martes, junio 14, 2005

Shao Hello

Hello, no es un saludo, es el nombre de un gato diminuto que fue encontrado por Eugenio en el edificio Diego Portales ahí en la Alameda justo hace un año atrás. Los ojos pegados, el arpa de costillas y unos tímidos miauuu bastaron para que Eugenio decidiera que ese sería el tercer habitante del depto. Así pasaron los meses y Hello, -como ridiculamente pasó a llamarse desde antes de que pisara el depto-, comenzó a engordar y a transformarse en un gato sano, regalón y sorprendentemente grande. Algo así como un gato montés con cola de zorro que te esperaba a la entrada de la casa como un perro y te seguía en toda la rutina persiguiéndote los pies. El único problema entre lo regalón y bien bonito que nos salió, es que era un gato aguja, que saltaba desde el suelo hasta tu hombro para luego saltar nuevamente al suelo y dejarte dos sospechosos rasguños bastantes profundos. Insistía en morder y rasguñar pero siempre jugando.

Un día, cuando entró otro macho a mi vida, Hello comenzó a comportarse muy raro.
Me acuerdo una noche que llegué a mi pieza y había un olor asqueroso, que me expulsó como de un puñete de ahí, aunque bastaron solo unos minutos para que en una actitud heroica entrara a buscar minuciosamente el lugar donde se encontraba la sorpresita . Busqué y busqué hasta encontrar una poza de agua que me llevó a la conclusión, a partir de mi cultura felina, de que había marcado territorio. No había otra opción porque no era olor a meao, era olor a zorrillo apestosó, no sé, ese olor inimaginable como mítico.

Luego de dormir rodeada de inciensos y ventanas abiertas, abro el primer ojo decidida a hacer un aseo profundo y de paso a perdonar el primer desliz del simpático gato-perro que ya se había ganado todo mi amor maternal. Levanto cama, saco todo del closet, trapeo el suelo con cloro y luego cera, pero nada... no hay caso con el olor a zorrillo y me resigno a llevar una vida animalesca y dormir con olor a mierda.

Dos semanas después, en busca de mi querido cassete de sones entre las telarañas del último cajón del clóset, me encuentro con una insólita sorpresa: se trata de dos mojones secos de donde viene la esencia del olor que impregnó mi pieza, mi ropa y mi vida durante esas dos semanas.
Fue tal mi placer al ver la solución tan concreta y compacta de un problema al que ya me había resignado, que pesqué el par de mojones con la mano, los tiré a la basura y me fui a tomar unas chelas con la Ema para celebrar.

Pero esto no terminó aquí, ese fue solo el comienzo de lo que después sería una pesadilla. Con ese mojón y esa "meaíta" que Hello se pegó en las profundidades de mi clóset, se dibujó una cicatriz fatal, se marcó TERRITORIO.

Un mes después, entrando a mi pieza, encontré a Hello detrás de un cuadro embalado cerca de la puerta, cuando intento tomarlo, el gato se transforma en una fiera, sus orejas se vuelven hacia atrás y salta directamente a mi brazo entre espantosos gritos, como esos que se oyen en las noches de agosto, maullidos terroríficos de mi propio gato adherido a mi brazo, destruyéndolo entre mordizcos y arañazos, mientras yo lo sacudo por varios segundos hasta lograr deshacerme de él, tirarme a la cama, y esperar que Eugenio hiciera lo suyo, es decir, lo sacara inmediatamente del lugar del ataque. Sin entender lo que había pasado, se me acerca:
-A ver Isa, muéstrame tu mano
-Noo, no quiero, le decía yo sin querer mirar la media cagá que intuía había dejado el gato en mi mano.
Hasta que me veo y efectivamente tenía heridas profundas que lavé y después de una semana olvidé y luego de un mes sané.

La vida siguió normal en el depto con Hello, nunca supimos lo que había pasado esa vez en la pieza ¿un susto?, ¿el comienzo de su apetito sexual?, en fin, preguntas que ni el Juan Pablo -veterinario mula de la esquina- fue capaz de contestar.

Después de un buen rato, después que Hello vigilaba a diario la entrada de mi pieza y se introducía como una bala apenas entreabría la puerta, su actitud volvió a ser violenta y tras días de discusión decidimos castrarlo. Sé que es terrible y patético cambiar a un gato-perro-montés, por uno de peluche gordo y pajero, pero en este caso era un tema de seguridad; la única manera -egoísta en todo caso- de retener a Hello entre nosotros era castrándolo, lo otro era dejar que se tirara por la ventana y se quedara sin ojos por caliente, porque los gatos, así como los potros y muchos humanos terminan volviéndose locos.

Finalmente castramos a Hello y no fue tan terrible a excepción del día siguiente que andaba medio ahuevonado con la anestecia y se le notaba cierta incómoda molestia en el poto, pero después de un par de días andaba de un lado para otro como si nada. Igual de activo y juguetón como siempre, hasta que a ratos su miraba se volvía hacia mí y sus maullidos empezaban a magnificarse hasta que teníamos que echarlo del living y encerrarlo en el balcón porque era un claro signo de violencia y preataque.

Justo cuando a Hello le habían cortado las bolas, a mí me sacaron las cuatro muelas del juicio, es decir, éramos dos convalecientes en un espacio de unos pocos metros cuadrados y compartíamos amenamente en el living con Eugenio, Ema y Rosario. Decidí meterme a mi closet (que después del incidente del mojón había sido meado en reiteradas ocasiones por Hello, pues efectivamente era su territorio) y sacar una bolsa que tenía al fondo con ropa sucia, cuando me doy cuenta que está toda mojada, la huelo y me da una fuerte impresión de que es meao de gato. Entonces, voy al living con la bolsa tomada a duras penas entre mi pulgar y mi índice y le digo a la Ema -Huele por favor ¿fue Hello o no? y la Ema me dice -Emmm, yo creo que sí.

-Eugenio, a ver, huele tú. Y cuando Eugenio se acerca a la bolsa, el gato se me tira asesinamente a la pierna derecha, gritando como si lo estuvieran matando y mordiendo y rasguñando como nunca hasta botarme al suelo y cuando se dispone a tirarse a mi cara, Eugenio interviene y saz! se tira al brazo de la Ema que estaba tranquilamente sentada en el sillón del frente y luego a Eugenio mientras yo me incorporo rápidamente y me subo al sillón. Eugenio con la silla, cual domador de Leones lo tira al balcón. Nos revisamos las piernas y brazos respectivamente y habían heridas profundas e hinchadas, casi como para ir a la posta...(continúa)

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