más sólida roca se compone de moléculas en movimiento.
Sentada aquí, frente a este teclado y la "rutina", pienso que debo partir, abrir las páginas de "Los vagabundos del Dharma" y echarme a viajar por lugares desconocidos. Si no, viene la putrefacción, el pozo estancado, el templo de la descomopsición, la depresión y el descontento de tantos hombres-fantasmas asentados a nuestro alrededor. Por eso, cuando creemos que el mundo está por acabarse, que un juicio nos llevó a una profunda desilución o que una ley científica ha desplazado alguno de nuestros sueños, hay que alertarse y creer en el movimiento, donde todo es posible, donde lo que ahora está arriba después estará abajo. Y en ese andar vamos descubriendo, que la vida es una insólita obra de arte, que nos descoloca, conduciéndonos por lugares secretos -porque solo nosotros los estamos conociendo-, que no estamos para detenernos ni conformarnos con las respuestas que nos dan a nuestro alrededor, que estamos para explorar y eso es existir.
miércoles, septiembre 14, 2005
Extraños en la ciudad
Quedé de juntarme a las 19:40 con Guido para ir a ver Play ahí en el hoyts de Huérfanos. La película me dejó llena de sensaciones, los exquisitos detalles del cotidiano y el silencio desde el que uno puede observar pasar la ciudad a su alrededor, sintiendo su propio respirar ascendiendo y descendiendo, esa música interior y alrededor infinitas situaciones encontrándose y perdiéndose, incluso una imagen que puede cambiar todo el sentido de nuestro recorrido. Cristina Llancaleo, la protagonista quedó bien dentro mío después de la película, es como si aquí en la ciudad debiéramos sentirnos extraños para disfrutarla, sí, es un deber, como si la pisáramos por primera vez, tal como esta mujer que viene del sur.
Después de la película nos fuimos silenciosos caminando, solo presente, disfrutando cada paso, los cómodos asientos que por cueva nos tocaron en la micro y en medio de esa comodidad abro la mochila para sacar el libro de Ray Loriga "Tokyo ya no nos quiere" que trata precisamente del tema del presente, unas misteriosas pastillas que te pueden borrar los recuerdos y está narrada en un presente constante, donde el protagonista se sorprende de cada detalle y nos cuenta lo que va viendo a su alrededor, algo así como la Cristina Llancaleo de Play, anónimo, extraño, observador en escenarios de grandes ciudades. Y vuelvo a insistir que para realmente disfrutar la ciudad, para deleitarse con ella, para querer dedicarle un poema hay que verla a ratos como un extraño.
Nos bajamos de la micro en la Plaza Ñuñoa y fuimos por un shop, que ameritaba porque la película daba para sentarse en una mesa a mirarnos las caras y comentarla lentamente lanzando una frase que otra. Lo acabamos más o menos rápido y caminando a la casa decidimos asomarnos al bar sin nombre para ver los cuadros del Guido y zas!, justo era el cumpleaños del dueño. Nos invitó a pasar encajándonos un vodka a cada uno en nuestras manos y no hubo más opción que instalarse un rato. Cuando en un momento, me vi sola en una mesita medio escondida, los tipos que celebraban el cumpleaños sentados en un mesón a lo largo me invitan a jugar cacho y de pronto me veo dirigiendo un juego de diez personas. Ya iba en el tercer vodka y Guido se encuentra con esta escena que al parecer no le agradó mucho porque si bien se nos unió al juego, se le notaba una expresión de incomodidad en su cara. A mi lado había sentado un tipo que decía estar de cumpleaños el mismo año y con un día de diferencia que yo y eso bastó para que entrara en la más absoluta confianza y exigiera que le enseñara a jugar. Finalmente defendí lo mío, volví a la mesa inicial bastante molesta y sin comprender el enojo repentino de Guido. Me senté sola imitando la situación inicial y mirando con cara de "así mejor?"
Camino a la casa ya con varios vodkas en el cuerpo comienza a encenderse una discusión en torno al tema de la libertad y el derecho a pasarlo bien aunque sea un lugar de desconocidos, lo digo yo que soy amante de las barras. Para escapar a ratos de ahí, mi cabeza empezó a viajar por los más lindos paisajes mexicanos. Sin embargo y volviendo al tema inicial, los dos nos miramos y nos dimos cuenta de que lo que decíamos se iba borrando de la memoria, en la mañana desperté y ya no existía discusión, solo presente, nadie recordaba bien el por qué, la verdadera causa de esa discusión de borrachos de vuelta a casa y entonces me sentía respirar por dentro, en silencio y recordé al personaje de Loriga sin recuerdos y en la mañana me subo a la micro como una extraña, como si me subiera por primera vez a una micro y miraba por la ventana como si mirara por primera vez las veredas comerciales pasearse ante mí y este día he caminado como una extraterrestre por la ciudad, tarareando por dentro.
Después de la película nos fuimos silenciosos caminando, solo presente, disfrutando cada paso, los cómodos asientos que por cueva nos tocaron en la micro y en medio de esa comodidad abro la mochila para sacar el libro de Ray Loriga "Tokyo ya no nos quiere" que trata precisamente del tema del presente, unas misteriosas pastillas que te pueden borrar los recuerdos y está narrada en un presente constante, donde el protagonista se sorprende de cada detalle y nos cuenta lo que va viendo a su alrededor, algo así como la Cristina Llancaleo de Play, anónimo, extraño, observador en escenarios de grandes ciudades. Y vuelvo a insistir que para realmente disfrutar la ciudad, para deleitarse con ella, para querer dedicarle un poema hay que verla a ratos como un extraño.
Nos bajamos de la micro en la Plaza Ñuñoa y fuimos por un shop, que ameritaba porque la película daba para sentarse en una mesa a mirarnos las caras y comentarla lentamente lanzando una frase que otra. Lo acabamos más o menos rápido y caminando a la casa decidimos asomarnos al bar sin nombre para ver los cuadros del Guido y zas!, justo era el cumpleaños del dueño. Nos invitó a pasar encajándonos un vodka a cada uno en nuestras manos y no hubo más opción que instalarse un rato. Cuando en un momento, me vi sola en una mesita medio escondida, los tipos que celebraban el cumpleaños sentados en un mesón a lo largo me invitan a jugar cacho y de pronto me veo dirigiendo un juego de diez personas. Ya iba en el tercer vodka y Guido se encuentra con esta escena que al parecer no le agradó mucho porque si bien se nos unió al juego, se le notaba una expresión de incomodidad en su cara. A mi lado había sentado un tipo que decía estar de cumpleaños el mismo año y con un día de diferencia que yo y eso bastó para que entrara en la más absoluta confianza y exigiera que le enseñara a jugar. Finalmente defendí lo mío, volví a la mesa inicial bastante molesta y sin comprender el enojo repentino de Guido. Me senté sola imitando la situación inicial y mirando con cara de "así mejor?"
Camino a la casa ya con varios vodkas en el cuerpo comienza a encenderse una discusión en torno al tema de la libertad y el derecho a pasarlo bien aunque sea un lugar de desconocidos, lo digo yo que soy amante de las barras. Para escapar a ratos de ahí, mi cabeza empezó a viajar por los más lindos paisajes mexicanos. Sin embargo y volviendo al tema inicial, los dos nos miramos y nos dimos cuenta de que lo que decíamos se iba borrando de la memoria, en la mañana desperté y ya no existía discusión, solo presente, nadie recordaba bien el por qué, la verdadera causa de esa discusión de borrachos de vuelta a casa y entonces me sentía respirar por dentro, en silencio y recordé al personaje de Loriga sin recuerdos y en la mañana me subo a la micro como una extraña, como si me subiera por primera vez a una micro y miraba por la ventana como si mirara por primera vez las veredas comerciales pasearse ante mí y este día he caminado como una extraterrestre por la ciudad, tarareando por dentro.
martes, agosto 30, 2005
despedida
Cambiarse de casa es desenterrar el pasado. Aunque yo solo viví un año y medio en el depto. me impresionó la cantidad de objetos, dibujitos, nuevas fotos y pilchas que se acumulan y son los recuerdos de un año que no estuvo nada de mal.
Tenía planeado cambiarme esta semana, pero Eugenio que es el dueño de mi cama, mi velador, la cocina, el refrigerador y todos los muebles que pueblan la casa, decidió cambiarse el fin de semana, por lo que yo tuve que improvisar una mudanza el día sábado. Llenar bolsas de ropa, dos baúles de libros y cachureos, una lámpara/báculo sagrada, una tele y el colchón que aún yace entre las abandonadas paredes del depto en espera de algún motor que lo pueda atrevesar por la ciudad.
El embalaje improvisado fue durante el tormentoso día sábado, en medio de la lluvia subiendo y bajando bolsas todo con el pecho apretado por una sensación fuerte de cambio físico y emocional no digerido aún. Ema se vuelve a Inglaterra después de un año de compartir todas las tardes un té con leche, un pucho y una eterna conversa que podía derivar en los más extraños temas. Con el depto. la dejo a ella y el jueves ella nos deja a nosotros y a Santiago, la ciudad que tanto ama porque según dice "es una ciudad honesta".
Es dificil deshacerse de los recuerdos, pero al llegar a mi nuevo pequeño hogar y al divisar el único cajón y estante que tengo para dejar mis cosas, me enfrié de sangre, tomé una enorme bolsa de basura y me deshice de un 80% de mis ropas y cachureos, sin dolor, simplemente arrojándolos a la bolsa negra y desentendiéndome de cada objeto. Finalmente llené dos enormes bolsas de basura de ropas y objetos de todo tipo, los cuales fueron a parar a la iglesia de la plaza ñuñoa y ahora soy una niña livianita que podría partir mañana con su palo y su bolsita en la espalda a lo chavo del 8.
Luego de tanto movimiento, nos juntamos ayer con Ema a tomar café, hablamos solo del presente, y al plantear el tema del futuro lloramos tratando de contenernos, riéndonos por nuestro llanto absurdo, esa fue algo así como la despedida simbólica de un lugar físico, de una persona que permanece y de una etapa que está por cerrarse. Bueno, el miércoles se materializará con una gran celebración, la que siempre quisimos rodeados de paredes vacías.
martes, agosto 23, 2005
Shao Hello 2
Luego del sangriento ataque que nos dejó a Ema y a mí refregándonos profundos rasguños en el baño, decidimos que esto no podría repetirse, y que debíamos deshacernos lo antes posible de Hello. Eugenio fue el primero en exigir el exiliodel gato, aunque los tres sentimos cierta piedad que nos llevó a decidir tomarnos un tiempo para conseguirle un hogar decente, con el espacio suficiente para que su psiquis no se viera tan extremamente afectada.
Decidimos encontrarle casa a Hello, pero antes lo llevamos al veterinario exigiendo algún tipo de explicación ante esa reacción asesina en nuestra contra. Pero éste no fue capaz de darnos respuesta alguna, nos dijo que era un tema complicado y que si estaba castrado era muy raro que atacara tan agresivamente y nos ofreció quedarse con el animal por un par de días para observar su comportamiento. Además nos aseguró que ese mismo jueves habría un seminario sobre violencia felina al que él asistiría y nos entregaría la información pertinente. También nos dio la alternativa de darle antidepresivos humanos para calmarlo mientras le encontrábamos otro hogar y por último, nos ofreció quedarse con él y a cambio darnos una gata tranquila y criada para llevarnos. Ninguna de las alternativas nos convenció, era absurdo empezar a gastar plata en antidepresivos y tampoco teníamos el tiempo de estarle dando cada cuatro horas esas extrañas gotas. Cambiarlo por una gata sería una traición, al que queríamos era a él, pero lo queríamos sano o con algún tratamiento accesible. Finalmente lo dejamos en "examinación" en un tétrico laboratorio.
Con la ausencia de Hello, mi vida se relajó bastante, ahora podía pasearme por cualquier lugar del departamento sin sentirme amenzada, podía echarme largas horas en el sillón sin un par de ojos diabólicos enfocándome, sin esos maullidos desesperados, pero no pasaron ni tres días y Eugenio lo trajo de vuelta a la casa. Nadie me preguntó, pero vi un enorme cartel en el baño que decía "gracias por recibir a Hello de vuelta", lo cual me conmovió un poco, pero no me convenció ni afiató el lazo de confianza con el animal.
Durante esos días, mientras Ema estaba en Argentina, nos quedamos con Eugenio y Hello en la casa. Eugenio mantenía una relación muy cariñosa con la fiera, mientras que cuando compartíamos espacio los tres, Hello me miraba fijo y comenzaba a acercárseme lentamente y maullando cada vez más fuerte. Su nerviosismo iba en aumento hasta que comenzaba a abalanzárseme y ahí yo llamaba desesperada a Eugenio quien alcanzó a rescatarme varias veces de sus garras.
Pasaron dos semanas en que yo y Hello no podíamos estar juntos. Cada vez que sacaba mi ropa a lavar éste intentaba agredirme mientras Eugenio lo correteaba con la silla hasta encerrarlo en el balcón, pero llegado un momento no aguanté más y le dije: "Es Hello o yo, lo siento mucho pero no puedo seguir viviendo así, con miedo. Así que o nos llevamos al gato o me voy del departamento" Entonces Eugenio se puso triste y decidió mandarlo al campo de Yunia, pero los días pasaban y las escenas se seguían repitiendo hasta que un día, nuestro amigo Ricardo lo llevó a la Sociedad Protectora de Animales, donde en una jaula gigante que compartía con varios gatos y posillos de pelets rodeados de pequeñas camitas, abandonó a Hello. La última imagen es de una foto que tomó Ricardo donde se asoma su cabeza junto a la de su futuro amigo gato através de las rejas de su nuevo hogar.
Si bien Hello siempre estaba rodeado de humanos, tenía a su amigo Chavo, bueno, en realidad era una amistad algo forzada, porque todas las tardes llegaba este blanco y peludo can a compartir su espacio, a comerse su comida y a echarse en la alfombra plácidamente haciendo caso omiso de los extraños acercamientos de Hello. Todas las tardes el chavo se echaba en silencio en el living y bastaba un minuto de distracción para escuchar una ensalada de gruñidos y maullidos. Es lo que podríamos definir como una amistad hipócrita.
El Chavo era un perro viejo que había sido encontrado por mi amigo Sven en una calle de Valparaíso, por lo que tenía gran parte de su vida recorrida y otra buena porción de mañas de perro de mundo. Sven y Ricardo andaban con Chavo de arriba para abajo por la ciudad y todas las tardes lo llevaban al depto donde se quedaba tranquilamente hasta el momento de soledad con Hello donde se producía el "encuentro". El Chavo disfrutó de los más confortables últimos días de vida hasta esa tarde, la misma en que Hello fue a parar a la Sociedad Protectora por manos de Ricardo.
Después del triste trámite de dejar al gato, Sven y Ricardo fueron con el Chavo a pasear al parque forestal, frente al Museo de Bellas Artes, donde pasaban un agradable tarde hasta que llegaron lo estudiantes. Un paro de estudiantes se tomó parte del parque y no tardaron en llegar los pacos con sus guanacos. Los estudiantes corrían desesperados mientras lanzaban piedras y con un "guanacazo" que le llegó al Chavo, éste salió corriendo, cruzó la calle y fue inmediatamente atropellado y muerto. Sus restos fueron enterrados esa misma noche junto a la estatua de Rubén Darío cercana al lugar de la desgracia, restos que misteriosamente desaparecieron dos noches después.
Quedamos todos impactados con la noticia, en un solo día nuestras mascotas habían desaparecido y Sven y Ricardo estaban especialmente tristes porque fue en contra de su voluntad y el Chavo era como una suerte de hijo de los dos y gran parte de su relación se basaba en sus cuidados y su amor.
Pero el vacío que dejó Chavo no tardó en llenarse, aunque su recuerdo no se ha borrado de nuestras memorias. Los muchachos fueron a la Sociedad Protectora a escoger otro perro. Fueron reiteradas visitas en espera del indicado, hasta que encontraron un lindo quiltro tipo coquer pero pelado, huesudo y de finas extremidades que pasó a ser la nueva mascota. Se llamó Malo Rodrigo y pasó a formar parte de sus planes y vida de pareja. Pero Malo Rodrigo no era un perro perfecto, su extremada flacura era producto de una fuerte invasión de parásitos o gusanitos que se alimentaban por él. No tardé en comprender el problema de salud que tenía Malo, cuando una noche muy cansada, luego de que Malo y Ricardo se habían ido de mi casa, me fui a acostar y antes de dar el último paso hacia mi cama pisé una húmeda plasta que había dejado malo en mi pieza, lo cual fue motivo de risas al día siguiente cuando me autoapodé "Cruela", por las sucesivas demostraciones de confianza de estos animales.
Sven Volvió a Alemania y Ricardo y Malo se irían a vivir con él dentro de dos meses, pero hace dos días, desde una casona cerca de la calle Portugal, Malo salió a explorar la vida y nunca más volvió. Ya no queremos ni otro perro ni otro gato, con nosotros mismos ya nos basta, pero siempre está ese vacío en el depto. Ya sin Malo ni Chavo ni Hello. Esta historia es en memoria de ellos que fueron parte de nuestra familia y en especial en memoria de los gatos a los que les he ganado excesivo respeto.
lunes, agosto 22, 2005
El último abrazo
El auto se detuvo en el centro de Tijuana, rodeado de galpones de donde provenían ensordecedoras cumbias y corridos. Enormes salas de video juegos y oscuros pasillos que conducían a los centros de pool rodeaban la calle principal, por donde caminé perdida en busca del Mercado Rosarito, donde comenzaba la Avenida Popocatepl, en cuyo número 551 me esperaba la persona que había estado en mi mente durante todo ese año, asomándose en mis sueños y protagonizando mis pensamientos cotidianos. No hubo un solo día de ese 2003 sin sus cantos. Sus vuelcos mágicos hacían que un rayo de sol apareciera repentinamente en mi cara en el día más oscuro del invierno, o que repentinamente mi voz empezara a entonar las más tiernas y poéticas melodías a la luna y a la cordillera donde imaginaba nuestra grieta oculta. Sin duda había una comunicación mágica que nos ligaba y los fenómenos de la naturaleza actuaban como emisarios.
