miércoles, agosto 03, 2005

tren al sur

Miré detenidamente el closet de Ema; desde las playas brasileras me había autorizado a tomar la prenda que necesitara para el matrimonio al que estaba invitada esa noche después de las 12. Luego de urguetear entre ponchos, poleras y chaquetas, encuentro un vestido de algodón negro con capucha que me probé y arreglándolo con un cinturón quedó perfecto para la ocasión, me puse los zapatos de taco y partí.

Caminé cuatro esforzadas cuadras con los zapatos de señorita y tomé la micro, el destino era la calle del' orto, que según me habían mencionado, quedaba una cuadra antes del estadio italiano, pero la persona que me lo indicó se encontraba en un punto alto de la ciudad. Según mi brújula interior o ciertos atisbos de intuición errada, me bajé frente al estadio y caminé una larga cuadra en el sentido contrario, acomodándome los zapatos de tanto en tanto hasta divisar sin alcanzar a leer, que el nombre indicado en el cartel de la calle siguiente -la que debiera haber sido del' orto- era demasiado largo para ser del' orto, entonces me di cuenta de que estaba perdida.

Paré decididamente al primer auto que se detuvo en la avenida. Desde el auto moderno, cítrico, del año, se baja el vidrio automático y pregunto al conductor de aspecto galanesco por la calle del' orto.

-¿La cashe del' orto? mirá, tenés que caminar en sentido contrario, dos cuadras más abajo, esta la cashe del' orto- me dijo el tipo con una preocupación y deferencia que me extrañaron en esta ciudad, bueno, pero el tipo era argentino y dicen que allá les encanta explicar las calles y ubicaciones a los transeuntes perdidos; pero qué placer sentí al oír la palabra "del' orto" con todo el acento y el énfasis argentino. Caminé repitiéndome con el mismo acento "Sos como el Orto" "Orto, Del' orto", con esa primera 'o' pronuciada bien abierta casi como una 'a'.

Mis pies ya estaban resentidos por todas las cuadras de recorrido, hasta que finalmente di con la calle y con el lugar del evento. Leí el cartel de los novios Juan José y Viviana y me dirigí a la fiesta con los pies en la mano. Un enorme invernadero de cristal con techos altos y muy amplio albergaba a cientos de personas desconocidas para mí que comían y conversaban mesuradamente. Me paré a observar esta escena y al ver que no conocía a nadie me dirigí a la barra y pedí un vodka tónica, pensé que el vodka adormecería mis pies. Estaba tragando vodka un poco ansiosa cuando me encuentro con Loreto que seguramente ya se había tomado sus buenas piscolas. Con sus mejillas asorochadas y su conversar verborreico, me condujo a la mesa de los amigos. Ahí estuve sentada hablando de lado a lado y parándome de vez en cuando a rellenar mi vaso de vodka, para adormecer mis pies, lo cual fue efectivo porque una hora después estaba bailando hasta con la nariz y los bigotes del cotillón.

Cuando bailaba un conocido tema de la Rafaela Carrá, recordé mi viaje al sur y decidí irme para alcanzar a pescar la micro y levantarme temprano para tomar el tren de las 11:30. Había soñado con ese viaje toda la semana, salir de la ciudad y verme sentada en un tren, soñando por la ventana entre los potreros verdes y los ríos caudalosos del invierno, es solo respirar y que el aire te llene por dentro; estar en un constante presente. Tenía nostalgia de estar así, era un asunto de vida o muerte partir lo antes posible al sur aunque fuera por pocos días. Estaba contenta por ese viaje, pensar en él me daba una fuerte sensación de alivio.

Salí de la fiesta a la calle, con la mente medio nublada por tanto vodka y justo pasó la micro, debe haber sido la última micro o mejor dicho la primera del día porque ya era de madrugada. Me bajé en la Alameda y corrí diez cuadras hasta la casa con los zapatos en la mano, corrí rápido y ansiosa queriendo llegar lo antes posible en uno de esos ataques de energía que me vienen comunmente a esas alturas. El trayecto no lo recuerdo con detalle, solo como dije antes, corría a pata pelada por la calle dando saltos para no enterrarme ni un objeto extraño de la vereda.

Tengo dudas sobre cómo entré a la casa, pero como si hubieran pasado unos pocos minutos desperté de pronto, sin el teléfono que había programado para que sonara a las 10 y al mirar la hora entré en shock al percatarme que faltaban solo 15 minutos para que saliera el tren. Ni lo pensé, tomé mi mochila, me puse los pantalones y salí corriendo como loca. Corrí hasta el metro Bellas Artes y cuando hice el cambio de línea en Baquedano vi la hora y faltaban solo 3 minutos para que saliera el tren. Suena mi teléfono, es mi hermana gritándome -¡Huevona, dónde estás!!, ¡tienes mi pasaje, el tren ya llegó! ¡apúrate, no puedo creer que te hayas quedado dormida, descarada! -

Llegó el metro, faltaban seis estaciones para llegar a la Estación Central y quedaban solo tres minutos para que saliera el tren, entonces di todo por perdido y empecé a devolverme muy apenada, con la taquicardia propia de alguien que se agita demasiado en una mañana encañada. Mi teléfono suena denuevo, es la mane -¡Dónde estás!- -¿devolviéndote?, ¿eres huevona tú? ¡si el tren no va a partir todavía, lo están cargando! ¡vente!- y ya sin voluntad propia, corrí de vuelta al metro y me subí en dirección a la Estación Central, con mi pie golpeando constantemente contra el suelo, impaciente y cada estación eterna y las puertas tardaban largos minutos en cerrarse.

De pronto llego a la Estación, corro desbocada al tren, ya no me queda aire y al llegar al andén, el guardia me informa que el tren acababa de partir. Entonces me tiro al suelo rendida, ya no hay tren, se derrumbó el sueño de aire puro y campo, mis ojos se quebran de pena y cansancio y decido tratar de que al menos me den otro pasaje para tomar el tren de las 1 y media. -Eso es imposible-, me dice el tipo de atención al cliente, le puedo dar un pasaje por cuatro mil, pero gratis no. Le supliqué y no hubo caso, entonces me devolví.

En el metro de vuelta a la casa, meto la mano en la mochila y me doy cuenta que dejé las llaves adentro y que el teléfono quedó tirado mientras corría. Ahí me sentí cansada, desdichada y estúpida, entonces solté algunas lágrimas de impotencia y luego lloré en voz alta, escondida en el rincón del vagón sollozando y lamentándome, esperando que Guido todavía estuviera en la casa para que me abriera y me consolara.

Afuera del departamento empiezo a gritarle a Guido y a tocar el timbre una y otra vez, pero nada, no hay respuesta, entonces me tomo la cabeza llorando y derrepente se abre la reja, subo las escaleras, Guido me espera, lo abrazo y lloro varios minutos en su hombro, sin decir palabras, de pronto una que otra carcajada nerviosa. Y después de unas horas abro mi mochila y me encuentro con los pasajes intactos, y me digo, en fin, hay algo que me mantiene atada a esta ciudad y Guido me dice -ohh!! podría pintar algo arriba de esos pasajes ¿a ver?- Entonces hicimos una pizza y pasé un melancólico día gris, imaginándome los mas lindos paisajes sureños y mirando los árboles con nostalgia, queriendo abrazarlos, amando cada partícula de naturaleza en la ciudad. Ya es tarde, la virgen del San Cristóbal brilla por mi ventana y me entra un airecito de mi niñez.