martes, junio 14, 2005

El muñeco

Qué agrado regresar a casa después de tan largo día, la lluvia aún se escurre por mi pelo y mis piernas. Lamento no haberle puesto el tapabarros a la bicicleta. Los charcos mezclados con la arcilla del parque han dejado sabor a tierra en mi boca.
Saludo con mi cara salpicada a Emilio, sin acercármele, distante para no incomodarlo con mi humillante apariencia y él me responde acicalándome el tobillo. Prendo el termo y mientras espero los veinte minutos para el agua caliente me lavo la cara y saludo de beso a Inés dirigiéndome a ella como si fuera la primera persona a la que le hablo de mí en el día, claro, de algún tema que no sea el trabajo ni la deuda.

"Estoy agotada Inés, ¿sabes? cuando venía montada en la bicicleta, por el camino que bordea el río, se encontraba recostado el mismo anciano de siempre, con su cara negra de hollín, su mirada triste perdida entre el humo oscuro del fuego alimentado por plásticos y escombros. Siempre cuando paso por ahí rápidamente sobre mis ruedas trato de regalarle una mirada apacible, esperando que el viejo se sienta menos marginado por las piernas anónimas que a diario invaden su acera. Pero esta vez no, el anciano no me devuelve su habitual expresión de desconcierto, sino que se levanta con fuerza, toma una enorme piedra y en medio de un grito, como si hubiera sido lanzado al abismo, la arroja gritándome "¡¡Waaaaa!!! ¡mueran imbéciles!"

"Mientras, yo me abalanzo cuesta abajo escapando rápidamente; atravieso el primer charco de la tarde y al intentar subir la vereda con la rueda delantera, la bicicleta se resbala desplomándose sobre el pavimento y quedando yo ahí, tirada como una cobarde, amedrentada por la reacción de un viejo tan solo y descontento como yo. Bueno, al menos yo te tengo a ti y a Emilio que me escuchan por las tardes cuando llego cansada, y sé que me entienden; sé que me entienden y me oyen atentos sin juzgar.
Ese viejo me juzgó Inés, quiso dañarme por ser como todos, fui el objeto que desató su ira, pero tú sabes que no soy como el resto, que llego a casa, me deshago de este ridículo traje de dos piezas, me pongo mi bata fucsia y comienza la función. De acuerdo a la reacción de ustedes, escojo los pasos claves y los ensayo sucesivamente, para después deleitarlos con mi sensual número los viernes sobre el balcón.
Qué suerte tienes, sentada allí a diario, en tu traje negro mirando por la ventana, mientras yo imagino cuál es tu función en la vida, pienso que es ser parte de la mía, como el ayudante del héroe, el que lo escucha y le celebra sus hazañas, el que escribe su historia tan solo con un gesto de admiración.
¿Porqué me miras así? ¿ah?, con esa risita irónica lo único que vas a conseguir es mi silencio, que no te cuente ninguna de las hazañas de mis días, lograrás que te ignore e inmediatamente dejarás de existir. Desde que saliste del museo dejaste de ser algo para el mundo, sólo lo haces para mí, así que ten cuidado que yo te puedo hacer desaparecer sin sentirme culpable, pues no eres más que una muñeca.
¿Y esa pretensión?, ¿para quién te has maquillado y encrespado las pestañas?, ¿será para Emilio? Ja ja, maquillándose para un estúpido gato, sabes que detesto a esas pinturitas que lloran cuando se les quiebra una uña. Por lo que veo tú estás a un paso de ser así, pero los hombres igual alaban tu belleza, por muy artificial que sea, adoran tus grandes ojos negros y tu pequeña nariz respingona. Como el electricista que vino hace un mes a revisar el termo, te quedó mirando fijo con cara de sorpresa y me preguntó en secreto, y con un gesto descarado, quién eras, que te parecías a esas bonitas que salen en la tele, y yo callada le decía que hiciera su trabajo nomás que no se metiera y me enojaba porque siempre eres tú, las pocas veces que un hombre ha pisado esta casa me ha preguntado por ti, por eso pienso que están todos locos. ¿Sabes qué más Inés?, bien merecido me hubiera llevado ese piedrazo que me intentó tirar el pobre anciano, porque seguramente me confundió con uno de esos locos que abundan en esta ciudad como el electricista ese... ¡ya! te perdono el piedrazo viejo.

Esto sí es incómodo, voy a quitarme esta ropa asquerosa y meterla en una bolsa plástica para que se pudra. Haber Inés, vamos doblando esos brazos y estirando esas piernas que llegó la hora de mi ducha... eso..., así yo te puedo tomar y sentarte en el retrete para que conversemos pues.
Qué placer esto, no hay nada como cambiar en un segundo del frío al calor, me acuerdo de esas termas de azufre al lado del río donde me pasaba horas mientras tú me mirabas sentada en las rocas, con tu delicada postura y yo me salía corriendo para meterme en el río de agua helada y luego volver a la terma y deshacerme de placer. Qué buenos tiempos esos Inés, cuando podíamos salir de esta ciudad, mientras ahora, esclavizada con este mísero trabajo no me alcanza ni para pagar la deuda.

Todavía estoy endeudada por ti, ¿te acuerdas cuando aún eras una muñeca y posabas en la recreación de una escena de la Conquista en el Museo de Historia Natural?, no pude quitarte los ojos de encima, entonces hablé con el encargado de montaje para ver si podías venirte conmigo y él me dijo que imposible, que eras la muñeca que más trabajo había dado en el área de recreación del museo, pero yo insistía, quería llevarte a casa y transformarte en mi compañera de rutina, mi mejor amiga.