Abordé el primer taxi que divisé entre las luces nocturnas y me dirigí a la numeración 551. Luego de caminar una empinada cuesta de tierra, me encontré con una casa blanca tras una pequeña reja del mismo color que tenía el número indicado. La abrí sin titubear y entré preguntado por J.–Pase, ahorita viene-, me dijo amablemente un joven de pelo largo. Observé la amplitud de la sala en que me encontraba, con una gran alfombra verde que hacía las veces de pasto recién cortado, probablemente era el lugar donde se ensayaba. Intentaba controlar mis nervios y olvidarme de las expectativas del encuentro pensando en situaciones superficiales como el calor del viaje, las terribles paradas a comer en esos locales de comida rápida y la historia del conductor chicano quien prácticamente había olvidado su español.
En el oscuro umbral de la puerta y tras un móvil de pequeñas semillas que hacía las veces de cortina, apareció J. Su presencia era tal como la había soñado hasta hace unos segundos atrás, alto de extremidades finas y movimientos destartalados, me miraba con una expresión que ya existía en mi imaginación, una mirada que atravesaba mis ojos para transformar todo en un entorno de magia, como en un mundo de duendes y hadas donde la naturaleza y la cultura encuentran la fusión perfecta. Allí nosotros fuimos los emisarios de ese espacio natural, del universo donde todo era posible, como el improbable hecho de encontrarnos ahí frente a frente abrazándonos en un amoroso encuentro que más allá de nuestra voluntad, sabíamos inevitable.
Le pregunté si tenía una tazita de té que me convidara, pero solo tardé unos segundos en comprender que estaba pidiendo mucho, era un pequeño lujo o excentricidad para las condiciones en que estaban viviendo él y el resto de los músicos, los "Atómicosastrorrumberos" del Yucatán, la banda a la que se había unido él con su jarana y su voz en un encuentro en las playas del pacífico sur. Junto a la banda J había llegado a Tijuana en busca de la oportunidad de grabar el disco en la ciudad de Los Angeles a tan solo unos 300 kilómetros al otro lado de la frontera. Mientras eso no sucediera, la música en las micros y cafés frecuentados por gringos, sería su fuente de trabajo.
Los atómicos eran una suerte de comunidad maya reunida en torno a la música y la convivencia. Los pesos que cada uno ganaba tocando en la calle quedaban en un fondo común a partir del cual se compartían sacos de avena, frijoles, guacamole, churros, techo y la música. De los cinco integrantes J era el único chilango, el resto había nacido y crecido en la península del Yucatán, por lo que en gran parte del vocabulario cotidiano estaban presentes ciertos modismos mayas que luego de una semana comencé a adoptar. Con J pasábamos largas horas contemplándonos y contándonos historias, habían muchos temas por conversar, especialmente sobre la comunicación que mantuvimos durante todo ese año sin necesidad de correo ni teléfono, sino a través de reveladores sueños e historias que surgían desde algún lugar de nuestro inconsciente. Una de esas tardes, J me contó una de las historias que nos ayudaría a comprender ciertas claves sobre los sueños y pensamientos que nos habíamos transmitido.
-La historia que te voy a contar fue el primer cuento que escribí, quiero que la escuches bien porque siento que tiene bastante que ver con nosotros- me dijo J repentinamente una tarde mientras yo colgaba ropa en el patio.
Me senté dedicadamente a su lado y él comenzó.
-Este es un anciano que vivía solo en una vieja casona acompañado únicamente por su perro policial que lo seguía día y noche en la ciudad. También lo acompañaba hasta los bosques del sur cuando el viejo frecuentaba su pequeña cabaña, donde disfrutaba de sus lecturas y del placer de dibujar los recuerdos de su vida en cada uno de sus muros.
En su mansión urbana, en cambio, una casona antigua del S.XVIII, el anciano coleccionaba obras de arte, llegando a tener alrededor de 300 cuadros y esculturas de renombrados artistas, dentro de los cuales, amontonados en una oscura sala, había una pintura muy especial que nunca más olvidé. La pintura representaba la silueta de una mujer, que se dibujaba sutilmente al final de la escena que representa a dos parejas bailando tango y un caballero solo y melancólico fumando un cigarrillo. Cuando entré por primera vez en la casa del anciano, entre un montón de cuadros que éste aún no había colgado encontré uno que no pude dejar de contemplar, pues en su fondo se encontraba esa misteriosa mujer.-J se detuvo un momento para buscar un cigarrillo y tras encenderlo me miró como si esa historia no fuera producto de su imagunación sino un acontecimiento muy especial de su vida y prosiguió-
-Le pregunté al anciano si podía adquirir ese cuadro por un tiempo, que me había fascinado, pero el caballero se negaba diciendo que cada uno de sus cuadros tenía un valor especial para él independiente de si estaban colgados o no. Sentía la necesidad de obtener esa pintura y usando el mismo pretexto de acompañar y conversar con el solitario anciano, comenzé a ir con más frecuencia a su casa con el verdadero fin de contemplar a esa mujer. No me cansaba de preguntarle si podía prestármelo y éste se negaba una y otra vez. Una noche en que extrañaba más que nunca la presencia de esa mujer, decido entrar escondido a la mansión, subir la larga escalera de caracol hacia el altillo, tomar el cuadro, abandonar la casona y arrendar una pequeña pieza en las afueras de la ciudad. De una de esas cuatro reducidas paredes colgué la pintura, y pasaba día y noche observando a la mujer, haciendo fuerza mental para lograr sacarla del cuadro y hacerla aparecer en mi vida. Pasé meses meditando ante el cuadro, olvidando las necesidades básicas de un ser humano, en vigilia simplemente contemplando la belleza de esa misteriosa mujer que ya comenzaba a desdibujarse. No comprendí si era parte de mi delirio o era un hecho que mi mujer del cuadro estuviera desapareciendo -¿para transmutarse a la realidad?-, sentía una pena inmensa al comprender que nunca más podría contemplar al hada de la pintura, pero a su vez sentía gran esperanza al saber por alguna razón oculta, que esta no tardaría en aparecer en mi vida.
Ese mismo día, esperé que llegara la noche para devolverle el cuadro al anciano, tal como lo había obtenido, en silencio sin que nadie lo notara, pues intuía que éste ya no debía estar en sus manos sin esa mujer. Una vez que me deshice de la pintura, la misma mujer comenzó a aparecer clara en mis sueños, con su pelo oscuro y un canto suave que parecía dirigido a sus antepasados; canciones que inspiraban mis composiciones que cada vez se acercaban más al canto de esta mujer, a quien sabiendo su existencia, le entonaba lindos cantos para que donde quiera que estuviera, ésta llegara a su lado.
-¿Y?, ¿cómo termina la historia?-le pregunté algo emocionada, pues por alguna u otra razón la trama me parecía familiar, como si me hubiera invocado a través de ella-.
-Así termina la historia, en que él la busca con sus cantos esperando que algún día ésta apareciera a su lado.
-me responde J-.
-No sé si deba decírtelo -le digo con los ojos brillantes-. -pero siento que esa historia tiene mucho que ver conmigo, como si el final dependiera de nosotros.
-Pero yo la escribí mucho antes de que nos conociéramos, me inspiré en una película llamada "El violín rojo", en que un hombre se obsesiona con un violín, tal como le sucede al personaje de mi historia con el cuadro. -J apaga el cigarro y pone toda su atención en mí-.
-Mira J, hay temas en la historia que se relacionan con mi vida, mi padre es un anciano coleccionista de arte y vive solo con su perro policial. Recuerdo que en su enorme casa donde ha vivido desde su niñez guarda muchísimos cuadros donde hay uno que calza exactamente con las descripciones del cuadro que tú me dices solo que aparece la sombra de mujer recostada, tras esa escena de tango. Aparece en una especie de cartel publicitario aunque solo se ve su espalda desnuda. -Comencé a describir a mi padre, su casa, su perro y sus cuadros con lujo y detalle, y observaba la cara sorprendida de J, que me insistía que esa era exactamente la escena de su cuento-.
Las historias continuaban y esta vez era mi turno, le hablé de un sueño que tuve tiempo atrás donde estábamos juntos viviendo en una azotea, con una pequeña cama y cordeles de ropa colgando. Mientras sorprendido él me contaba que había vivido durante un año en una azotea en el D.F.
La abundancia de coincidencias de las historias en aquellas calurosas tardes de Tijuana, nos llevaron a unirnos mucho más y a sospechar de que había algo extraño en todo esto.
Antes de encontrar al resto de los Atómicosastrorrumberos del Yucatán, las canciones con la voz de J y las cuerdas de la Jarana viajaron por diferentes lugares de México hasta llegar al sur, a una playa del pacífico con concurrencia turística donde conoció a los otros músicos, quienes algunas tardes a la semana, en un pequeño café junto a la playa acompañaban sus temas con ritmos veracruzianos y rumberos.
Una noche de invierno mientras tocaba junto a la banda divisó en la puerta del café a una mujer de la cual no pudo quitar los ojos de encima, tal como la mujer de la historia. Desde la puerta ella lo miraba constantemente y los dos se reconocieron al instante. Pero cuando él terminaba de tocar y la buscaba para hablarle, ella ya había desaparecido. Así pasaron tres noches con ella parada en la puerta, él tocando la jarana y las miradas reconociéndose progresivamente, cada noche otro poco más, pero sin la posibilidad de tocarse ni intercambiar palabras.
La cuarta noche la mujer no desapareció, sino que se quedó en la puerta esperando que terminara la función musical y luego de profundas miradas entre los dos, J bajó del escenario, atinó a pedirle un cigarrillo al oído, la tomó de la mano como si se hubieran conocido de siempre y la llevó a caminar por las callecitas del puerto. Ella apenas pronunciaba palabra y él recordó su historia del cuadro con la muchacha. Hablaron de las estrellas y los sueños, hablaron de arte, de amor y del campo donde los dos habían crecido, se rieron y se abrazaron hasta dormirse juntos en la pequeña azotea de la zapatería del pueblo. Al despertar, ella tenía que seguir camino, entonces se despidieron con un gran abrazo, sabiendo que volverían a encontrarse y J le dio una pequeña mascarita de barro que había moldeado hace algunos días. La figura era una pequeña máscara con rasgos mayas, de pequeños ojos rasgados y boca semiabierta. Ella la tomó entre sus manos y viajó con ella por montañas, ríos y desiertos hasta llegar a la selva del sur, al territorio maya. La selva había envuelto las ruinas, sin embargo éstas se mantenían vivas bajo el suelo que pisaba, 30 kilómetros de ruinas se encontraban bajo sus pies y en ese lugar, apartada de la civilización al poner la mascarita en su oído, sentía a alguien respirar. Por la boca y los poros de la pequeña máscara de barro, se oían leves murmullos y suspiros, así como las conchas de mar remedan el vaivén del océano. La mascarita comenzaba a cobrar vida en ese lugar y ese lejano respirar se asemejaba a la voz que cantaba en el café, pero esta vez parecía un mensaje más antiguo, parecía ser que el barro, las piedras y los árboles cobraran vida cada vez que la llevaba entre sus manos.
Una tarde en un camino selva adentro, el intenso calor tropical la atrajo hacia una posa de agua donde caía una pequeña cascada proveniente de un riachuelo. Ella no tardó en desnudarse y nadar en el agua de cristal y barro, pues todas sus paredes y su fondo parecían ser del mismo material de la pequeña máscara que guardaba celosamente en su puño. Mientras se sumergía una y otra vez en la cascada y tomaba el barro con la otra mano, comenzó a notar que las facciones de su pequeña máscara comenzaban a desaparecer lentamente con el agua. Probablemente la mascarita no estaba cocida y parecía como si ésta quisiera volver al lugar de sus antepasados. De pronto, la máscara ya humedecida comenzó a pasearse por su rostro y su cuerpo, su cara comenzó a teñirse completamente de barro y en sus dos piernas se dibujaron un hombre y una mujer desnudos de alas abiertas. Ella miró a su alrededor buscando algún tipo de señal externa, entonces se abrió levemente la copa de un árbol y dejó caer un rayo de luz en su rostro, luego, a su alrededor, las piedras y raíces tomaron forma humana, las ramas de los árboles parecían pequeños duendes ocultos. Allí ella comprendió que su entorno le estaba hablando, y que el tiempo se había detenido. La naturaleza la estaba llamando, entonces se sentó en silencio a contemplar y supo que ese lugar había estado habitado por humanos que tenían una comunicación directa con su entorno, que siempre habían visto lo que ella estaba viendo a su alrededor. Este lugar le pertenecía y las raíces, piedras y ramas de árboles le suplicaban que se quedara con ellos, que fuera el nexo con el mundo de los humanos.
En ese momento las pequeñas piedras del suelo comenzaron a tomar forma de rostros mayas, así como la máscara cuyas facciones habían sido borradas por el agua. Las piedras la guiaron por el riachuelo hacia arriba, hasta dar con una pequeña posa de agua donde aparecieron monedas, pequeños cántaros, y muchísimas piedras con los rostros de seres que se habían perpetuado en la selva, de los que aún sentía su respirar, tal como la pequeña máscara que J le había entregado esa última tarde en el café. Ella tuvo certeza de que ese era su reino, recogió gran parte de las ruinas y las envolvió en su pañuelo, cada vez que las frotaba y pedía un deseo se le cumplía, así pudo fumar un tabaco que apareció misteriosamente y el sol aparecía a su antojo para cobijarla de la fresca sombra. "Este es mi reino de barro, todo estaba previsto, la máscara me fue enviada para esta misión y J es el único ser humano que conoce este mundo, con él fundaré este reino, el país de barro y nuestros hijos serán los comunicadores de estos árboles, raíces y antepasados con la humanidad."
Se retiró selva adentro y cuando comenzó a oscurecer regresó al campamento con sus ruinas, su máscara de facciones borradas y la fuerza de alguien que ha mantenido un diálogo con la tierra.
Entonces fue cuando en sueños comenzó a ver a J, a viajar junto a él hacia vidas anteriores, hacia su país de barro. El mito sobrepasó a la historia y su vida se transformó en un sueño ancestral que alguien muy antiguo había soñado para ella.
El respiro de la mascarita nunca cesó, entonces fue cuando dos meses después tuvo la necesidad de comunicarse con él, pero esta vez ella se encontraba en el DF. Se reunieron en la plaza del Zócalo, se abrazaron en los enormes bloques de adoquines, en esa tierra que bajo la piedra vibraba de vida y de muerte.
Nos soñamos durante todo ese año, hasta atravesar la frontera de una ciudad triste para hundirme en un solo abrazo, los dos sabíamos de qué se trataba, ambos habíamos estado en el país de barro y abrazábamos el sueño de otro mundo que nos estaba acogiendo paralelamente, un mundo donde inevitablemente éramos amantes.
Después de la historia que me relató J en el patio de Tijuana, ambos recordamos el cuadro y el anciano. Cuando vi por primera vez esa pintura pensé que la silueta de esa mujer era una imagen surrealista de un cuerpo añadido en la escena de baile, pero al mirarlo nuevamente con detención la escena consistía en un club de tango que daba a una avenida donde había un enorme cartel publicitario iluminado donde se dibujaba la mujer. Un cuadro dentro de otro cuadro. Dándole más vueltas al asunto, pensé que el cuento que se le ocurrió a J era de esta misma mujer de espaldas y largos cabellos negros. Se trataba de ese aviso publicitario que comenzaba a desaparecer mientras el joven lo observaba día y noche.
Sin duda había un portal entre esa imagen dentro del cuadro y nosotros dos.
Nuestras manos apretadas aguardaban la frontera, el último pucho mexicano los dos sentados, el abrazo final y una mano policial nos detiene ¡Pasaporte!, entonces ahora sí el último abrazo y no mirar atrás, solo guardarnos en los sueños.
Una semana después de haber llegado a Santiago, fui a visitar a mi padre. Parecía como si esos meses en que no estuve hubieran sido años, pues éste ya no era capaz de levantarse, había envejecido notablemente y su perro lo acompañaba a los pies de su cama, lanzando un pequeño quejido de vez en cuando. Luego de acompañarlo un rato, subí la escalera de caracol y me dirigí hacia el lugar que en la historia de J estaría el cuadro, lo busqué entre las pinturas apiladas y mi corazón comenzó a agitarse rápidamente cuando di con ese cuadro. La escena era la misma, pero la mujer ya no estaba, entonces fui a los pies de la cama de mi padre, le enseñé la pintura y éste me dijo.
-Esa pintura es de mis tiempos, la pintó un viejo amigo mío de apellido Bernales, mexicano por cierto.
-¿Y la mujer? ¿nunca hubo una mujer dibujada tras la escena?
-Ahí nunca hubo una mujer, solo ese cartel publicitario vacío.-aseguró mi padre con un tono algo confuso-
-Está bien, solo creí haber visto una mujer en ese cuadro, solo hace un año atrás, pero debe haber sido producto de mi imaginación.-le dije algo consternada a los pies de su cama-.
Recordé una y otra vez la historia de J, del cuadro que una noche devolvió silenciosamente al anciano ya sin la mujer. Dos tiempos, dos historias que se cruzaron en el tiempo y el espacio; una, producto de la imaginación de J; otra, parte de mi vida.
Dejé el cuadro en su lugar original y comprendí que para que la mujer de la historia volviera a aparecer en el cuadro, J tendría que desaparecer de mis sueños y pensamientos cotidianos, entonces me alegré de ese espacio vacío y pensé que si quisiera olvidarlo, bastaría con encontrar a ese artista Bernales para que volviera sobre su tela a poblar ese espacio vacío con otra mujer, pero Bernales estaba muerto y ya no había vuelta atrás en este sueño.
Abordé el primer taxi que divisé entre las luces nocturnas y me dirigí a la numeración 551. Luego de caminar una empinada cuesta de tierra, me encontré con una casa blanca tras una pequeña reja del mismo color que tenía el número indicado. La abrí sin titubear y entré preguntado por J.–Pase, ahorita viene-, me dijo amablemente un joven de pelo largo. Observé la amplitud de la sala en que me encontraba, con una gran alfombra verde que hacía las veces de pasto recién cortado, probablemente era el lugar donde se ensayaba. Intentaba controlar mis nervios y olvidarme de las expectativas del encuentro pensando en situaciones superficiales como el calor del viaje, las terribles paradas a comer en esos locales de comida rápida y la historia del conductor chicano quien prácticamente había olvidado su español.
