martes, abril 27, 2010

Un Temazcal

Nunca había participado de un temazcal. Había escuchado que era una ceremonia ancestral americana de purificación espiritual y corporal. Un grupo humano reunido durante horas en torno a piedras calientes, muchísimo calor, resistencia y voluntad a través de cantos y conversaciones. Llegué un sábado por la tarde a un bosque de eucaliptus que terminaba en un acantilado abierto hacia el mar. Allí, en un pequeño plano, se había instalado un templo sencillo, con caminitos demarcados con piedras, una preciosa escultura geométrica de ramas secas y una especie de carpa completamente hermética. En torno al lugar donde sería el fuego, nos reunimos los que participaríamos de la ceremonia, que no tardé en enterarme, sería dirigida por un joven que había llegado caminando desde su tierra lejana hasta ese lugar. Fuimos convocados junto a las piedras y luego de unas palabras de presentación, el hombre se dirigió a Ellas, esas viejas abuelas que habían sido testigos de toda nuestra evolución, la materia sabia y receptora de todo el legado de este planeta. La representación de todos nuestros antepasados y del gran espíritu universal. Así, cada uno de nosotros agarró una piedra y la puso sobre un montón, bendiciendo su abundancia y sabiduría ancestral. Una vez colocadas las piedras, otro hombre que asistía la ceremonia, puso un montón de palos y ramas sobre las piedras, dando inicio a un abundante fuego, que fue presidido por un ritual de tabaco envuelto en hojas de maíz, donde cada uno debía fijarse un propósito, contener el humo y arrojarlo junto con el propósito. Afuera del círculo de fuego, comenzaba a asomarse una luna fina y brillante, y el mar llenaba todo el espacio del oeste que concluía en una delgada línea anaranjada que había dejado el sol. Yo estaba completamente entregada a la ceremonia, sin ningún cuestionamiento ni prejuicio, fija en mi propósito y dejando pasar mis pensamientos sin que me invadieran. El fuego se hacía cada vez más abundante y caluroso y el hombre de la ceremonia, que de ahora en adelante llamaré S, sacó un misterioso líquido. Se trataba de un líquido de tabaco, que cada uno aspiraría por la nariz, reteniéndolo en la garganta y luego escupiéndolo. A través de ese acto, se nos hizo comprender el sentido de la ceremonia. Era un bautizo, un acto de purificación, arrojar todas las sobras corporales y espirituales fuera, y volver a nacer. Todos comenzamos a escupir, me saltaban lágrimas de los ojos, luego nos sacamos la ropa y uno a uno fuimos pasando donde S, quien nos sacudía con dedicación una mata de eucaliptus sobre nuestros cuerpos y orando en una lengua extraña, nos daba bendiciones y recitaba los dones y carencias de cada uno, como si nos conociera en lo más profundo. Luego, rociaba con un escupitajo de licor nuestros cuerpos y a sentarnos nuevamente alrededor del fuego. Eso era sólo la introducción al temazcal, que comenzó cuando entramos en una suerte de carpa, completamente oscura y cerrada. Su interior, como un nido protegido, se encontraba cubierto de ramas de eucaliptus y sus hojas cubrían todo el suelo, donde nos sentamos hombro con hombro alrededor de un agujero de tierra. Desde el interior, S llamaba a su compañero y asistente de ceremonia para que descorriera la puerta de ramas y dejara pasar a las abuelitas, las mismas piedras a las que momentos atrás les habíamos dedicado nuestras bendiciones. Una a una comenzaron a llegar las abuelas y a cada llegada, era un saludo de bienvenida para las piedras ardientes a las que S esparcía olorosas hierbas y esencias de copal que despedían un olor exquicito. Luego llegó el agua y comenzó a salir el vapor caliente. Recién entrábamos a la primera puerta. La ceremonia consistiría en cuatro puertas que van desde el embrión hasta el nacimiento. Al momento de nacer concluye la ceremonia y somos arrojados al mundo como seres nuevos y puros. A pesar de que allí dentro, con la obscuridad absoluta y el calor sofocante, perdí completamente la noción del tiempo, pude calcular que cada puerta duraba alrededor de una hora. Cuando ya habíamos pasado la primera puerta, imaginaba que quedaban tres más y comenzaba a entrar en desesperación, pero de eso se trataba, de controlar la voluntad y resistir a través de la meditación, siempre dirigida al propósito que cada uno se había fijado. Nunca había sudado tanto en mi vida, mi cuerpo era pura agua, y era tanto el calor que de mí ya no salían pensamientos, si no sólo sensaciones y la oscuridad absoluta me abría otras percepciones, sobre todo visuales. Cantamos durante horas y a cada uno le llegó su momento de hablar, de verbalizar su propósito de sanación, yo preferí guardar silencio, pero cuando S me convocó, comenzaron a salir de mí palabras, que ya apenas recuerdo, sobre lo que estoy viviendo en este momento de mi vida, sobre mi propósito, sobre lograr la depuración entre lo interior y lo exterior, de conciliar mis emociones y pensamientos con una voluntad más universal. Todos rezaban y unían fuerzas para el propósito de cada uno y para un propósito mundial de paz. No es mucho más lo que estoy dispuesta a relatar sobre lo que sucedió allí dentro, fue un estado de trance y de lucha primordial. A ratos desesperación y sofocación y en otros momentos una paz absoluta. Entre cada una de las cuatro puertas, se renovaban las piedras y se dejaba entrar el aire frío de afuera, hasta concluir la ceremonia donde todos salimos empapados en busca de aire fresco y fuego para secarnos. Realmente fue como haber salido de un útero a la vida. Las caras de todos se veían nítidas y limpias, los ojos brillaban. En las horas siguientes, a todos se nos desató un sueño incontrolable, me sentía liviana y pura, aunque toda mi ropa se había humedecido y sentía frío, por lo que a pesar de que ya era tarde, decidí viajar a mi cama en vez de quedarme en el lugar. Dormí como nunca, pero al día siguiente también me sentía agotada y luego con malestares que derivaron en una breve gripe (o cansancio general o desánimo) que me dejó un día en cama. Todavía estoy recuperándome, y a ratos se me aprieta el pecho sin motivo aparente y me entra una duda sobre el lugar que ocupo en el mundo, por qué y para qué estoy aquí. Me siento débil y no sé si es por este nuevo nacimiento que me dejó como una guagua vulnerable y desprotegida, si es porque simplemente la ceremonia me quitó mucha energía o bien, como me comentó mi hermana, podría ser que alguien o algunos de los que participaron de la ceremonia, sin estar conscientes, se hubieran servido de mi energía para sus propósitos, dejándome vacía y débil. Una semana después, aún no puedo hacer ninguna evaluación, tampoco espero hacerla, la ceremonia fue fuerte, invasiva y preciosa, sin duda, pero no sé si realmente habré arrojado fuera mis desperdicios espirituales y físicos o es que justo da la coincidencia de que estoy comenzando un proceso de cuestionamiento y de transformación. Quizás no estaba del todo preparada, o quién sabe, de pronto estoy viviendo las secuelas inmediatas y después andaré livianita y desentendida por la vida. Lo que sé, es que al menos se me está volviendo a soltar la mano en este espacio.

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