Desde que me retiré del museo, sólo pensaba en ti y en el espacio que podrías ocupar en esta casa. Entonces regresé una y otra vez, hablé con el encargado de recreación nuevamente y después con el director, hasta que luego de varios meses de insistencia y al ofrecerles toda mi parte de la herencia, aceptaron satisfacer mi capricho, te embalaron y te trajeron a casa. Yo te esperaba ansiosa, con el traje de seda negro que te mandé a confeccionar para que lo vistieras todos los días de tu vida conmigo.

¡Qué agradable ducha!, si tan solo pudieras leer, podrías servirme de algo más que de acompañante, revisarías esa desagradable correspondencia que se ha acumulado en el mesón. Seguramente serán más deudas, hace años que nadie me escribe, debe ser porque quienes pudieron escribirme ya no existen
¿A ver?, pero si tu pelo está todo desparramado, debe ser por el vapor de la ducha, espera tantito que te lo cepillo... eso... así, dócil y sumisa."

-Shhh ¿Oyes?, están tocando, ¿quién podrá ser?. Me dirijo hacia la puerta y descorro el cerrojo. -Son tres tipos altos y bien vestidos, uno de ellos lleva un documento en su mano, mientras los otros dos se miran con un gesto de impaciencia. Esto se ve interesante Inés, parece que algo extraño nos vienen a comunicar.-¡Un momento! ¡Ya voy!.Les abro la puerta confiando en sus suntuosos trajes y posturas, pero uno de ellos me sorprende al pisar mi vestíbulo sin siquiera presentarse ni saludar.
-¿Es usted la Señora Juana Roa? Me interroga en tono inquisidor, como si yo fuera autora del peor de los crímenes.
-La misma, ¿a qué se debe esta visita? Y ¿quiénes son ustedes?, no quiero que pongan un pie en mi casa sin antes decirme qué los ha traído hasta aquí.
-Venimos del Servicio de Impuestos Internos, sus bienes le serán embargados por impago de deuda al Fisco. Por este motivo, señorita Juana Roa Tapia, todos los objetos que tengan algún valor en este piso le serán retirados a partir de este momento. Ahora, hágase un lado que no hay tiempo para lamentos, ya hubo suficiente para presentarse en tribunales y cumplir con sus deberes.
-¿Cómo?, esto no puede ser, ustedes me están robando, ¡hey señor! ¿qué se ha creído? ¡deje ese sillón! ¡y el peinador!, ¿qué se ha imaginado?–¿Inés? , ¿adónde vas? ¡no!, ¡no se te ocurra salir por esa puerta Inés! Sabes quién es la única que controla tus movimientos, no puedes dejar tu cuerpo en manos de cualquiera. Ya lo hemos hablado, mis manos son las tuyas, ahora no te puedes entregar tan rápido, recuerda esa escena en la que te hallé, tú te defendías Inés. La frialdad y la palidez de tus rasgos inmóviles despertaban inmenso respeto incluso en tus aliados, ahora no me defraudes, no dejes que te toquen, te lo ruego, enséñales tu postura más fría y despierta el miedo en esos agentes, muéstrales una leve sonrisa que les haga sentir que aún estás viva.
-A ella no, ustedes no pueden cargar con ella, no entienden ¡déjenla de una vez!–¡Jaime! Ayúdame con esta muñeca que pesa como un muerto.
-Lo siento señorita, al parecer usted ni siquiera ha abierto la correspondencia que se le ha estado enviando durante meses, y aquí claramente dice que le serán embargados todos los objetos de valor. La ley es la ley.–Puede quedarse con el gato, hasta pronto.Los agentes abandonan el piso de un portazo, mientras a mi alrededor solo resta ese horrible juego de té, algunas madejas de lana, montones de ropas y la triste presencia de Emilio quien ahora ocupa el lugar dejado por Inés junto a la ventana. Mi voz ya no tiene sentido, solo alcanzo a pronunciarle algunas sílabas al animal, pero ¿y mi vida?, ¿quién será testigo de ella? No hay razón para recordar con humor mis días, guardar cada anécdota en mi memoria para contártela y que tu imparcialidad alimente mi memoria dando paso a las más recónditas historias de mi vida. Entonces abandono el piso y atravieso la calle sin rumbo, ansiosa, esperando encontrar tu rostro perfecto entre los artículos deportivos y electrodomésticos de las vitrinas nocturnas del Paseo Huérfanos; recorrido que se hizo costumbre por las tardes para librarme de las paredes vacías de ese departamento. Los faroles del paseo marcaban a diario mi rutina de búsqueda entre los muñecos de esas oscuras vitrinas. Una mañana común, mientras camino al trabajo, decido tomar el metro hacia el museo de historia natural. Allí, en ese largo pasillo a mano izquierda, diviso la misma escena de recreación de la conquista, pero tu lugar de española guerrera es ocupado por un hombre de fierro que le empuña una feroz saga por la espalda a un araucano.

Y mientras observo esa escena tantas veces recreada en mi mente, despierta en mí la certeza de que ya no te necesito, que mejor podría vivir acompañada de ese hombre, que me protegiera con su armadura, despertando el terror en los visitantes ajenos; un asesino de pie, apuntando su sangriento puñal en dirección a la puerta de entrada y yo allí detrás, oculta y protegida... ¡Hernán!, así te llamaré."

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