En el oscuro umbral de la puerta y tras un móvil de pequeñas semillas que hacía las veces de cortina, apareció J. Su presencia era tal como la había soñado hasta hace unos segundos atrás, alto de extremidades finas y movimientos destartalados, me miraba con una expresión que ya existía en mi imaginación, una mirada que atravesaba mis ojos para transformar todo en un entorno de magia, como en un mundo de duendes y hadas donde la naturaleza y la cultura encuentran la fusión perfecta. Allí nosotros fuimos los emisarios de ese espacio natural, del universo donde todo era posible, como el improbable hecho de encontrarnos ahí frente a frente abrazándonos en un amoroso encuentro que más allá de nuestra voluntad, sabíamos inevitable.
Le pregunté si tenía una tazita de té que me convidara, pero solo tardé unos segundos en comprender que estaba pidiendo mucho, era un pequeño lujo o excentricidad para las condiciones en que estaban viviendo él y el resto de los músicos, los "Atómicosastrorrumberos" del Yucatán, la banda a la que se había unido él con su jarana y su voz en un encuentro en las playas del pacífico sur. Junto a la banda J había llegado a Tijuana en busca de la oportunidad de grabar el disco en la ciudad de Los Angeles a tan solo unos 300 kilómetros al otro lado de la frontera. Mientras eso no sucediera, la música en las micros y cafés frecuentados por gringos, sería su fuente de trabajo.
Los atómicos eran una suerte de comunidad maya reunida en torno a la música y la convivencia. Los pesos que cada uno ganaba tocando en la calle quedaban en un fondo común a partir del cual se compartían sacos de avena, frijoles, guacamole, churros, techo y la música. De los cinco integrantes J era el único chilango, el resto había nacido y crecido en la península del Yucatán, por lo que en gran parte del vocabulario cotidiano estaban presentes ciertos modismos mayas que luego de una semana comencé a adoptar. Con J pasábamos largas horas contemplándonos y contándonos historias, habían muchos temas por conversar, especialmente sobre la comunicación que mantuvimos durante todo ese año sin necesidad de correo ni teléfono, sino a través de reveladores sueños e historias que surgían desde algún lugar de nuestro inconsciente. Una de esas tardes, J me contó una de las historias que nos ayudaría a comprender ciertas claves sobre los sueños y pensamientos que nos habíamos transmitido.
-La historia que te voy a contar fue el primer cuento que escribí, quiero que la escuches bien porque siento que tiene bastante que ver con nosotros- me dijo J repentinamente una tarde mientras yo colgaba ropa en el patio.
Me senté dedicadamente a su lado y él comenzó.
-Este es un anciano que vivía solo en una vieja casona acompañado únicamente por su perro policial que lo seguía día y noche en la ciudad. También lo acompañaba hasta los bosques del sur cuando el viejo frecuentaba su pequeña cabaña, donde disfrutaba de sus lecturas y del placer de dibujar los recuerdos de su vida en cada uno de sus muros.
En su mansión urbana, en cambio, una casona antigua del S.XVIII, el anciano coleccionaba obras de arte, llegando a tener alrededor de 300 cuadros y esculturas de renombrados artistas, dentro de los cuales, amontonados en una oscura sala, había una pintura muy especial que nunca más olvidé. La pintura representaba la silueta de una mujer, que se dibujaba sutilmente al final de la escena que representa a dos parejas bailando tango y un caballero solo y melancólico fumando un cigarrillo. Cuando entré por primera vez en la casa del anciano, entre un montón de cuadros que éste aún no había colgado encontré uno que no pude dejar de contemplar, pues en su fondo se encontraba esa misteriosa mujer.-J se detuvo un momento para buscar un cigarrillo y tras encenderlo me miró como si esa historia no fuera producto de su imagunación sino un acontecimiento muy especial de su vida y prosiguió-
-Le pregunté al anciano si podía adquirir ese cuadro por un tiempo, que me había fascinado, pero el caballero se negaba diciendo que cada uno de sus cuadros tenía un valor especial para él independiente de si estaban colgados o no. Sentía la necesidad de obtener esa pintura y usando el mismo pretexto de acompañar y conversar con el solitario anciano, comenzé a ir con más frecuencia a su casa con el verdadero fin de contemplar a esa mujer. No me cansaba de preguntarle si podía prestármelo y éste se negaba una y otra vez. Una noche en que extrañaba más que nunca la presencia de esa mujer, decido entrar escondido a la mansión, subir la larga escalera de caracol hacia el altillo, tomar el cuadro, abandonar la casona y arrendar una pequeña pieza en las afueras de la ciudad. De una de esas cuatro reducidas paredes colgué la pintura, y pasaba día y noche observando a la mujer, haciendo fuerza mental para lograr sacarla del cuadro y hacerla aparecer en mi vida. Pasé meses meditando ante el cuadro, olvidando las necesidades básicas de un ser humano, en vigilia simplemente contemplando la belleza de esa misteriosa mujer que ya comenzaba a desdibujarse. No comprendí si era parte de mi delirio o era un hecho que mi mujer del cuadro estuviera desapareciendo -¿para transmutarse a la realidad?-, sentía una pena inmensa al comprender que nunca más podría contemplar al hada de la pintura, pero a su vez sentía gran esperanza al saber por alguna razón oculta, que esta no tardaría en aparecer en mi vida.
Ese mismo día, esperé que llegara la noche para devolverle el cuadro al anciano, tal como lo había obtenido, en silencio sin que nadie lo notara, pues intuía que éste ya no debía estar en sus manos sin esa mujer. Una vez que me deshice de la pintura, la misma mujer comenzó a aparecer clara en mis sueños, con su pelo oscuro y un canto suave que parecía dirigido a sus antepasados; canciones que inspiraban mis composiciones que cada vez se acercaban más al canto de esta mujer, a quien sabiendo su existencia, le entonaba lindos cantos para que donde quiera que estuviera, ésta llegara a su lado.
-¿Y?, ¿cómo termina la historia?-le pregunté algo emocionada, pues por alguna u otra razón la trama me parecía familiar, como si me hubiera invocado a través de ella-.
-Así termina la historia, en que él la busca con sus cantos esperando que algún día ésta apareciera a su lado.
-me responde J-.
-No sé si deba decírtelo -le digo con los ojos brillantes-. -pero siento que esa historia tiene mucho que ver conmigo, como si el final dependiera de nosotros.
-Pero yo la escribí mucho antes de que nos conociéramos, me inspiré en una película llamada "El violín rojo", en que un hombre se obsesiona con un violín, tal como le sucede al personaje de mi historia con el cuadro. -J apaga el cigarro y pone toda su atención en mí-.
-Mira J, hay temas en la historia que se relacionan con mi vida, mi padre es un anciano coleccionista de arte y vive solo con su perro policial. Recuerdo que en su enorme casa donde ha vivido desde su niñez guarda muchísimos cuadros donde hay uno que calza exactamente con las descripciones del cuadro que tú me dices solo que aparece la sombra de mujer recostada, tras esa escena de tango. Aparece en una especie de cartel publicitario aunque solo se ve su espalda desnuda. -Comencé a describir a mi padre, su casa, su perro y sus cuadros con lujo y detalle, y observaba la cara sorprendida de J, que me insistía que esa era exactamente la escena de su cuento-.
Las historias continuaban y esta vez era mi turno, le hablé de un sueño que tuve tiempo atrás donde estábamos juntos viviendo en una azotea, con una pequeña cama y cordeles de ropa colgando. Mientras sorprendido él me contaba que había vivido durante un año en una azotea en el D.F.
La abundancia de coincidencias de las historias en aquellas calurosas tardes de Tijuana, nos llevaron a unirnos mucho más y a sospechar de que había algo extraño en todo esto.
Antes de encontrar al resto de los Atómicosastrorrumberos del Yucatán, las canciones con la voz de J y las cuerdas de la Jarana viajaron por diferentes lugares de México hasta llegar al sur, a una playa del pacífico con concurrencia turística donde conoció a los otros músicos, quienes algunas tardes a la semana, en un pequeño café junto a la playa acompañaban sus temas con ritmos veracruzianos y rumberos.
Una noche de invierno mientras tocaba junto a la banda divisó en la puerta del café a una mujer de la cual no pudo quitar los ojos de encima, tal como la mujer de la historia. Desde la puerta ella lo miraba constantemente y los dos se reconocieron al instante. Pero cuando él terminaba de tocar y la buscaba para hablarle, ella ya había desaparecido. Así pasaron tres noches con ella parada en la puerta, él tocando la jarana y las miradas reconociéndose progresivamente, cada noche otro poco más, pero sin la posibilidad de tocarse ni intercambiar palabras.
La cuarta noche la mujer no desapareció, sino que se quedó en la puerta esperando que terminara la función musical y luego de profundas miradas entre los dos, J bajó del escenario, atinó a pedirle un cigarrillo al oído, la tomó de la mano como si se hubieran conocido de siempre y la llevó a caminar por las callecitas del puerto. Ella apenas pronunciaba palabra y él recordó su historia del cuadro con la muchacha. Hablaron de las estrellas y los sueños, hablaron de arte, de amor y del campo donde los dos habían crecido, se rieron y se abrazaron hasta dormirse juntos en la pequeña azotea de la zapatería del pueblo. Al despertar, ella tenía que seguir camino, entonces se despidieron con un gran abrazo, sabiendo que volverían a encontrarse y J le dio una pequeña mascarita de barro que había moldeado hace algunos días. La figura era una pequeña máscara con rasgos mayas, de pequeños ojos rasgados y boca semiabierta. Ella la tomó entre sus manos y viajó con ella por montañas, ríos y desiertos hasta llegar a la selva del sur, al territorio maya. La selva había envuelto las ruinas, sin embargo éstas se mantenían vivas bajo el suelo que pisaba, 30 kilómetros de ruinas se encontraban bajo sus pies y en ese lugar, apartada de la civilización al poner la mascarita en su oído, sentía a alguien respirar. Por la boca y los poros de la pequeña máscara de barro, se oían leves murmullos y suspiros, así como las conchas de mar remedan el vaivén del océano. La mascarita comenzaba a cobrar vida en ese lugar y ese lejano respirar se asemejaba a la voz que cantaba en el café, pero esta vez parecía un mensaje más antiguo, parecía ser que el barro, las piedras y los árboles cobraran vida cada vez que la llevaba entre sus manos.
Una tarde en un camino selva adentro, el intenso calor tropical la atrajo hacia una posa de agua donde caía una pequeña cascada proveniente de un riachuelo. Ella no tardó en desnudarse y nadar en el agua de cristal y barro, pues todas sus paredes y su fondo parecían ser del mismo material de la pequeña máscara que guardaba celosamente en su puño. Mientras se sumergía una y otra vez en la cascada y tomaba el barro con la otra mano, comenzó a notar que las facciones de su pequeña máscara comenzaban a desaparecer lentamente con el agua. Probablemente la mascarita no estaba cocida y parecía como si ésta quisiera volver al lugar de sus antepasados. De pronto, la máscara ya humedecida comenzó a pasearse por su rostro y su cuerpo, su cara comenzó a teñirse completamente de barro y en sus dos piernas se dibujaron un hombre y una mujer desnudos de alas abiertas. Ella miró a su alrededor buscando algún tipo de señal externa, entonces se abrió levemente la copa de un árbol y dejó caer un rayo de luz en su rostro, luego, a su alrededor, las piedras y raíces tomaron forma humana, las ramas de los árboles parecían pequeños duendes ocultos. Allí ella comprendió que su entorno le estaba hablando, y que el tiempo se había detenido. La naturaleza la estaba llamando, entonces se sentó en silencio a contemplar y supo que ese lugar había estado habitado por humanos que tenían una comunicación directa con su entorno, que siempre habían visto lo que ella estaba viendo a su alrededor. Este lugar le pertenecía y las raíces, piedras y ramas de árboles le suplicaban que se quedara con ellos, que fuera el nexo con el mundo de los humanos.
En ese momento las pequeñas piedras del suelo comenzaron a tomar forma de rostros mayas, así como la máscara cuyas facciones habían sido borradas por el agua. Las piedras la guiaron por el riachuelo hacia arriba, hasta dar con una pequeña posa de agua donde aparecieron monedas, pequeños cántaros, y muchísimas piedras con los rostros de seres que se habían perpetuado en la selva, de los que aún sentía su respirar, tal como la pequeña máscara que J le había entregado esa última tarde en el café. Ella tuvo certeza de que ese era su reino, recogió gran parte de las ruinas y las envolvió en su pañuelo, cada vez que las frotaba y pedía un deseo se le cumplía, así pudo fumar un tabaco que apareció misteriosamente y el sol aparecía a su antojo para cobijarla de la fresca sombra. "Este es mi reino de barro, todo estaba previsto, la máscara me fue enviada para esta misión y J es el único ser humano que conoce este mundo, con él fundaré este reino, el país de barro y nuestros hijos serán los comunicadores de estos árboles, raíces y antepasados con la humanidad."
Se retiró selva adentro y cuando comenzó a oscurecer regresó al campamento con sus ruinas, su máscara de facciones borradas y la fuerza de alguien que ha mantenido un diálogo con la tierra.
Entonces fue cuando en sueños comenzó a ver a J, a viajar junto a él hacia vidas anteriores, hacia su país de barro. El mito sobrepasó a la historia y su vida se transformó en un sueño ancestral que alguien muy antiguo había soñado para ella.
El respiro de la mascarita nunca cesó, entonces fue cuando dos meses después tuvo la necesidad de comunicarse con él, pero esta vez ella se encontraba en el DF. Se reunieron en la plaza del Zócalo, se abrazaron en los enormes bloques de adoquines, en esa tierra que bajo la piedra vibraba de vida y de muerte.
Nos soñamos durante todo ese año, hasta atravesar la frontera de una ciudad triste para hundirme en un solo abrazo, los dos sabíamos de qué se trataba, ambos habíamos estado en el país de barro y abrazábamos el sueño de otro mundo que nos estaba acogiendo paralelamente, un mundo donde inevitablemente éramos amantes.
Después de la historia que me relató J en el patio de Tijuana, ambos recordamos el cuadro y el anciano. Cuando vi por primera vez esa pintura pensé que la silueta de esa mujer era una imagen surrealista de un cuerpo añadido en la escena de baile, pero al mirarlo nuevamente con detención la escena consistía en un club de tango que daba a una avenida donde había un enorme cartel publicitario iluminado donde se dibujaba la mujer. Un cuadro dentro de otro cuadro. Dándole más vueltas al asunto, pensé que el cuento que se le ocurrió a J era de esta misma mujer de espaldas y largos cabellos negros. Se trataba de ese aviso publicitario que comenzaba a desaparecer mientras el joven lo observaba día y noche.
Sin duda había un portal entre esa imagen dentro del cuadro y nosotros dos.
Nuestras manos apretadas aguardaban la frontera, el último pucho mexicano los dos sentados, el abrazo final y una mano policial nos detiene ¡Pasaporte!, entonces ahora sí el último abrazo y no mirar atrás, solo guardarnos en los sueños.
Una semana después de haber llegado a Santiago, fui a visitar a mi padre. Parecía como si esos meses en que no estuve hubieran sido años, pues éste ya no era capaz de levantarse, había envejecido notablemente y su perro lo acompañaba a los pies de su cama, lanzando un pequeño quejido de vez en cuando. Luego de acompañarlo un rato, subí la escalera de caracol y me dirigí hacia el lugar que en la historia de J estaría el cuadro, lo busqué entre las pinturas apiladas y mi corazón comenzó a agitarse rápidamente cuando di con ese cuadro. La escena era la misma, pero la mujer ya no estaba, entonces fui a los pies de la cama de mi padre, le enseñé la pintura y éste me dijo.
-Esa pintura es de mis tiempos, la pintó un viejo amigo mío de apellido Bernales, mexicano por cierto.
-¿Y la mujer? ¿nunca hubo una mujer dibujada tras la escena?
-Ahí nunca hubo una mujer, solo ese cartel publicitario vacío.-aseguró mi padre con un tono algo confuso-
-Está bien, solo creí haber visto una mujer en ese cuadro, solo hace un año atrás, pero debe haber sido producto de mi imaginación.-le dije algo consternada a los pies de su cama-.
Recordé una y otra vez la historia de J, del cuadro que una noche devolvió silenciosamente al anciano ya sin la mujer. Dos tiempos, dos historias que se cruzaron en el tiempo y el espacio; una, producto de la imaginación de J; otra, parte de mi vida.
Dejé el cuadro en su lugar original y comprendí que para que la mujer de la historia volviera a aparecer en el cuadro, J tendría que desaparecer de mis sueños y pensamientos cotidianos, entonces me alegré de ese espacio vacío y pensé que si quisiera olvidarlo, bastaría con encontrar a ese artista Bernales para que volviera sobre su tela a poblar ese espacio vacío con otra mujer, pero Bernales estaba muerto y ya no había vuelta atrás en este sueño.
miércoles, agosto 03, 2005
tren al sur
Miré detenidamente el closet de Ema; desde las playas brasileras me había autorizado a tomar la prenda que necesitara para el matrimonio al que estaba invitada esa noche después de las 12. Luego de urguetear entre ponchos, poleras y chaquetas, encuentro un vestido de algodón negro con capucha que me probé y arreglándolo con un cinturón quedó perfecto para la ocasión, me puse los zapatos de taco y partí.
Caminé cuatro esforzadas cuadras con los zapatos de señorita y tomé la micro, el destino era la calle del' orto, que según me habían mencionado, quedaba una cuadra antes del estadio italiano, pero la persona que me lo indicó se encontraba en un punto alto de la ciudad. Según mi brújula interior o ciertos atisbos de intuición errada, me bajé frente al estadio y caminé una larga cuadra en el sentido contrario, acomodándome los zapatos de tanto en tanto hasta divisar sin alcanzar a leer, que el nombre indicado en el cartel de la calle siguiente -la que debiera haber sido del' orto- era demasiado largo para ser del' orto, entonces me di cuenta de que estaba perdida.
Paré decididamente al primer auto que se detuvo en la avenida. Desde el auto moderno, cítrico, del año, se baja el vidrio automático y pregunto al conductor de aspecto galanesco por la calle del' orto.
-¿La cashe del' orto? mirá, tenés que caminar en sentido contrario, dos cuadras más abajo, esta la cashe del' orto- me dijo el tipo con una preocupación y deferencia que me extrañaron en esta ciudad, bueno, pero el tipo era argentino y dicen que allá les encanta explicar las calles y ubicaciones a los transeuntes perdidos; pero qué placer sentí al oír la palabra "del' orto" con todo el acento y el énfasis argentino. Caminé repitiéndome con el mismo acento "Sos como el Orto" "Orto, Del' orto", con esa primera 'o' pronuciada bien abierta casi como una 'a'.
Mis pies ya estaban resentidos por todas las cuadras de recorrido, hasta que finalmente di con la calle y con el lugar del evento. Leí el cartel de los novios Juan José y Viviana y me dirigí a la fiesta con los pies en la mano. Un enorme invernadero de cristal con techos altos y muy amplio albergaba a cientos de personas desconocidas para mí que comían y conversaban mesuradamente. Me paré a observar esta escena y al ver que no conocía a nadie me dirigí a la barra y pedí un vodka tónica, pensé que el vodka adormecería mis pies. Estaba tragando vodka un poco ansiosa cuando me encuentro con Loreto que seguramente ya se había tomado sus buenas piscolas. Con sus mejillas asorochadas y su conversar verborreico, me condujo a la mesa de los amigos. Ahí estuve sentada hablando de lado a lado y parándome de vez en cuando a rellenar mi vaso de vodka, para adormecer mis pies, lo cual fue efectivo porque una hora después estaba bailando hasta con la nariz y los bigotes del cotillón.
Cuando bailaba un conocido tema de la Rafaela Carrá, recordé mi viaje al sur y decidí irme para alcanzar a pescar la micro y levantarme temprano para tomar el tren de las 11:30. Había soñado con ese viaje toda la semana, salir de la ciudad y verme sentada en un tren, soñando por la ventana entre los potreros verdes y los ríos caudalosos del invierno, es solo respirar y que el aire te llene por dentro; estar en un constante presente. Tenía nostalgia de estar así, era un asunto de vida o muerte partir lo antes posible al sur aunque fuera por pocos días. Estaba contenta por ese viaje, pensar en él me daba una fuerte sensación de alivio.
Salí de la fiesta a la calle, con la mente medio nublada por tanto vodka y justo pasó la micro, debe haber sido la última micro o mejor dicho la primera del día porque ya era de madrugada. Me bajé en la Alameda y corrí diez cuadras hasta la casa con los zapatos en la mano, corrí rápido y ansiosa queriendo llegar lo antes posible en uno de esos ataques de energía que me vienen comunmente a esas alturas. El trayecto no lo recuerdo con detalle, solo como dije antes, corría a pata pelada por la calle dando saltos para no enterrarme ni un objeto extraño de la vereda.
Tengo dudas sobre cómo entré a la casa, pero como si hubieran pasado unos pocos minutos desperté de pronto, sin el teléfono que había programado para que sonara a las 10 y al mirar la hora entré en shock al percatarme que faltaban solo 15 minutos para que saliera el tren. Ni lo pensé, tomé mi mochila, me puse los pantalones y salí corriendo como loca. Corrí hasta el metro Bellas Artes y cuando hice el cambio de línea en Baquedano vi la hora y faltaban solo 3 minutos para que saliera el tren. Suena mi teléfono, es mi hermana gritándome -¡Huevona, dónde estás!!, ¡tienes mi pasaje, el tren ya llegó! ¡apúrate, no puedo creer que te hayas quedado dormida, descarada! -
Llegó el metro, faltaban seis estaciones para llegar a la Estación Central y quedaban solo tres minutos para que saliera el tren, entonces di todo por perdido y empecé a devolverme muy apenada, con la taquicardia propia de alguien que se agita demasiado en una mañana encañada. Mi teléfono suena denuevo, es la mane -¡Dónde estás!- -¿devolviéndote?, ¿eres huevona tú? ¡si el tren no va a partir todavía, lo están cargando! ¡vente!- y ya sin voluntad propia, corrí de vuelta al metro y me subí en dirección a la Estación Central, con mi pie golpeando constantemente contra el suelo, impaciente y cada estación eterna y las puertas tardaban largos minutos en cerrarse.
De pronto llego a la Estación, corro desbocada al tren, ya no me queda aire y al llegar al andén, el guardia me informa que el tren acababa de partir. Entonces me tiro al suelo rendida, ya no hay tren, se derrumbó el sueño de aire puro y campo, mis ojos se quebran de pena y cansancio y decido tratar de que al menos me den otro pasaje para tomar el tren de las 1 y media. -Eso es imposible-, me dice el tipo de atención al cliente, le puedo dar un pasaje por cuatro mil, pero gratis no. Le supliqué y no hubo caso, entonces me devolví.
En el metro de vuelta a la casa, meto la mano en la mochila y me doy cuenta que dejé las llaves adentro y que el teléfono quedó tirado mientras corría. Ahí me sentí cansada, desdichada y estúpida, entonces solté algunas lágrimas de impotencia y luego lloré en voz alta, escondida en el rincón del vagón sollozando y lamentándome, esperando que Guido todavía estuviera en la casa para que me abriera y me consolara.
Afuera del departamento empiezo a gritarle a Guido y a tocar el timbre una y otra vez, pero nada, no hay respuesta, entonces me tomo la cabeza llorando y derrepente se abre la reja, subo las escaleras, Guido me espera, lo abrazo y lloro varios minutos en su hombro, sin decir palabras, de pronto una que otra carcajada nerviosa. Y después de unas horas abro mi mochila y me encuentro con los pasajes intactos, y me digo, en fin, hay algo que me mantiene atada a esta ciudad y Guido me dice -ohh!! podría pintar algo arriba de esos pasajes ¿a ver?- Entonces hicimos una pizza y pasé un melancólico día gris, imaginándome los mas lindos paisajes sureños y mirando los árboles con nostalgia, queriendo abrazarlos, amando cada partícula de naturaleza en la ciudad. Ya es tarde, la virgen del San Cristóbal brilla por mi ventana y me entra un airecito de mi niñez.
Caminé cuatro esforzadas cuadras con los zapatos de señorita y tomé la micro, el destino era la calle del' orto, que según me habían mencionado, quedaba una cuadra antes del estadio italiano, pero la persona que me lo indicó se encontraba en un punto alto de la ciudad. Según mi brújula interior o ciertos atisbos de intuición errada, me bajé frente al estadio y caminé una larga cuadra en el sentido contrario, acomodándome los zapatos de tanto en tanto hasta divisar sin alcanzar a leer, que el nombre indicado en el cartel de la calle siguiente -la que debiera haber sido del' orto- era demasiado largo para ser del' orto, entonces me di cuenta de que estaba perdida.
Paré decididamente al primer auto que se detuvo en la avenida. Desde el auto moderno, cítrico, del año, se baja el vidrio automático y pregunto al conductor de aspecto galanesco por la calle del' orto.
-¿La cashe del' orto? mirá, tenés que caminar en sentido contrario, dos cuadras más abajo, esta la cashe del' orto- me dijo el tipo con una preocupación y deferencia que me extrañaron en esta ciudad, bueno, pero el tipo era argentino y dicen que allá les encanta explicar las calles y ubicaciones a los transeuntes perdidos; pero qué placer sentí al oír la palabra "del' orto" con todo el acento y el énfasis argentino. Caminé repitiéndome con el mismo acento "Sos como el Orto" "Orto, Del' orto", con esa primera 'o' pronuciada bien abierta casi como una 'a'.
Mis pies ya estaban resentidos por todas las cuadras de recorrido, hasta que finalmente di con la calle y con el lugar del evento. Leí el cartel de los novios Juan José y Viviana y me dirigí a la fiesta con los pies en la mano. Un enorme invernadero de cristal con techos altos y muy amplio albergaba a cientos de personas desconocidas para mí que comían y conversaban mesuradamente. Me paré a observar esta escena y al ver que no conocía a nadie me dirigí a la barra y pedí un vodka tónica, pensé que el vodka adormecería mis pies. Estaba tragando vodka un poco ansiosa cuando me encuentro con Loreto que seguramente ya se había tomado sus buenas piscolas. Con sus mejillas asorochadas y su conversar verborreico, me condujo a la mesa de los amigos. Ahí estuve sentada hablando de lado a lado y parándome de vez en cuando a rellenar mi vaso de vodka, para adormecer mis pies, lo cual fue efectivo porque una hora después estaba bailando hasta con la nariz y los bigotes del cotillón.
Cuando bailaba un conocido tema de la Rafaela Carrá, recordé mi viaje al sur y decidí irme para alcanzar a pescar la micro y levantarme temprano para tomar el tren de las 11:30. Había soñado con ese viaje toda la semana, salir de la ciudad y verme sentada en un tren, soñando por la ventana entre los potreros verdes y los ríos caudalosos del invierno, es solo respirar y que el aire te llene por dentro; estar en un constante presente. Tenía nostalgia de estar así, era un asunto de vida o muerte partir lo antes posible al sur aunque fuera por pocos días. Estaba contenta por ese viaje, pensar en él me daba una fuerte sensación de alivio.
Salí de la fiesta a la calle, con la mente medio nublada por tanto vodka y justo pasó la micro, debe haber sido la última micro o mejor dicho la primera del día porque ya era de madrugada. Me bajé en la Alameda y corrí diez cuadras hasta la casa con los zapatos en la mano, corrí rápido y ansiosa queriendo llegar lo antes posible en uno de esos ataques de energía que me vienen comunmente a esas alturas. El trayecto no lo recuerdo con detalle, solo como dije antes, corría a pata pelada por la calle dando saltos para no enterrarme ni un objeto extraño de la vereda.
Tengo dudas sobre cómo entré a la casa, pero como si hubieran pasado unos pocos minutos desperté de pronto, sin el teléfono que había programado para que sonara a las 10 y al mirar la hora entré en shock al percatarme que faltaban solo 15 minutos para que saliera el tren. Ni lo pensé, tomé mi mochila, me puse los pantalones y salí corriendo como loca. Corrí hasta el metro Bellas Artes y cuando hice el cambio de línea en Baquedano vi la hora y faltaban solo 3 minutos para que saliera el tren. Suena mi teléfono, es mi hermana gritándome -¡Huevona, dónde estás!!, ¡tienes mi pasaje, el tren ya llegó! ¡apúrate, no puedo creer que te hayas quedado dormida, descarada! -
Llegó el metro, faltaban seis estaciones para llegar a la Estación Central y quedaban solo tres minutos para que saliera el tren, entonces di todo por perdido y empecé a devolverme muy apenada, con la taquicardia propia de alguien que se agita demasiado en una mañana encañada. Mi teléfono suena denuevo, es la mane -¡Dónde estás!- -¿devolviéndote?, ¿eres huevona tú? ¡si el tren no va a partir todavía, lo están cargando! ¡vente!- y ya sin voluntad propia, corrí de vuelta al metro y me subí en dirección a la Estación Central, con mi pie golpeando constantemente contra el suelo, impaciente y cada estación eterna y las puertas tardaban largos minutos en cerrarse.
De pronto llego a la Estación, corro desbocada al tren, ya no me queda aire y al llegar al andén, el guardia me informa que el tren acababa de partir. Entonces me tiro al suelo rendida, ya no hay tren, se derrumbó el sueño de aire puro y campo, mis ojos se quebran de pena y cansancio y decido tratar de que al menos me den otro pasaje para tomar el tren de las 1 y media. -Eso es imposible-, me dice el tipo de atención al cliente, le puedo dar un pasaje por cuatro mil, pero gratis no. Le supliqué y no hubo caso, entonces me devolví.
En el metro de vuelta a la casa, meto la mano en la mochila y me doy cuenta que dejé las llaves adentro y que el teléfono quedó tirado mientras corría. Ahí me sentí cansada, desdichada y estúpida, entonces solté algunas lágrimas de impotencia y luego lloré en voz alta, escondida en el rincón del vagón sollozando y lamentándome, esperando que Guido todavía estuviera en la casa para que me abriera y me consolara.
Afuera del departamento empiezo a gritarle a Guido y a tocar el timbre una y otra vez, pero nada, no hay respuesta, entonces me tomo la cabeza llorando y derrepente se abre la reja, subo las escaleras, Guido me espera, lo abrazo y lloro varios minutos en su hombro, sin decir palabras, de pronto una que otra carcajada nerviosa. Y después de unas horas abro mi mochila y me encuentro con los pasajes intactos, y me digo, en fin, hay algo que me mantiene atada a esta ciudad y Guido me dice -ohh!! podría pintar algo arriba de esos pasajes ¿a ver?- Entonces hicimos una pizza y pasé un melancólico día gris, imaginándome los mas lindos paisajes sureños y mirando los árboles con nostalgia, queriendo abrazarlos, amando cada partícula de naturaleza en la ciudad. Ya es tarde, la virgen del San Cristóbal brilla por mi ventana y me entra un airecito de mi niñez.
lunes, julio 25, 2005
El carné de Santiago
Un carné arrojado en la línea eléctrica, en la fotografía, un rostro joven e inexpresivo es el protagonista de los miles de ojos distraídos que ahí se detienen a diario. La imagen queda guardada en un lejano rincón de nuestras memorias, como sucede con las imágenes que cubren la ciudad. Dos semanas después, un rostro familiar comparte mi vagón y pienso que quizás fue el protagonista de mi sueño matutino, no recuerdo bien de dónde, pero parece recordarnos a mí y a mis compañeros de carro, -en una misteriosa conjetura colectiva-, que se trata del viejo rostro de Santiago.
lunes, julio 18, 2005
Escupitajo
Mis manos aún escupen,
los huesos y glóbulos curtidos,
de tanto tocar el viento,
de tanto esperar abiertas,
a que un día como cualquiera,
una tarde descriptible y común
ellas pudieran empuñarse
Y detener el tiempo en sus palmas.
Que el viento de esporas amarillas,
entre los cauces de mis dedos se alojara
Y que al hallar tus ojos reflejados
en las pupilas de un lagarto prehistórico,
ellos te volcaran a nuestro tiempo,
te refregaran el eterno segundo;
te lo empuñaran por la piel y los órganos
Y vertieran nuestra eternidad en tu sangre.
Así es como apareces,
puño ensangrentado
cuya palma esconde el viento,
El misterioso viento del tiempo
que por un segundo ha sido nuestro
¿Dónde es que te ocultas?,
mis manos siguen sangrando
las gotas ya son costras sobre el cemento
perdidas entre huesos y pañales
al final de ese fétido pasaje.
¿Dónde te escondes?
¿O es que nunca te has detenido?
¿Viajas por las esporas del parque cotidiano?
¿Te cuelas entre mis sábanas?
Vistes el aire,
aún no eres cuerpo,
te busco entre mis manos,
entre los huecos de aire albergado
en la milenaria tristeza de sus formas.
Recibirte quiero,
empuñarlas y golpearme el pecho
refregarme aquel tiempo áspero por mi rostro
e invocarte silenciosa montada sobre la nada.
los huesos y glóbulos curtidos,
de tanto tocar el viento,
de tanto esperar abiertas,
a que un día como cualquiera,
una tarde descriptible y común
ellas pudieran empuñarse
Y detener el tiempo en sus palmas.
Que el viento de esporas amarillas,
entre los cauces de mis dedos se alojara
Y que al hallar tus ojos reflejados
en las pupilas de un lagarto prehistórico,
ellos te volcaran a nuestro tiempo,
te refregaran el eterno segundo;
te lo empuñaran por la piel y los órganos
Y vertieran nuestra eternidad en tu sangre.
Así es como apareces,
puño ensangrentado
cuya palma esconde el viento,
El misterioso viento del tiempo
que por un segundo ha sido nuestro
¿Dónde es que te ocultas?,
mis manos siguen sangrando
las gotas ya son costras sobre el cemento
perdidas entre huesos y pañales
al final de ese fétido pasaje.
¿Dónde te escondes?
¿O es que nunca te has detenido?
¿Viajas por las esporas del parque cotidiano?
¿Te cuelas entre mis sábanas?
Vistes el aire,
aún no eres cuerpo,
te busco entre mis manos,
entre los huecos de aire albergado
en la milenaria tristeza de sus formas.
Recibirte quiero,
empuñarlas y golpearme el pecho
refregarme aquel tiempo áspero por mi rostro
e invocarte silenciosa montada sobre la nada.
miércoles, julio 13, 2005
Cajita Musical
Desde que el silencio se apoderó de aquel día,
cuando el rumor del viento se apagó,
mi mirada se ha volcado hacia las piedras,
buscando entre la dureza de sus formas
Algún rastro de sutil respiro.
Detectando el aire en el agobio,
tomé la última burbuja;
aquel instante invisible
oculto entre la solidez milenaria
Y en estos días quietos,
sin viento,
sin tu voz,
me refugio en el hueco de la piedra
en ese ínfimo espacio reservado.
y navego libre en la transparencia molecular
¿Es esa burbuja de aire enterrado
tu eco lejano entre las garras del tiempo?
Eso es lo que de ti me queda,
lo que antes de mí estuvo y lo que después estará;
es lo de siempre, eterno como esas rocas
Y si el viento ya no corre con tus besos
y las ramas del parque ya no me abrazan por ti
entonces con certeza apuesto
por la voz lejana de la piedra
Y pienso en un camión de dinamitas
que en mil pedazos ha de volar,
la piedra que guarda el aire de tu voz
Y libre se apodera de todos los silencios
mis calles pobladas por tus cantos
El mundo, una secreta cajita musical
cuando el rumor del viento se apagó,
mi mirada se ha volcado hacia las piedras,
buscando entre la dureza de sus formas
Algún rastro de sutil respiro.
Detectando el aire en el agobio,
tomé la última burbuja;
aquel instante invisible
oculto entre la solidez milenaria
Y en estos días quietos,
sin viento,
sin tu voz,
me refugio en el hueco de la piedra
en ese ínfimo espacio reservado.
y navego libre en la transparencia molecular
¿Es esa burbuja de aire enterrado
tu eco lejano entre las garras del tiempo?
Eso es lo que de ti me queda,
lo que antes de mí estuvo y lo que después estará;
es lo de siempre, eterno como esas rocas
Y si el viento ya no corre con tus besos
y las ramas del parque ya no me abrazan por ti
entonces con certeza apuesto
por la voz lejana de la piedra
Y pienso en un camión de dinamitas
que en mil pedazos ha de volar,
la piedra que guarda el aire de tu voz
Y libre se apodera de todos los silencios
mis calles pobladas por tus cantos
El mundo, una secreta cajita musical
jueves, julio 07, 2005
El lápiz -San Cristóbal de las casas, Febrero 2003-
El destino me condujo esa última tarde, minutos antes del bus, a una calle de piedra, que desembocaba en una plaza asoleada con viejos árboles, carros de globos y máscaras coloridas de sol. Casualmente se me atravesó una tienda de arte con los más variados lápices, entre los que encontré uno sencillo y perfecto que reemplazaría al chonguito negro que al dibujar iba carbonizando mis dedos y después mi cara cuando distraída me rascaba la mejilla o me despejaba ese mechón de pelo.
Pedí el carbón más grueso, pero esta vez recubierto de madera y lo guardé en la rejilla trasera de mi mochila, ahí donde guardo lo más sagrado y lo más profano: chicles envueltos en boletos de micro, carnet de identidad, una cajetilla de faros, pasaporte y pipa. En la jerarquía de este universo de cachureos, basura y documentos el lápiz quedó en calidad de objeto sagrado, tipo pipa y pasaporte. Pero a pesar del brillo que adquirió este objeto apenas pasó a mi propiedad, bastó un par de horas para que pasara al olvido. Viajando por el suelo del bus y compartiendo su rejilla con una cucharita para flan, se bajó conmigo en la estación, por donde caminamos y dormimos. Cargó en mi estómago abrazado como un hijo en la mochila. También lo hizo en todos los suelos de esperas y puchos. Estuvo en San Cristóbal, silencioso ahí dentro, hasta que por necesidad lo recordé.La primera vez que lo necesité fue esta tarde en la eterna escalera de un mirador al que llegué caminando por instinto. Al sentarme antes de llegar arriba, quise dibujar un perro que estaba tirado mascando un hueso; un perro café mimetizado con los troncos de los árboles y la tierra. Pero mientras buscaba los fósforos para prender un farito, en un segundo de distracción, ya no había perro ni mímesis y al mirar a mi alrededor, desde lo alto de las escaleras, vi una escena que despertó mi curiosidad: un perro ladrando furiosamente sobre un techo triangular. Si bien ladraba como los de su especie, tenía todos los gestos y movimientos de un gato. Me dio risa que fuera el segundo perro mutante de San Cristóbal de las casas. El primero, era Narco, un tipo de bulldog quiltro que vivía en el techo del hostal. Entonces fue como quise dejar constancia de los caprichos caninos de San Cristóbal, y, buscando mis lápices pasteles, recordé la rejilla de mi mochila y tomé el lápiz de carbón. Cuando lo tenía en mis manos, recordé toda esta historia y lo usé con tanta familiaridad, transformando los trazos desbocados en curiosos paisajes caninos, y así el carbón viajó conmigo registrando paisajes selváticos y desiertos, imágenes y situaciones cotidianas.
Pedí el carbón más grueso, pero esta vez recubierto de madera y lo guardé en la rejilla trasera de mi mochila, ahí donde guardo lo más sagrado y lo más profano: chicles envueltos en boletos de micro, carnet de identidad, una cajetilla de faros, pasaporte y pipa. En la jerarquía de este universo de cachureos, basura y documentos el lápiz quedó en calidad de objeto sagrado, tipo pipa y pasaporte. Pero a pesar del brillo que adquirió este objeto apenas pasó a mi propiedad, bastó un par de horas para que pasara al olvido. Viajando por el suelo del bus y compartiendo su rejilla con una cucharita para flan, se bajó conmigo en la estación, por donde caminamos y dormimos. Cargó en mi estómago abrazado como un hijo en la mochila. También lo hizo en todos los suelos de esperas y puchos. Estuvo en San Cristóbal, silencioso ahí dentro, hasta que por necesidad lo recordé.La primera vez que lo necesité fue esta tarde en la eterna escalera de un mirador al que llegué caminando por instinto. Al sentarme antes de llegar arriba, quise dibujar un perro que estaba tirado mascando un hueso; un perro café mimetizado con los troncos de los árboles y la tierra. Pero mientras buscaba los fósforos para prender un farito, en un segundo de distracción, ya no había perro ni mímesis y al mirar a mi alrededor, desde lo alto de las escaleras, vi una escena que despertó mi curiosidad: un perro ladrando furiosamente sobre un techo triangular. Si bien ladraba como los de su especie, tenía todos los gestos y movimientos de un gato. Me dio risa que fuera el segundo perro mutante de San Cristóbal de las casas. El primero, era Narco, un tipo de bulldog quiltro que vivía en el techo del hostal. Entonces fue como quise dejar constancia de los caprichos caninos de San Cristóbal, y, buscando mis lápices pasteles, recordé la rejilla de mi mochila y tomé el lápiz de carbón. Cuando lo tenía en mis manos, recordé toda esta historia y lo usé con tanta familiaridad, transformando los trazos desbocados en curiosos paisajes caninos, y así el carbón viajó conmigo registrando paisajes selváticos y desiertos, imágenes y situaciones cotidianas.
viernes, julio 01, 2005
La Perra Brava
Cubierto de un lustroso cuero rojo, esa tarde de diciembre el altar de La Perra Brava brilla de sobremanera. Pequeños perros de peluche rosados y amarillos cuelgan del techo acharolado y una serie de discos plateados cubren los costados del ventanal, transformando los rayos de sol en un psicodélico juego de luces. El atardecer con la frase escrita "Jesús te Ama", junto a la bandera del Colo parecen los objetos más sagrados del altar. Desde uno de los costados y hundido en un asiento flojo que hace las veces de trono, Don Tito controla la dirección y los movimientos de la máquina, que a esa hora transita despiadada por Avenida Matta. Mi mano distraída siente el peso de las monedas calientes que El Caballero deja caer al tiempo que lanza un suspiro profundo y pone primera.
Caminando por el pasillo, observo la disposición lógica de los pasajeros. En los dos primeros asientos, frente a un desgastado aviso de "No Fumar", se sientan dos caballeros de edad: uno le comenta eufórico al otro los resultados del Teletrak y el favorecido lugar de "El Malandro", mientras el otro me saluda con un par de cejas seductoras que se levantan al verme pasar. En la tercera corrida, una señorona bien perfumada no despega sus ojos de un libro flaco que parece una novela rosa, con una pareja esbelta en la tapa y un título de caligrafía recargada que no alcanzo a leer.
Me acomodo en uno de los últimos asientos, tras recorrer con la mirada el panorama de La Perra, que en esta tarde me inspira un aire de soledad. Sus asientos, en gran parte abandonados, aumentan el tedio y el calor del momento, llevándome a buscar la novedad allá afuera, en el paisaje de la Avenida, con los autos nerviosos y las colegialas apiñadas en las veredas.
En la corrida del lado, una mujer embarazada sostiene a dos niños sobre sus piernas, mientras el caballero del costado aprovecha su distracción para mirar libidinosamente el pedazo de pierna que acaba de descubrirle uno de los pequeños. Esa tarde de verano, La Perra, no me arroja mayor novedad, al menos no como en otras ocasiones, cuando los estudiantes, vendedores o cantantes se suben a avivar la cueca y a transformar -al menos por un minuto- nuestros problemas en ofertas de lápices o en una entonada canción de Quila.
Desde el penúltimo asiento, el que revela el accidente geográfico de la micro, alcanzo a divisar los ojos de Don Tito a través del retrovisor; esos que a diario se me atraviesan por el espejo, desde donde cuelga una pequeña guajira que baila al son de las curvas y los frenos.
Esta tarde sus ojos parecen más cansados. Hundidos entre sus pómulos y su corrida de cejas, arrojan la expresión de alguien que se siente víctima de la gran ciudad y sus habitantes. Por alguna razón que desconozco, su mirada me hace intuir que la media hora de recorrido será algo diferente. Quizás un acto sutil como el aumento de la velocidad en las curvas o la agresividad con que las monedas cayeron en mis manos afectarían el curso habitual de este viaje.
Pensando en el recorrido y lo inesperado que allí puede suceder, diviso algo que atrae toda mi atención. La ventana lateral de mi derecha me arroja un rostro nuevo, del que no me percaté minutos atrás cuando caminé por el pasillo, observando uno a uno a los pasajeros.
Al examinar detenidamente esa expresión y cada uno de sus rasgos, caigo en cuenta de que se trata de un rostro profundo, que conserva maravillosamente la belleza de la juventud, pero con un aura de experiencia y misterio que despierta todo mi interés.
Intento buscar su presencia en cada uno de los asientos, pero no logro dar con ella, parece solo un reflejo, sin la persona tangible. Me detengo a observar y luego a contemplar su postura; su cabeza gacha como si estuviera concentrado en algún libro o probablemente en sus estudios. Parece paralizado como un cuadro. Luego de perder la noción del tiempo, -probablemente fueron varios los minutos que me quedé mirándolo-, me vuelvo inquieta y confundida, buscándolo en cada uno de los asientos, hasta dar con una cabeza que apenas se asoma por el respaldo de un asiento dos corridas más adelante del mío y me siento aliviada al comprender que de ese reflejo nace una persona real.Sus facciones traducen una expresión de pureza que me hace sentir cierta exclusividad, como si ese rostro hubiera aparecido en la ventana solo para mí; invisible para el resto. Su reflejo, algo distorsionado por el sol, se me presenta con la nitidez de una aparición divina. Exploro cada uno de sus gestos, su ceño levemente fruncido y sus dientes que muerden el labio inferior en señal de concentración.
-Este tipo me conmueve, pienso emocionada
-Puedo aplicar el poder de mi mirada, invocarlo para que sus ojos se levanten y se encuentren con los míos en el reflejo de la ventana; que los almacenes y todo lo que acontece en su calle sea sustituido por mis ojos; y que apoderándose de su reflejo le claven una mirada que acapare completamente la suya.
-Sentarme más cerca, sí... sin decir palabra aparecer a su lado y entregarle el misterio de mi presencia.
Recupero fuerzas con el paisaje de afuera donde el pavimento se ha transformado en un angosto camino de tierra y los grandes edificios de la avenida, en pequeñas casas cubiertas de latón y tablones de madera. Un niño jugando nos persigue por el camino y La Perra se aleja con la ferocidad que la caracteriza.
Ese instante de distracción, me basta para recuperar las fuerzas necesarias para llevar a cabo mi misión. Me vuelvo hacia el reflejo, pero éste solo me devuelve al camino y a un par de perros lánguidos que marcan el fin del recorrido. Ese rostro que me cautivó hasta la emoción, ya no existe y todo mi sueño se derrumba en un segundo, mis ojos desilucionados se humedecen y se encuentran en el retrovisor con los de Don Tito que me devuelve una sonrisa irónica.
De pronto, desde el último asiento, un objeto duro y punzante presiona mi espalda. Inmediatamente me volteo y me sorprendo al encontrar el mismo rostro que tanto me conmovió en el reflejo, pero esta vez con otra expresión. El objeto comienza a presionarme con más fuerza y el ardor se hace casi insoportable.
El rostro esquivo y temeroso; y la respiración entrecortada, me hacen adivinar la voz que minutos atrás hubiera soñado con oír.
-Entrégueme su mochila, me dice al oído presionando cada vez más fuerte el puñal.
–...
Desde el retrovisor Don Tito observa conmovido la escena pensando que el amor puede surgir en los lugares menos precisos. Nos divisa cercanos, hablándonos al oído, quizás murmurándonos lindas palabras.
Y el cuchillo en mi espalda cada vez más profundo
Caminando por el pasillo, observo la disposición lógica de los pasajeros. En los dos primeros asientos, frente a un desgastado aviso de "No Fumar", se sientan dos caballeros de edad: uno le comenta eufórico al otro los resultados del Teletrak y el favorecido lugar de "El Malandro", mientras el otro me saluda con un par de cejas seductoras que se levantan al verme pasar. En la tercera corrida, una señorona bien perfumada no despega sus ojos de un libro flaco que parece una novela rosa, con una pareja esbelta en la tapa y un título de caligrafía recargada que no alcanzo a leer.
Me acomodo en uno de los últimos asientos, tras recorrer con la mirada el panorama de La Perra, que en esta tarde me inspira un aire de soledad. Sus asientos, en gran parte abandonados, aumentan el tedio y el calor del momento, llevándome a buscar la novedad allá afuera, en el paisaje de la Avenida, con los autos nerviosos y las colegialas apiñadas en las veredas.
En la corrida del lado, una mujer embarazada sostiene a dos niños sobre sus piernas, mientras el caballero del costado aprovecha su distracción para mirar libidinosamente el pedazo de pierna que acaba de descubrirle uno de los pequeños. Esa tarde de verano, La Perra, no me arroja mayor novedad, al menos no como en otras ocasiones, cuando los estudiantes, vendedores o cantantes se suben a avivar la cueca y a transformar -al menos por un minuto- nuestros problemas en ofertas de lápices o en una entonada canción de Quila.
Desde el penúltimo asiento, el que revela el accidente geográfico de la micro, alcanzo a divisar los ojos de Don Tito a través del retrovisor; esos que a diario se me atraviesan por el espejo, desde donde cuelga una pequeña guajira que baila al son de las curvas y los frenos.
Esta tarde sus ojos parecen más cansados. Hundidos entre sus pómulos y su corrida de cejas, arrojan la expresión de alguien que se siente víctima de la gran ciudad y sus habitantes. Por alguna razón que desconozco, su mirada me hace intuir que la media hora de recorrido será algo diferente. Quizás un acto sutil como el aumento de la velocidad en las curvas o la agresividad con que las monedas cayeron en mis manos afectarían el curso habitual de este viaje.
Pensando en el recorrido y lo inesperado que allí puede suceder, diviso algo que atrae toda mi atención. La ventana lateral de mi derecha me arroja un rostro nuevo, del que no me percaté minutos atrás cuando caminé por el pasillo, observando uno a uno a los pasajeros.
Al examinar detenidamente esa expresión y cada uno de sus rasgos, caigo en cuenta de que se trata de un rostro profundo, que conserva maravillosamente la belleza de la juventud, pero con un aura de experiencia y misterio que despierta todo mi interés.
Intento buscar su presencia en cada uno de los asientos, pero no logro dar con ella, parece solo un reflejo, sin la persona tangible. Me detengo a observar y luego a contemplar su postura; su cabeza gacha como si estuviera concentrado en algún libro o probablemente en sus estudios. Parece paralizado como un cuadro. Luego de perder la noción del tiempo, -probablemente fueron varios los minutos que me quedé mirándolo-, me vuelvo inquieta y confundida, buscándolo en cada uno de los asientos, hasta dar con una cabeza que apenas se asoma por el respaldo de un asiento dos corridas más adelante del mío y me siento aliviada al comprender que de ese reflejo nace una persona real.Sus facciones traducen una expresión de pureza que me hace sentir cierta exclusividad, como si ese rostro hubiera aparecido en la ventana solo para mí; invisible para el resto. Su reflejo, algo distorsionado por el sol, se me presenta con la nitidez de una aparición divina. Exploro cada uno de sus gestos, su ceño levemente fruncido y sus dientes que muerden el labio inferior en señal de concentración.
-Este tipo me conmueve, pienso emocionada
-Puedo aplicar el poder de mi mirada, invocarlo para que sus ojos se levanten y se encuentren con los míos en el reflejo de la ventana; que los almacenes y todo lo que acontece en su calle sea sustituido por mis ojos; y que apoderándose de su reflejo le claven una mirada que acapare completamente la suya.
-Sentarme más cerca, sí... sin decir palabra aparecer a su lado y entregarle el misterio de mi presencia.
Recupero fuerzas con el paisaje de afuera donde el pavimento se ha transformado en un angosto camino de tierra y los grandes edificios de la avenida, en pequeñas casas cubiertas de latón y tablones de madera. Un niño jugando nos persigue por el camino y La Perra se aleja con la ferocidad que la caracteriza.
Ese instante de distracción, me basta para recuperar las fuerzas necesarias para llevar a cabo mi misión. Me vuelvo hacia el reflejo, pero éste solo me devuelve al camino y a un par de perros lánguidos que marcan el fin del recorrido. Ese rostro que me cautivó hasta la emoción, ya no existe y todo mi sueño se derrumba en un segundo, mis ojos desilucionados se humedecen y se encuentran en el retrovisor con los de Don Tito que me devuelve una sonrisa irónica.
De pronto, desde el último asiento, un objeto duro y punzante presiona mi espalda. Inmediatamente me volteo y me sorprendo al encontrar el mismo rostro que tanto me conmovió en el reflejo, pero esta vez con otra expresión. El objeto comienza a presionarme con más fuerza y el ardor se hace casi insoportable.
El rostro esquivo y temeroso; y la respiración entrecortada, me hacen adivinar la voz que minutos atrás hubiera soñado con oír.
-Entrégueme su mochila, me dice al oído presionando cada vez más fuerte el puñal.
–...
Desde el retrovisor Don Tito observa conmovido la escena pensando que el amor puede surgir en los lugares menos precisos. Nos divisa cercanos, hablándonos al oído, quizás murmurándonos lindas palabras.
Y el cuchillo en mi espalda cada vez más profundo
martes, junio 28, 2005
El viejo chamán del Mapocho
El viejo chamán del Mapocho, oculta su delirio espiritual en su enorme panza de choripanes, chops, chunchules, chacareros y chichas chambreadas.
-La corte del Mapocho se ha cerrado para usted, ahí solo pasean micros y peatones cotidianos, incapaces de hipnotizar quiltros y dejarlos arrojados en caóticas posturas.
Chamán del Mapocho, ha devuelto horriblemente los choripanes, chops, chunchules, chacareros y chichas chambreadas; ha destripado la acera, de donde emanan fétidos vapores fermentados por el sol de su tarde, que para usted son perfumes etéreos, encarnaciones divinas.
Viejo chamán del Mapocho, coge fuerzas de calles reventadas, ha abierto su tercer ojo, atravesando asfalto, tierra, piedras, minerales y mares subterráneos, hasta alcanzar el fuego.
Su tercer ojo divisa grietas a lo largo y ancho de la acera, que escupen lava del comienzo, petrificando a quiltros; abandonándolos en las posturas más sórdidas.
Chamán del Mapocho, bebe sueños de perros de piedra y llena con ellos su panza, de aires oníricos, de sombras amarillas, de mandalas giratorias... y de la voz de la vieja que le dice:
-¡Ya poh gordo! ¡levántate! ya está güeno ya, ¿no ví que se te han pasao toas la micros?
-Y mira cómo tení a esos pobres animales, ¡si serai desgraciao!
-La corte del Mapocho se ha cerrado para usted, ahí solo pasean micros y peatones cotidianos, incapaces de hipnotizar quiltros y dejarlos arrojados en caóticas posturas.
Chamán del Mapocho, ha devuelto horriblemente los choripanes, chops, chunchules, chacareros y chichas chambreadas; ha destripado la acera, de donde emanan fétidos vapores fermentados por el sol de su tarde, que para usted son perfumes etéreos, encarnaciones divinas.
Viejo chamán del Mapocho, coge fuerzas de calles reventadas, ha abierto su tercer ojo, atravesando asfalto, tierra, piedras, minerales y mares subterráneos, hasta alcanzar el fuego.
Su tercer ojo divisa grietas a lo largo y ancho de la acera, que escupen lava del comienzo, petrificando a quiltros; abandonándolos en las posturas más sórdidas.
Chamán del Mapocho, bebe sueños de perros de piedra y llena con ellos su panza, de aires oníricos, de sombras amarillas, de mandalas giratorias... y de la voz de la vieja que le dice:
-¡Ya poh gordo! ¡levántate! ya está güeno ya, ¿no ví que se te han pasao toas la micros?
-Y mira cómo tení a esos pobres animales, ¡si serai desgraciao!
martes, junio 21, 2005
Un nombre para cada día
En un encuentro casero, mientras con mi mayor esfuerzo estrujo limones con un mortero, hago un recuento de mi día y me detengo en una situación particular. Ese día 16 de junio de 2005 se me han atravesado por lo menos cinco embarazadas en diferentes puntos de la ciudad, lo cual no pasa inadvertido a esas horas de la tarde, cuando se procesan las sensaciones del día. Entonces me pregunto ¿por qué hay días en que se repiten tipos de personas o situaciones?. Hoy fue el día de las embarazadas, pero el miércoles de la semana pasada fue el de los yupis; ayer, el día de los bancos ocupados por viejos llenando crucigramas y mañana quizás será el de los quiltros o el de las mujeres crespas, quién sabe. De acuerdo a estos detalles de mi cotidiano, cada día podría llevar un título.
Esa mañana, montada en mi bici por Providencia, se me atravesó una mujer embarazada, y desde ese momento comencé a ver embarazadas en la oficina, cruzando la calle, en la farmacia y el supermercado; situación digna de una reflexión personal. Me pregunto ¿qué cresta está pasando?, ¿será mi psiquis que anda invocando a mujeres panzonas? ¿o una mera coincidencia?, y de manera más esperanzadora me pregunto si será algún tipo de símbolo que me anda buscando.
Luego de esta reflexión, despierto al día siguiente consciente y atenta a detectar algún tipo de situación que se repita ante mis ojos, y resultó ser el día de los viejos. Por todos los bancos habían viejos sentados. Después de reiteradas situaciones de ese tipo y a partir de la intuición mi mente comienza a cuajar una idea y es que la infinidad de información que uno recibe en la ciudad no es tan dispersa, siempre hay alguna lección o imagen que te queda del día; algún símbolo que va a tu encuentro y te hace simplemente pensar "ahá, las cosas no son tan obvias por acá"
La ciudad merece al menos ganarse un título al día, por que a fin de cuentas cuando algo se te repite mucho merece un poquito de atención.
Entonces en busca de una situación análoga, una imagen viene a mi mente, se trata de un laboratorio donde un hombre de delantal blanco espera pacientemente desde su lado del microscopio el encuentro de dos células. Horas, días y años pasan sin que nada extraordinario suceda, pero un día como cualquier otro, en el momento menos esperado y sin causa alguna el lente refleja con claridad el encuentro, marcando el inicio de una serie de encuentros que se repiten en el tiempo. El biólogo extasiado grita "lo tengo!" "Mira huevón!" "Aquí está la solución".
Después de todos esos años, en que las células ni se habían rozado, un día por una razón desconocida se produjo el encuentro que dio origen a "la fórmula" y luego a la "Ley". Las preguntillas vuelven a irrumpir en mi mente ¿Qué pasó ahí? ¿Habrá sido su psiquis la que invocó ese encuentro? ¿una mera coincidencia? ¿un símbolo –ahora fórmula, ley universal- que lo andaba buscando?
Mal que mal, -dicen que...- parte de la teoría del a relatividad nació de un sueño...
A veces apuesto por que estas situaciones cotidianas -que pueden cambiar nuestra historia- o redes de coincidencias nacen del azar. El azar, constituye el presente; ese espacio donde me encuentro rodeada de una serie de objetos depositados en ESE momento a mi alrededor solo porque mis ojos existen para verlos. Todos esos elementos, son capaces de transmitirme cierto mensaje como si fueran sombras difusas de algún cuerpo nítido que se esconde tras lo más cotidiano y pequeño.
Por eso quizás cada día merece llevar un título.
Esa mañana, montada en mi bici por Providencia, se me atravesó una mujer embarazada, y desde ese momento comencé a ver embarazadas en la oficina, cruzando la calle, en la farmacia y el supermercado; situación digna de una reflexión personal. Me pregunto ¿qué cresta está pasando?, ¿será mi psiquis que anda invocando a mujeres panzonas? ¿o una mera coincidencia?, y de manera más esperanzadora me pregunto si será algún tipo de símbolo que me anda buscando.
Luego de esta reflexión, despierto al día siguiente consciente y atenta a detectar algún tipo de situación que se repita ante mis ojos, y resultó ser el día de los viejos. Por todos los bancos habían viejos sentados. Después de reiteradas situaciones de ese tipo y a partir de la intuición mi mente comienza a cuajar una idea y es que la infinidad de información que uno recibe en la ciudad no es tan dispersa, siempre hay alguna lección o imagen que te queda del día; algún símbolo que va a tu encuentro y te hace simplemente pensar "ahá, las cosas no son tan obvias por acá"
La ciudad merece al menos ganarse un título al día, por que a fin de cuentas cuando algo se te repite mucho merece un poquito de atención.
Entonces en busca de una situación análoga, una imagen viene a mi mente, se trata de un laboratorio donde un hombre de delantal blanco espera pacientemente desde su lado del microscopio el encuentro de dos células. Horas, días y años pasan sin que nada extraordinario suceda, pero un día como cualquier otro, en el momento menos esperado y sin causa alguna el lente refleja con claridad el encuentro, marcando el inicio de una serie de encuentros que se repiten en el tiempo. El biólogo extasiado grita "lo tengo!" "Mira huevón!" "Aquí está la solución".
Después de todos esos años, en que las células ni se habían rozado, un día por una razón desconocida se produjo el encuentro que dio origen a "la fórmula" y luego a la "Ley". Las preguntillas vuelven a irrumpir en mi mente ¿Qué pasó ahí? ¿Habrá sido su psiquis la que invocó ese encuentro? ¿una mera coincidencia? ¿un símbolo –ahora fórmula, ley universal- que lo andaba buscando?
Mal que mal, -dicen que...- parte de la teoría del a relatividad nació de un sueño...
A veces apuesto por que estas situaciones cotidianas -que pueden cambiar nuestra historia- o redes de coincidencias nacen del azar. El azar, constituye el presente; ese espacio donde me encuentro rodeada de una serie de objetos depositados en ESE momento a mi alrededor solo porque mis ojos existen para verlos. Todos esos elementos, son capaces de transmitirme cierto mensaje como si fueran sombras difusas de algún cuerpo nítido que se esconde tras lo más cotidiano y pequeño.
Por eso quizás cada día merece llevar un título.
miércoles, junio 15, 2005
Te pillé
Después de un día más de trabajo, me dispongo a caminar hacia el metro tratando de esquivar la lluvia y de adquirir el primer paragua ambulante que se atraviese en mi camino. Una vez protegida, me dirijo a una librería para obtener un acrílico negro, que meto en la mochila después de reiteradas advertencias de la vendedora.
-Le va a explotar lola
-No, si no pasa ná, le digo con toda seguridad y me dirijo decidida al metro, esperando al fin llegar a la casa porque el hambre me está matando.
En la boletería compro dos boletos de horario alto y recordando las palabras de la vendedora, me aseguro de que el acrílico aún se mantenga en su lugar y de pasadita aprovecho de cerrar uno de los bolsillos laterales de la mochila que se mantiene tentadoramente abierto -¿yo con algo abierto?-
Esperando el tren, siento un sutil tirón en mi espalda y reacciono inmediatamente tocando el bolsillo chico de la mochila y me entero de que éste está completamente abierto y sin mi billetera.
Mi reacción fue inmediata; con un acto reflejo, me doy media vuelta y agarro al primer tipo que se encuentra rosando mi espalda "¡Mi billetera!", "devuélveme mi billetera" "¡Me robaron!, ¡me robaste!" le decía haciéndome la convencida de que él había sido aunque en el fondo de mí guardaba cierta sospecha de que podría ser inocente.
-¿Yo?, no, yo no tengo tu billetera, me dice descaradamente soltando una ráfaga a copete que confirma su culpabilidad.
Yo lo seguía culpando. Lo tenía agarrado de la chaqueta y él trataba de librarse y meterse al vagón que recién se había detenido frente a nosotros.Y una vez que el tipo esta dentro, cuando las puertas empiezan a cerrarse, lo saco de un tirón mientras intento descifrar lo que unas señoras dentro del tren tratan de decirme. Apuntan el suelo, y yo les grito "¿Está adentro?, ¿se quedó en el tren?"
"No, en el suelo" me gritan dos de ellas haciendo toda clase de gestos y apuntándome.
Cuando me doy vuelta, el supuesto ladrón había escapado y mi billetera estaba tirada en los rieles eléctricos, abierta de par en par, donde podía ver hasta la patética foto de mi carné.
-Bueno, al menos ahí está segurita me dije y llamé inmediatamente al guardia para contarle todo.
-No se preocupe, le vamos a solucionar su problema, me aseguraba él con espíritu heroico y un entusiasmo casi maniaco, -clásico de los guardias de lugares donde no pasa nada exitante-
Guillermo, como dijo llamarse, corría de un lado a otro, y usaba su "wokitoki" para comunicarse con otros guardias y con el único Ser que podía meter sus manos en los rieles y dar la orden de cortar la corriente.
Me pasé desde las siete hasta las 10 de la noche esperando que el único con el poder de desconexión apareciera a salvar mi billetera, para lo que tuve que hacer hora paseándome por las calles de Provi, con lluvia y mi nuevo paragua.
El final fue felíz, la billetera volvió a mis manos, con todas las lucas y documentos, y alcanzé a tomarme el último metro para llegar a mi casita.
-Le va a explotar lola
-No, si no pasa ná, le digo con toda seguridad y me dirijo decidida al metro, esperando al fin llegar a la casa porque el hambre me está matando.
En la boletería compro dos boletos de horario alto y recordando las palabras de la vendedora, me aseguro de que el acrílico aún se mantenga en su lugar y de pasadita aprovecho de cerrar uno de los bolsillos laterales de la mochila que se mantiene tentadoramente abierto -¿yo con algo abierto?-
Esperando el tren, siento un sutil tirón en mi espalda y reacciono inmediatamente tocando el bolsillo chico de la mochila y me entero de que éste está completamente abierto y sin mi billetera.
Mi reacción fue inmediata; con un acto reflejo, me doy media vuelta y agarro al primer tipo que se encuentra rosando mi espalda "¡Mi billetera!", "devuélveme mi billetera" "¡Me robaron!, ¡me robaste!" le decía haciéndome la convencida de que él había sido aunque en el fondo de mí guardaba cierta sospecha de que podría ser inocente.
-¿Yo?, no, yo no tengo tu billetera, me dice descaradamente soltando una ráfaga a copete que confirma su culpabilidad.
Yo lo seguía culpando. Lo tenía agarrado de la chaqueta y él trataba de librarse y meterse al vagón que recién se había detenido frente a nosotros.Y una vez que el tipo esta dentro, cuando las puertas empiezan a cerrarse, lo saco de un tirón mientras intento descifrar lo que unas señoras dentro del tren tratan de decirme. Apuntan el suelo, y yo les grito "¿Está adentro?, ¿se quedó en el tren?"
"No, en el suelo" me gritan dos de ellas haciendo toda clase de gestos y apuntándome.
Cuando me doy vuelta, el supuesto ladrón había escapado y mi billetera estaba tirada en los rieles eléctricos, abierta de par en par, donde podía ver hasta la patética foto de mi carné.
-Bueno, al menos ahí está segurita me dije y llamé inmediatamente al guardia para contarle todo.
-No se preocupe, le vamos a solucionar su problema, me aseguraba él con espíritu heroico y un entusiasmo casi maniaco, -clásico de los guardias de lugares donde no pasa nada exitante-
Guillermo, como dijo llamarse, corría de un lado a otro, y usaba su "wokitoki" para comunicarse con otros guardias y con el único Ser que podía meter sus manos en los rieles y dar la orden de cortar la corriente.
Me pasé desde las siete hasta las 10 de la noche esperando que el único con el poder de desconexión apareciera a salvar mi billetera, para lo que tuve que hacer hora paseándome por las calles de Provi, con lluvia y mi nuevo paragua.
El final fue felíz, la billetera volvió a mis manos, con todas las lucas y documentos, y alcanzé a tomarme el último metro para llegar a mi casita.
martes, junio 14, 2005
Shao Hello
Hello, no es un saludo, es el nombre de un gato diminuto que fue encontrado por Eugenio en el edificio Diego Portales ahí en la Alameda justo hace un año atrás. Los ojos pegados, el arpa de costillas y unos tímidos miauuu bastaron para que Eugenio decidiera que ese sería el tercer habitante del depto. Así pasaron los meses y Hello, -como ridiculamente pasó a llamarse desde antes de que pisara el depto-, comenzó a engordar y a transformarse en un gato sano, regalón y sorprendentemente grande. Algo así como un gato montés con cola de zorro que te esperaba a la entrada de la casa como un perro y te seguía en toda la rutina persiguiéndote los pies. El único problema entre lo regalón y bien bonito que nos salió, es que era un gato aguja, que saltaba desde el suelo hasta tu hombro para luego saltar nuevamente al suelo y dejarte dos sospechosos rasguños bastantes profundos. Insistía en morder y rasguñar pero siempre jugando.
Un día, cuando entró otro macho a mi vida, Hello comenzó a comportarse muy raro.
Me acuerdo una noche que llegué a mi pieza y había un olor asqueroso, que me expulsó como de un puñete de ahí, aunque bastaron solo unos minutos para que en una actitud heroica entrara a buscar minuciosamente el lugar donde se encontraba la sorpresita . Busqué y busqué hasta encontrar una poza de agua que me llevó a la conclusión, a partir de mi cultura felina, de que había marcado territorio. No había otra opción porque no era olor a meao, era olor a zorrillo apestosó, no sé, ese olor inimaginable como mítico.
Luego de dormir rodeada de inciensos y ventanas abiertas, abro el primer ojo decidida a hacer un aseo profundo y de paso a perdonar el primer desliz del simpático gato-perro que ya se había ganado todo mi amor maternal. Levanto cama, saco todo del closet, trapeo el suelo con cloro y luego cera, pero nada... no hay caso con el olor a zorrillo y me resigno a llevar una vida animalesca y dormir con olor a mierda.
Dos semanas después, en busca de mi querido cassete de sones entre las telarañas del último cajón del clóset, me encuentro con una insólita sorpresa: se trata de dos mojones secos de donde viene la esencia del olor que impregnó mi pieza, mi ropa y mi vida durante esas dos semanas.
Fue tal mi placer al ver la solución tan concreta y compacta de un problema al que ya me había resignado, que pesqué el par de mojones con la mano, los tiré a la basura y me fui a tomar unas chelas con la Ema para celebrar.
Pero esto no terminó aquí, ese fue solo el comienzo de lo que después sería una pesadilla. Con ese mojón y esa "meaíta" que Hello se pegó en las profundidades de mi clóset, se dibujó una cicatriz fatal, se marcó TERRITORIO.
Un mes después, entrando a mi pieza, encontré a Hello detrás de un cuadro embalado cerca de la puerta, cuando intento tomarlo, el gato se transforma en una fiera, sus orejas se vuelven hacia atrás y salta directamente a mi brazo entre espantosos gritos, como esos que se oyen en las noches de agosto, maullidos terroríficos de mi propio gato adherido a mi brazo, destruyéndolo entre mordizcos y arañazos, mientras yo lo sacudo por varios segundos hasta lograr deshacerme de él, tirarme a la cama, y esperar que Eugenio hiciera lo suyo, es decir, lo sacara inmediatamente del lugar del ataque. Sin entender lo que había pasado, se me acerca:
-A ver Isa, muéstrame tu mano
-Noo, no quiero, le decía yo sin querer mirar la media cagá que intuía había dejado el gato en mi mano.
Hasta que me veo y efectivamente tenía heridas profundas que lavé y después de una semana olvidé y luego de un mes sané.
La vida siguió normal en el depto con Hello, nunca supimos lo que había pasado esa vez en la pieza ¿un susto?, ¿el comienzo de su apetito sexual?, en fin, preguntas que ni el Juan Pablo -veterinario mula de la esquina- fue capaz de contestar.
Después de un buen rato, después que Hello vigilaba a diario la entrada de mi pieza y se introducía como una bala apenas entreabría la puerta, su actitud volvió a ser violenta y tras días de discusión decidimos castrarlo. Sé que es terrible y patético cambiar a un gato-perro-montés, por uno de peluche gordo y pajero, pero en este caso era un tema de seguridad; la única manera -egoísta en todo caso- de retener a Hello entre nosotros era castrándolo, lo otro era dejar que se tirara por la ventana y se quedara sin ojos por caliente, porque los gatos, así como los potros y muchos humanos terminan volviéndose locos.
Finalmente castramos a Hello y no fue tan terrible a excepción del día siguiente que andaba medio ahuevonado con la anestecia y se le notaba cierta incómoda molestia en el poto, pero después de un par de días andaba de un lado para otro como si nada. Igual de activo y juguetón como siempre, hasta que a ratos su miraba se volvía hacia mí y sus maullidos empezaban a magnificarse hasta que teníamos que echarlo del living y encerrarlo en el balcón porque era un claro signo de violencia y preataque.
Justo cuando a Hello le habían cortado las bolas, a mí me sacaron las cuatro muelas del juicio, es decir, éramos dos convalecientes en un espacio de unos pocos metros cuadrados y compartíamos amenamente en el living con Eugenio, Ema y Rosario. Decidí meterme a mi closet (que después del incidente del mojón había sido meado en reiteradas ocasiones por Hello, pues efectivamente era su territorio) y sacar una bolsa que tenía al fondo con ropa sucia, cuando me doy cuenta que está toda mojada, la huelo y me da una fuerte impresión de que es meao de gato. Entonces, voy al living con la bolsa tomada a duras penas entre mi pulgar y mi índice y le digo a la Ema -Huele por favor ¿fue Hello o no? y la Ema me dice -Emmm, yo creo que sí.
-Eugenio, a ver, huele tú. Y cuando Eugenio se acerca a la bolsa, el gato se me tira asesinamente a la pierna derecha, gritando como si lo estuvieran matando y mordiendo y rasguñando como nunca hasta botarme al suelo y cuando se dispone a tirarse a mi cara, Eugenio interviene y saz! se tira al brazo de la Ema que estaba tranquilamente sentada en el sillón del frente y luego a Eugenio mientras yo me incorporo rápidamente y me subo al sillón. Eugenio con la silla, cual domador de Leones lo tira al balcón. Nos revisamos las piernas y brazos respectivamente y habían heridas profundas e hinchadas, casi como para ir a la posta...(continúa)
Un día, cuando entró otro macho a mi vida, Hello comenzó a comportarse muy raro.
Me acuerdo una noche que llegué a mi pieza y había un olor asqueroso, que me expulsó como de un puñete de ahí, aunque bastaron solo unos minutos para que en una actitud heroica entrara a buscar minuciosamente el lugar donde se encontraba la sorpresita . Busqué y busqué hasta encontrar una poza de agua que me llevó a la conclusión, a partir de mi cultura felina, de que había marcado territorio. No había otra opción porque no era olor a meao, era olor a zorrillo apestosó, no sé, ese olor inimaginable como mítico.
Luego de dormir rodeada de inciensos y ventanas abiertas, abro el primer ojo decidida a hacer un aseo profundo y de paso a perdonar el primer desliz del simpático gato-perro que ya se había ganado todo mi amor maternal. Levanto cama, saco todo del closet, trapeo el suelo con cloro y luego cera, pero nada... no hay caso con el olor a zorrillo y me resigno a llevar una vida animalesca y dormir con olor a mierda.
Dos semanas después, en busca de mi querido cassete de sones entre las telarañas del último cajón del clóset, me encuentro con una insólita sorpresa: se trata de dos mojones secos de donde viene la esencia del olor que impregnó mi pieza, mi ropa y mi vida durante esas dos semanas.
Fue tal mi placer al ver la solución tan concreta y compacta de un problema al que ya me había resignado, que pesqué el par de mojones con la mano, los tiré a la basura y me fui a tomar unas chelas con la Ema para celebrar.
Pero esto no terminó aquí, ese fue solo el comienzo de lo que después sería una pesadilla. Con ese mojón y esa "meaíta" que Hello se pegó en las profundidades de mi clóset, se dibujó una cicatriz fatal, se marcó TERRITORIO.
Un mes después, entrando a mi pieza, encontré a Hello detrás de un cuadro embalado cerca de la puerta, cuando intento tomarlo, el gato se transforma en una fiera, sus orejas se vuelven hacia atrás y salta directamente a mi brazo entre espantosos gritos, como esos que se oyen en las noches de agosto, maullidos terroríficos de mi propio gato adherido a mi brazo, destruyéndolo entre mordizcos y arañazos, mientras yo lo sacudo por varios segundos hasta lograr deshacerme de él, tirarme a la cama, y esperar que Eugenio hiciera lo suyo, es decir, lo sacara inmediatamente del lugar del ataque. Sin entender lo que había pasado, se me acerca:
-A ver Isa, muéstrame tu mano
-Noo, no quiero, le decía yo sin querer mirar la media cagá que intuía había dejado el gato en mi mano.
Hasta que me veo y efectivamente tenía heridas profundas que lavé y después de una semana olvidé y luego de un mes sané.
La vida siguió normal en el depto con Hello, nunca supimos lo que había pasado esa vez en la pieza ¿un susto?, ¿el comienzo de su apetito sexual?, en fin, preguntas que ni el Juan Pablo -veterinario mula de la esquina- fue capaz de contestar.
Después de un buen rato, después que Hello vigilaba a diario la entrada de mi pieza y se introducía como una bala apenas entreabría la puerta, su actitud volvió a ser violenta y tras días de discusión decidimos castrarlo. Sé que es terrible y patético cambiar a un gato-perro-montés, por uno de peluche gordo y pajero, pero en este caso era un tema de seguridad; la única manera -egoísta en todo caso- de retener a Hello entre nosotros era castrándolo, lo otro era dejar que se tirara por la ventana y se quedara sin ojos por caliente, porque los gatos, así como los potros y muchos humanos terminan volviéndose locos.
Finalmente castramos a Hello y no fue tan terrible a excepción del día siguiente que andaba medio ahuevonado con la anestecia y se le notaba cierta incómoda molestia en el poto, pero después de un par de días andaba de un lado para otro como si nada. Igual de activo y juguetón como siempre, hasta que a ratos su miraba se volvía hacia mí y sus maullidos empezaban a magnificarse hasta que teníamos que echarlo del living y encerrarlo en el balcón porque era un claro signo de violencia y preataque.
Justo cuando a Hello le habían cortado las bolas, a mí me sacaron las cuatro muelas del juicio, es decir, éramos dos convalecientes en un espacio de unos pocos metros cuadrados y compartíamos amenamente en el living con Eugenio, Ema y Rosario. Decidí meterme a mi closet (que después del incidente del mojón había sido meado en reiteradas ocasiones por Hello, pues efectivamente era su territorio) y sacar una bolsa que tenía al fondo con ropa sucia, cuando me doy cuenta que está toda mojada, la huelo y me da una fuerte impresión de que es meao de gato. Entonces, voy al living con la bolsa tomada a duras penas entre mi pulgar y mi índice y le digo a la Ema -Huele por favor ¿fue Hello o no? y la Ema me dice -Emmm, yo creo que sí.
-Eugenio, a ver, huele tú. Y cuando Eugenio se acerca a la bolsa, el gato se me tira asesinamente a la pierna derecha, gritando como si lo estuvieran matando y mordiendo y rasguñando como nunca hasta botarme al suelo y cuando se dispone a tirarse a mi cara, Eugenio interviene y saz! se tira al brazo de la Ema que estaba tranquilamente sentada en el sillón del frente y luego a Eugenio mientras yo me incorporo rápidamente y me subo al sillón. Eugenio con la silla, cual domador de Leones lo tira al balcón. Nos revisamos las piernas y brazos respectivamente y habían heridas profundas e hinchadas, casi como para ir a la posta...(continúa)
El otro yo
En un entorno silencioso, vacuo y oscuro, se encuentra cómodamente depositado mi cuerpo. Intento mover mis extremidades pero éstas flotan levemente, dejándose llevar por el espesor líquido que me rodea. He perdido la voz, lo supe cuando emití un primer sonido que se tradujo en cuatro ágiles burbujas ascendentes. Nada tengo que decir, el silencio y la calidez líquida de este lugar han restado cualquier ansia o carencia a mi incipiente persona. Nada hay que reprochar aquí, el tiempo no existe, no hay muerte, los minutos, el pasado y el futuro se han disuelto en el líquido amniótico.
De pronto, la paz que me alberga se ve interrumpida con la aparición de un cuerpo extraño, dos pequeños ojos me observan y desaparecen nadando hacia un lejano punto de luz. Su ínfimo tamaño parece potenciar su intensidad, se trata de un punto quemante de luz que me atrae con ineludible fuerza, marcando la primera diferencia, el primer segundo de mi vida. Comienzo a nadar hacia él, no veo más opción que acercármele, dejándome arrastrar por la corriente líquida, mientras una ráfaga de aire se cuela en mi guarida y luego en mis narices hasta hacerme explotar en llanto. Ahora la necesidad de salir, de traspasar esa luz, se me ha tornado un asunto de vida o muerte, mi piel se ha vuelto azul, necesito más de ese aire, si no lo alcanzo moriré. Ahora intuyo que hay un fin, desde que divisé esa luz, supe que iba a morir, que algún día todo esto terminaría. Diviso un enorme vacío a mi costado, un espacio que parece haber sido ocupado por otro como yo, pues guarda las mismas proporciones de mi cuerpo. Probablemente habrá sido alguien que pasó por una situación similar a la mía, pero que ya habría abandonado este lugar, tal como me comienza a pasar a mí, mientras nado desesperada en la tormenta, exigiendo aire con el incesante llanto, en espera de la paz del naufragio en una costa tranquila.
Recuerdo esa oscura noche donde lo único que se divisaba en el cielo era una brillante e imponente estrella, mientras recostada en el pasto, comenzaba a sentir el peso de la oscuridad. Con el afán de alcanzarla, imaginando esa noche como un gran sombrero de copa negro atravesado por un pequeño agujero de luz, mi mente se echó a volar, emprendiendo viaje hacia aquel lugar luminoso, que absorbería el pasado, el futuro, los recuerdos y proyecciones que tenemos los vivos.
Mi mente viajaba rauda por el espacio silencioso acercándose cada vez más al objetivo de luz, y con la expectativa de atravesarlo, me percato que no hay más del otro lado, sino una enorme pupila que me observa. Se trata de una mirada tan contenedora y profunda como el poderoso reflejo de la luz de una estrella. El ojo dueño de la mirada parecía ser el de un viejo animal prehistórico, un ojo reptil e inmortal, que guardaba la sabiduría de la vejez originaria. Al sentir la humedad del gran ojo junto a mí, y ya olvidando la fantasía del mundo del otro lado, decido hacerle entrega de todo mi amor: abro uno de mis pequeños ojos y en un leve roce con el viejo, comienzo a girar a su alrededor, iniciando una danza en su honor, ojo con ojo, toda la eternidad en una mirada.
Sigo nadando, mis pies y mis brazos se mueven mientras mi cabeza ha quedado atrapada entre dos paredes. Ya no veo la luz, creo que estoy en ella, ahora una mano enorme envuelve mi cabeza y me arroja hacia otro lugar frío e iluminado. Me siento desprotegida aquí, pero al ser depositada sobre un gran cuerpo cálido comienzo a sentir la necesidad de abordarlo y avanzar sobre él hasta encontrar otro pequeño cuerpo como el mío y una superficie que en contacto con mi boca me entrega el más reconfortante y tibio alimento. Entonces recuerdo ese espacio vacío en mi guarida anterior y comprendo que quien ocupó ese lugar, me acompañará en este extraño viaje.
Al despertar de ambos sueños paralelos, corro a verme al espejo y cuando mis ojos toman contacto con los del otro lado, veo en aquellos una mirada tan fraternal y amorosa como la de aquel viejo ojo del sueño. Entonces, comprendo que mis sueños simultáneos de nacimiento y muerte representan un inacabado viaje hacia el otro lado del espejo, pues nunca pude abrazar aquel lugar que allá imaginaba.
Los ojos que me devuelve el espejo ya no son míos, de tanto mirarlos parecen ser de otro que me vigila desde lejos y en un llanto silencioso me suplica ayuda. Me encantaría poder estar del otro lado, me digo, y poder ayudarte, he intentado crear dibujos y poemas que me puedan llevar hacia ti, y mediante ellos consolarte. Inaugurar un pensamiento o dar vida a una nueva sensación solo para curar tu pena.
Instalada frente al espejo, espero inútilmente que este se abra ante mí, desentierro la intuición dibujada del paisaje que podría existir del otro lado y rememoro los poemas construidos en honor al mundo ausente.
Es inútil, las palabras que componen esos poemas, nada quieren decir por sí mismas, solo intentan representar eso del otro lado, eso que no conocemos, ese espacio que se instala entre yo y tú. Mis palabras intentan soberbiamente reconstruir un mundo del que ellas no forman parte, ¿cómo así? ¿de qué se trata toda esta ilusión? ¿quién es ese otro que me observa con tristeza a través del espejo?
Aquí, desde este lado pienso en palabras y me siento prisionera de lo irreal observando esa triste mirada, concluyo que no hay más salida que jugar sobre el cristal, entonces tomo el tubo de pasta dental y comienzo a cubrir ese rostro de grandes caracoles, espirales y figuras humanas.
¿Será que el hombre y su fe ciega en las palabras, lo ha llevado a quebrar el espejo? ¿Será que nuestro arte ha actuado como un gran puñetazo contra la fragilidad de sus cristales? La relación entre aquí y allá, entre yo y el otro, entre lo que conozco y lo que no, ha sido fragmentada, trizada por el soberbio puño de quien quiere atravesar sin costo alguno hacia aquel lugar, del que tras milenios de existencia, solo hemos recogido algunos rastros.
Vuelvo a observarme en el espejo fragmentado y entre los lúdicos dibujos, logro ver del otro lado una cara descompuesta y ajada, ahora mi nariz ha quedado en el lugar de mi frente y mis labios en mi cuello. El orden de ese rostro ha cambiado, uno de sus ojos me devuelve una lágrima, y el mío hace lo mismo desde este lado.
Entonces con la misma intuición de los sueños de este relato y dirigiéndome a mi imagen desdoblada, quien pasa a representar a quienes creen en el valor absoluto de la palabra, le digo: "usted solo ha cambiado el orden, usted solo ha realizado una jugada más, pero sigue aquí, de este lado. Usted ha tomado lo que ya existe y lo ha desordenado un poco, eso es todo, pero se está alejando y atrapado en el engaño no podrá regresar a aquel confortable lugar, donde pasado y futuro aún no existen, donde en la quietud de la oscuridad aún no aparece esa lejana luz"
El muñeco
Qué agrado regresar a casa después de tan largo día, la lluvia aún se escurre por mi pelo y mis piernas. Lamento no haberle puesto el tapabarros a la bicicleta. Los charcos mezclados con la arcilla del parque han dejado sabor a tierra en mi boca.
Saludo con mi cara salpicada a Emilio, sin acercármele, distante para no incomodarlo con mi humillante apariencia y él me responde acicalándome el tobillo. Prendo el termo y mientras espero los veinte minutos para el agua caliente me lavo la cara y saludo de beso a Inés dirigiéndome a ella como si fuera la primera persona a la que le hablo de mí en el día, claro, de algún tema que no sea el trabajo ni la deuda.
"Estoy agotada Inés, ¿sabes? cuando venía montada en la bicicleta, por el camino que bordea el río, se encontraba recostado el mismo anciano de siempre, con su cara negra de hollín, su mirada triste perdida entre el humo oscuro del fuego alimentado por plásticos y escombros. Siempre cuando paso por ahí rápidamente sobre mis ruedas trato de regalarle una mirada apacible, esperando que el viejo se sienta menos marginado por las piernas anónimas que a diario invaden su acera. Pero esta vez no, el anciano no me devuelve su habitual expresión de desconcierto, sino que se levanta con fuerza, toma una enorme piedra y en medio de un grito, como si hubiera sido lanzado al abismo, la arroja gritándome "¡¡Waaaaa!!! ¡mueran imbéciles!"
"Mientras, yo me abalanzo cuesta abajo escapando rápidamente; atravieso el primer charco de la tarde y al intentar subir la vereda con la rueda delantera, la bicicleta se resbala desplomándose sobre el pavimento y quedando yo ahí, tirada como una cobarde, amedrentada por la reacción de un viejo tan solo y descontento como yo. Bueno, al menos yo te tengo a ti y a Emilio que me escuchan por las tardes cuando llego cansada, y sé que me entienden; sé que me entienden y me oyen atentos sin juzgar.
Ese viejo me juzgó Inés, quiso dañarme por ser como todos, fui el objeto que desató su ira, pero tú sabes que no soy como el resto, que llego a casa, me deshago de este ridículo traje de dos piezas, me pongo mi bata fucsia y comienza la función. De acuerdo a la reacción de ustedes, escojo los pasos claves y los ensayo sucesivamente, para después deleitarlos con mi sensual número los viernes sobre el balcón.
Qué suerte tienes, sentada allí a diario, en tu traje negro mirando por la ventana, mientras yo imagino cuál es tu función en la vida, pienso que es ser parte de la mía, como el ayudante del héroe, el que lo escucha y le celebra sus hazañas, el que escribe su historia tan solo con un gesto de admiración.
¿Porqué me miras así? ¿ah?, con esa risita irónica lo único que vas a conseguir es mi silencio, que no te cuente ninguna de las hazañas de mis días, lograrás que te ignore e inmediatamente dejarás de existir. Desde que saliste del museo dejaste de ser algo para el mundo, sólo lo haces para mí, así que ten cuidado que yo te puedo hacer desaparecer sin sentirme culpable, pues no eres más que una muñeca.
¿Y esa pretensión?, ¿para quién te has maquillado y encrespado las pestañas?, ¿será para Emilio? Ja ja, maquillándose para un estúpido gato, sabes que detesto a esas pinturitas que lloran cuando se les quiebra una uña. Por lo que veo tú estás a un paso de ser así, pero los hombres igual alaban tu belleza, por muy artificial que sea, adoran tus grandes ojos negros y tu pequeña nariz respingona. Como el electricista que vino hace un mes a revisar el termo, te quedó mirando fijo con cara de sorpresa y me preguntó en secreto, y con un gesto descarado, quién eras, que te parecías a esas bonitas que salen en la tele, y yo callada le decía que hiciera su trabajo nomás que no se metiera y me enojaba porque siempre eres tú, las pocas veces que un hombre ha pisado esta casa me ha preguntado por ti, por eso pienso que están todos locos. ¿Sabes qué más Inés?, bien merecido me hubiera llevado ese piedrazo que me intentó tirar el pobre anciano, porque seguramente me confundió con uno de esos locos que abundan en esta ciudad como el electricista ese... ¡ya! te perdono el piedrazo viejo.
Esto sí es incómodo, voy a quitarme esta ropa asquerosa y meterla en una bolsa plástica para que se pudra. Haber Inés, vamos doblando esos brazos y estirando esas piernas que llegó la hora de mi ducha... eso..., así yo te puedo tomar y sentarte en el retrete para que conversemos pues.
Qué placer esto, no hay nada como cambiar en un segundo del frío al calor, me acuerdo de esas termas de azufre al lado del río donde me pasaba horas mientras tú me mirabas sentada en las rocas, con tu delicada postura y yo me salía corriendo para meterme en el río de agua helada y luego volver a la terma y deshacerme de placer. Qué buenos tiempos esos Inés, cuando podíamos salir de esta ciudad, mientras ahora, esclavizada con este mísero trabajo no me alcanza ni para pagar la deuda.
Todavía estoy endeudada por ti, ¿te acuerdas cuando aún eras una muñeca y posabas en la recreación de una escena de la Conquista en el Museo de Historia Natural?, no pude quitarte los ojos de encima, entonces hablé con el encargado de montaje para ver si podías venirte conmigo y él me dijo que imposible, que eras la muñeca que más trabajo había dado en el área de recreación del museo, pero yo insistía, quería llevarte a casa y transformarte en mi compañera de rutina, mi mejor amiga.
Desde que me retiré del museo, sólo pensaba en ti y en el espacio que podrías ocupar en esta casa. Entonces regresé una y otra vez, hablé con el encargado de recreación nuevamente y después con el director, hasta que luego de varios meses de insistencia y al ofrecerles toda mi parte de la herencia, aceptaron satisfacer mi capricho, te embalaron y te trajeron a casa. Yo te esperaba ansiosa, con el traje de seda negro que te mandé a confeccionar para que lo vistieras todos los días de tu vida conmigo.
¡Qué agradable ducha!, si tan solo pudieras leer, podrías servirme de algo más que de acompañante, revisarías esa desagradable correspondencia que se ha acumulado en el mesón. Seguramente serán más deudas, hace años que nadie me escribe, debe ser porque quienes pudieron escribirme ya no existen
¿A ver?, pero si tu pelo está todo desparramado, debe ser por el vapor de la ducha, espera tantito que te lo cepillo... eso... así, dócil y sumisa."
-Shhh ¿Oyes?, están tocando, ¿quién podrá ser?. Me dirijo hacia la puerta y descorro el cerrojo. -Son tres tipos altos y bien vestidos, uno de ellos lleva un documento en su mano, mientras los otros dos se miran con un gesto de impaciencia. Esto se ve interesante Inés, parece que algo extraño nos vienen a comunicar.-¡Un momento! ¡Ya voy!.Les abro la puerta confiando en sus suntuosos trajes y posturas, pero uno de ellos me sorprende al pisar mi vestíbulo sin siquiera presentarse ni saludar.
-¿Es usted la Señora Juana Roa? Me interroga en tono inquisidor, como si yo fuera autora del peor de los crímenes.
-La misma, ¿a qué se debe esta visita? Y ¿quiénes son ustedes?, no quiero que pongan un pie en mi casa sin antes decirme qué los ha traído hasta aquí.
-Venimos del Servicio de Impuestos Internos, sus bienes le serán embargados por impago de deuda al Fisco. Por este motivo, señorita Juana Roa Tapia, todos los objetos que tengan algún valor en este piso le serán retirados a partir de este momento. Ahora, hágase un lado que no hay tiempo para lamentos, ya hubo suficiente para presentarse en tribunales y cumplir con sus deberes.
-¿Cómo?, esto no puede ser, ustedes me están robando, ¡hey señor! ¿qué se ha creído? ¡deje ese sillón! ¡y el peinador!, ¿qué se ha imaginado?–¿Inés? , ¿adónde vas? ¡no!, ¡no se te ocurra salir por esa puerta Inés! Sabes quién es la única que controla tus movimientos, no puedes dejar tu cuerpo en manos de cualquiera. Ya lo hemos hablado, mis manos son las tuyas, ahora no te puedes entregar tan rápido, recuerda esa escena en la que te hallé, tú te defendías Inés. La frialdad y la palidez de tus rasgos inmóviles despertaban inmenso respeto incluso en tus aliados, ahora no me defraudes, no dejes que te toquen, te lo ruego, enséñales tu postura más fría y despierta el miedo en esos agentes, muéstrales una leve sonrisa que les haga sentir que aún estás viva.
-A ella no, ustedes no pueden cargar con ella, no entienden ¡déjenla de una vez!–¡Jaime! Ayúdame con esta muñeca que pesa como un muerto.
-Lo siento señorita, al parecer usted ni siquiera ha abierto la correspondencia que se le ha estado enviando durante meses, y aquí claramente dice que le serán embargados todos los objetos de valor. La ley es la ley.–Puede quedarse con el gato, hasta pronto.Los agentes abandonan el piso de un portazo, mientras a mi alrededor solo resta ese horrible juego de té, algunas madejas de lana, montones de ropas y la triste presencia de Emilio quien ahora ocupa el lugar dejado por Inés junto a la ventana. Mi voz ya no tiene sentido, solo alcanzo a pronunciarle algunas sílabas al animal, pero ¿y mi vida?, ¿quién será testigo de ella? No hay razón para recordar con humor mis días, guardar cada anécdota en mi memoria para contártela y que tu imparcialidad alimente mi memoria dando paso a las más recónditas historias de mi vida. Entonces abandono el piso y atravieso la calle sin rumbo, ansiosa, esperando encontrar tu rostro perfecto entre los artículos deportivos y electrodomésticos de las vitrinas nocturnas del Paseo Huérfanos; recorrido que se hizo costumbre por las tardes para librarme de las paredes vacías de ese departamento. Los faroles del paseo marcaban a diario mi rutina de búsqueda entre los muñecos de esas oscuras vitrinas. Una mañana común, mientras camino al trabajo, decido tomar el metro hacia el museo de historia natural. Allí, en ese largo pasillo a mano izquierda, diviso la misma escena de recreación de la conquista, pero tu lugar de española guerrera es ocupado por un hombre de fierro que le empuña una feroz saga por la espalda a un araucano.
Y mientras observo esa escena tantas veces recreada en mi mente, despierta en mí la certeza de que ya no te necesito, que mejor podría vivir acompañada de ese hombre, que me protegiera con su armadura, despertando el terror en los visitantes ajenos; un asesino de pie, apuntando su sangriento puñal en dirección a la puerta de entrada y yo allí detrás, oculta y protegida... ¡Hernán!, así te llamaré."
Saludo con mi cara salpicada a Emilio, sin acercármele, distante para no incomodarlo con mi humillante apariencia y él me responde acicalándome el tobillo. Prendo el termo y mientras espero los veinte minutos para el agua caliente me lavo la cara y saludo de beso a Inés dirigiéndome a ella como si fuera la primera persona a la que le hablo de mí en el día, claro, de algún tema que no sea el trabajo ni la deuda.
"Estoy agotada Inés, ¿sabes? cuando venía montada en la bicicleta, por el camino que bordea el río, se encontraba recostado el mismo anciano de siempre, con su cara negra de hollín, su mirada triste perdida entre el humo oscuro del fuego alimentado por plásticos y escombros. Siempre cuando paso por ahí rápidamente sobre mis ruedas trato de regalarle una mirada apacible, esperando que el viejo se sienta menos marginado por las piernas anónimas que a diario invaden su acera. Pero esta vez no, el anciano no me devuelve su habitual expresión de desconcierto, sino que se levanta con fuerza, toma una enorme piedra y en medio de un grito, como si hubiera sido lanzado al abismo, la arroja gritándome "¡¡Waaaaa!!! ¡mueran imbéciles!"
"Mientras, yo me abalanzo cuesta abajo escapando rápidamente; atravieso el primer charco de la tarde y al intentar subir la vereda con la rueda delantera, la bicicleta se resbala desplomándose sobre el pavimento y quedando yo ahí, tirada como una cobarde, amedrentada por la reacción de un viejo tan solo y descontento como yo. Bueno, al menos yo te tengo a ti y a Emilio que me escuchan por las tardes cuando llego cansada, y sé que me entienden; sé que me entienden y me oyen atentos sin juzgar.
Ese viejo me juzgó Inés, quiso dañarme por ser como todos, fui el objeto que desató su ira, pero tú sabes que no soy como el resto, que llego a casa, me deshago de este ridículo traje de dos piezas, me pongo mi bata fucsia y comienza la función. De acuerdo a la reacción de ustedes, escojo los pasos claves y los ensayo sucesivamente, para después deleitarlos con mi sensual número los viernes sobre el balcón.
Qué suerte tienes, sentada allí a diario, en tu traje negro mirando por la ventana, mientras yo imagino cuál es tu función en la vida, pienso que es ser parte de la mía, como el ayudante del héroe, el que lo escucha y le celebra sus hazañas, el que escribe su historia tan solo con un gesto de admiración.
¿Porqué me miras así? ¿ah?, con esa risita irónica lo único que vas a conseguir es mi silencio, que no te cuente ninguna de las hazañas de mis días, lograrás que te ignore e inmediatamente dejarás de existir. Desde que saliste del museo dejaste de ser algo para el mundo, sólo lo haces para mí, así que ten cuidado que yo te puedo hacer desaparecer sin sentirme culpable, pues no eres más que una muñeca.
¿Y esa pretensión?, ¿para quién te has maquillado y encrespado las pestañas?, ¿será para Emilio? Ja ja, maquillándose para un estúpido gato, sabes que detesto a esas pinturitas que lloran cuando se les quiebra una uña. Por lo que veo tú estás a un paso de ser así, pero los hombres igual alaban tu belleza, por muy artificial que sea, adoran tus grandes ojos negros y tu pequeña nariz respingona. Como el electricista que vino hace un mes a revisar el termo, te quedó mirando fijo con cara de sorpresa y me preguntó en secreto, y con un gesto descarado, quién eras, que te parecías a esas bonitas que salen en la tele, y yo callada le decía que hiciera su trabajo nomás que no se metiera y me enojaba porque siempre eres tú, las pocas veces que un hombre ha pisado esta casa me ha preguntado por ti, por eso pienso que están todos locos. ¿Sabes qué más Inés?, bien merecido me hubiera llevado ese piedrazo que me intentó tirar el pobre anciano, porque seguramente me confundió con uno de esos locos que abundan en esta ciudad como el electricista ese... ¡ya! te perdono el piedrazo viejo.
Esto sí es incómodo, voy a quitarme esta ropa asquerosa y meterla en una bolsa plástica para que se pudra. Haber Inés, vamos doblando esos brazos y estirando esas piernas que llegó la hora de mi ducha... eso..., así yo te puedo tomar y sentarte en el retrete para que conversemos pues.
Qué placer esto, no hay nada como cambiar en un segundo del frío al calor, me acuerdo de esas termas de azufre al lado del río donde me pasaba horas mientras tú me mirabas sentada en las rocas, con tu delicada postura y yo me salía corriendo para meterme en el río de agua helada y luego volver a la terma y deshacerme de placer. Qué buenos tiempos esos Inés, cuando podíamos salir de esta ciudad, mientras ahora, esclavizada con este mísero trabajo no me alcanza ni para pagar la deuda.
Todavía estoy endeudada por ti, ¿te acuerdas cuando aún eras una muñeca y posabas en la recreación de una escena de la Conquista en el Museo de Historia Natural?, no pude quitarte los ojos de encima, entonces hablé con el encargado de montaje para ver si podías venirte conmigo y él me dijo que imposible, que eras la muñeca que más trabajo había dado en el área de recreación del museo, pero yo insistía, quería llevarte a casa y transformarte en mi compañera de rutina, mi mejor amiga.
Desde que me retiré del museo, sólo pensaba en ti y en el espacio que podrías ocupar en esta casa. Entonces regresé una y otra vez, hablé con el encargado de recreación nuevamente y después con el director, hasta que luego de varios meses de insistencia y al ofrecerles toda mi parte de la herencia, aceptaron satisfacer mi capricho, te embalaron y te trajeron a casa. Yo te esperaba ansiosa, con el traje de seda negro que te mandé a confeccionar para que lo vistieras todos los días de tu vida conmigo.
¡Qué agradable ducha!, si tan solo pudieras leer, podrías servirme de algo más que de acompañante, revisarías esa desagradable correspondencia que se ha acumulado en el mesón. Seguramente serán más deudas, hace años que nadie me escribe, debe ser porque quienes pudieron escribirme ya no existen
¿A ver?, pero si tu pelo está todo desparramado, debe ser por el vapor de la ducha, espera tantito que te lo cepillo... eso... así, dócil y sumisa."
-Shhh ¿Oyes?, están tocando, ¿quién podrá ser?. Me dirijo hacia la puerta y descorro el cerrojo. -Son tres tipos altos y bien vestidos, uno de ellos lleva un documento en su mano, mientras los otros dos se miran con un gesto de impaciencia. Esto se ve interesante Inés, parece que algo extraño nos vienen a comunicar.-¡Un momento! ¡Ya voy!.Les abro la puerta confiando en sus suntuosos trajes y posturas, pero uno de ellos me sorprende al pisar mi vestíbulo sin siquiera presentarse ni saludar.
-¿Es usted la Señora Juana Roa? Me interroga en tono inquisidor, como si yo fuera autora del peor de los crímenes.
-La misma, ¿a qué se debe esta visita? Y ¿quiénes son ustedes?, no quiero que pongan un pie en mi casa sin antes decirme qué los ha traído hasta aquí.
-Venimos del Servicio de Impuestos Internos, sus bienes le serán embargados por impago de deuda al Fisco. Por este motivo, señorita Juana Roa Tapia, todos los objetos que tengan algún valor en este piso le serán retirados a partir de este momento. Ahora, hágase un lado que no hay tiempo para lamentos, ya hubo suficiente para presentarse en tribunales y cumplir con sus deberes.
-¿Cómo?, esto no puede ser, ustedes me están robando, ¡hey señor! ¿qué se ha creído? ¡deje ese sillón! ¡y el peinador!, ¿qué se ha imaginado?–¿Inés? , ¿adónde vas? ¡no!, ¡no se te ocurra salir por esa puerta Inés! Sabes quién es la única que controla tus movimientos, no puedes dejar tu cuerpo en manos de cualquiera. Ya lo hemos hablado, mis manos son las tuyas, ahora no te puedes entregar tan rápido, recuerda esa escena en la que te hallé, tú te defendías Inés. La frialdad y la palidez de tus rasgos inmóviles despertaban inmenso respeto incluso en tus aliados, ahora no me defraudes, no dejes que te toquen, te lo ruego, enséñales tu postura más fría y despierta el miedo en esos agentes, muéstrales una leve sonrisa que les haga sentir que aún estás viva.
-A ella no, ustedes no pueden cargar con ella, no entienden ¡déjenla de una vez!–¡Jaime! Ayúdame con esta muñeca que pesa como un muerto.
-Lo siento señorita, al parecer usted ni siquiera ha abierto la correspondencia que se le ha estado enviando durante meses, y aquí claramente dice que le serán embargados todos los objetos de valor. La ley es la ley.–Puede quedarse con el gato, hasta pronto.Los agentes abandonan el piso de un portazo, mientras a mi alrededor solo resta ese horrible juego de té, algunas madejas de lana, montones de ropas y la triste presencia de Emilio quien ahora ocupa el lugar dejado por Inés junto a la ventana. Mi voz ya no tiene sentido, solo alcanzo a pronunciarle algunas sílabas al animal, pero ¿y mi vida?, ¿quién será testigo de ella? No hay razón para recordar con humor mis días, guardar cada anécdota en mi memoria para contártela y que tu imparcialidad alimente mi memoria dando paso a las más recónditas historias de mi vida. Entonces abandono el piso y atravieso la calle sin rumbo, ansiosa, esperando encontrar tu rostro perfecto entre los artículos deportivos y electrodomésticos de las vitrinas nocturnas del Paseo Huérfanos; recorrido que se hizo costumbre por las tardes para librarme de las paredes vacías de ese departamento. Los faroles del paseo marcaban a diario mi rutina de búsqueda entre los muñecos de esas oscuras vitrinas. Una mañana común, mientras camino al trabajo, decido tomar el metro hacia el museo de historia natural. Allí, en ese largo pasillo a mano izquierda, diviso la misma escena de recreación de la conquista, pero tu lugar de española guerrera es ocupado por un hombre de fierro que le empuña una feroz saga por la espalda a un araucano.
Y mientras observo esa escena tantas veces recreada en mi mente, despierta en mí la certeza de que ya no te necesito, que mejor podría vivir acompañada de ese hombre, que me protegiera con su armadura, despertando el terror en los visitantes ajenos; un asesino de pie, apuntando su sangriento puñal en dirección a la puerta de entrada y yo allí detrás, oculta y protegida... ¡Hernán!, así te llamaré."
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